domingo, 26 de febrero de 2017

CARNE DE CAÑÓN


Claridad aguzada entre perfiles,
de tan puros tranquilos

que cortan y aniquilan con sus filos
las confusiones viles.

Jorge Guillén



Intenta poner una lavadora cuando no tienes ganas. La ropa, ovillada, entra de cualquier manera y poco importa que el rojo más potente de una camiseta nueva acabe desangrándose por entre el hilo blanco de tu mejor camisa. Cuando se camina entre las dos aguas de una vida hecha ciscos, estas cosas parecen banales. Banales hasta que te quedas sin un armario medianamente decente. Pero qué importa, ni siquiera eso es suficiente para dejar que los días pasen y todo vaya quedando hecho un verdadero asco. Los fines de semana se llenan de automatismos, de platos sucios, de ropa sucia, de baños sucios; de guantes de goma, de detergente y del maldito aspirador.
Piensas en las ganas de que llegue el lunes, de que la rutina vuelva de nuevo. Necesitas que el trabajo te ordene la vida. Solo el trayecto de casa a la oficina, de la oficina a casa, sirve para volver a colocarle en la casilla de salida. 

¡Maldito lunes! Piensas frente a la máquina de café y chocolatinas, aunque sabes que el lunes te va a salvar la vida una vez más. Pasan las horas entre memorandos, entre comentarios tontos y explicaciones de deliciosos fines de semana que tú ya no tienes. Tienes una casa vacía, un gato que vive sobre la cómoda en la que en otro tiempo se amontonaban sus camisetas junto a sus libros y tu ropa interior. Ahora ya solo se amontona la ropa sucia que aguarda al domingo como tú aguardas a los lunes. Sales de la oficina y vuelta al punto de partida. Los platos, durante días, se amontonarán sobre la encimera y una caja de cartón improvisará un arriesgado cenicero porque ¡Sí!, has vuelto a fumar después de casi diez años. A última hora, antes de acostarte, conectarás el ordenador y, como cada primero de mes, pedirás hora en el ambulatorio. Otra rutina más.

Piensas que la vida es eso que pasa mientras lees revistas de pseudociencia en la sala de espera de tu médico de cabecera para que te entregue la receta de las pastillas que te dejarán dormir las próximas semanas. ¡Qué paradoja! Quizá la vida es eso que pasa mientras duermes porque en cuanto te despiertas vuelves a estar muerto. Más muerto que muerto. Rematadamente muerto. Y concluyes, cuando estás a punto de dormirte, que tu vida parece la letra de una triste canción de amor.



domingo, 19 de febrero de 2017

QUERIDO JOHN (III)


...cuántas veces al despertarme me sorprendía de que 
los muebles fuesen los mismos de la víspera y 
los recibía con desconfianza, no creía en ellos...
António Lobo Antunes




Querido John:

Hoy es domingo. No es gran cosa, solo es domingo. Un día más como otro cualquiera. Cuando tu vida depende del subsidio, no hay niños que llevar a la escuela y el Hudson transcurre sereno, la vida es igual un martes que un domingo. Puede que el panorama varíe un poco, pero solo si sales de casa. Miro por la ventana y unos cuantos albatros graznan sin sentido mientras sobrevuelan la orilla derecha del río. A veces me pregunto cuándo un río deja de ser río para convertirse en mar. Nada tiene que ver con la sal, o tal vez, sí. Puede que tenga que ver con la extensión y poco más. Tan imbebible es el agua que por aquí discurre o como la del Atlántico en donde muere. Desde aquí puedo ver parte del estuario, pero algunos días, cuando la fábrica trabaja, apenas veo nada. Las fumarolas lo esconden todo. 
Te echo de menos John. 
Ayer me levanté pensando que tenía algunas cosas que contarte y me asomé a la ventana como si de esa manera fuera más sencillo conectarse mentalmente. Pero conectarse con los muertos no es sencillo, sobre todo con los muertos que siguen viviendo pero en la vida de otros.
¡Ay, querido John! Desde aquí huelo el aire de la marea baja y ese olor, que mezcla la pena con la humedad lejana del océano, me recuerda que algunos saltamos por la ventana porque las puertas estaban todas cerradas. No había otra salida. ¿A qué puedes temer cuando ya no te queda nada? El sentido trágico de la vida habita en los trozos de pan que quedan atrapados entre las lamas de la tostadora, entre el café reseco de una taza que no lavas porque para qué. Creo que he perdido la capacidad de concentrarme en lo más menudo y ahora solo veo en un plano amplio y extraño que me aleja de toda comprensión. A veces, cuando releo tus notas, me pregunto cómo es posible que la pasión por la vida muera en cuanto se traslada a una cuartilla. Siento defraudarte de nuevo, aunque tú no lo puedas saber ya.
Vuelvo a escuchar el sonido de los pájaros que sobrevuelan el puerto y una vez más se me hace tarde. Tarde para casi todo. 
Te echo de menos John, como se echa de menos algunas haches que pesan como anclas en el pasado.

Siempre tuya. Grace.




jueves, 16 de febrero de 2017

PUEDE





Puede que detrás de tus parpados se esconda una verdad que yo no advierto. Que el cierre de tus ojos responda a la necesidad de encontrar la vida misma. Puede que entre tu piel y la mía el aire se detenga buscando una vida eterna. Puede que los abismos ya no existan, que el miedo muera por las esquinas. Y puede, solo puede, que no exista mayor esperanza que saberte vivo entre el tumulto de la existencia misma.





sábado, 11 de febrero de 2017

MALDITA HERMENÉUTICA


No ignores a los desdichados. Están por todas partes, 
y llegamos a acostumbrarnos hasta tal punto 
que olvidamos su presencia. No los olvides.

Gotham Handbook -Paul Auster-





Lo de reinventar el mundo está tan manido que no deja de ser una frase bonita, una manera de hablar cuando todo está a punto de irse a la mierda, siempre que ese todo sea en la vida de otro. Porque cuando es la propia vida la que se tambalea no se está por reinventar absolutamente nada. Se está pendiente de otras cosas: de mantener el equilibrio, de estirar el cuello para no ahogarse, de seguir avanzando aunque sea con paso inseguro para ver la luz al final del túnel.
Reinventar el mundo es cosa de advenedizos en el mundo de otros. Por eso no es un delito, sino casi una obligación, pedir que nadie pretenda reinventar nada, y que ese alguien que ronda por ahí se ocupe de aquel que, hecho polvo, pulula como puede por enfrente. 
Porque hay momentos en que lo que menos se necesita es el bombardeo de frases chulas, pero más huecas que el ojo de un tuerto; ni se necesitan las maneras condescendientes de los que se consideran a salvo de los avatares de la vida. A veces para acompañar solo se necesita mano izquierda, tener ganas, un buen par de oídos para cuando la lengua se suelte, y un claro sentido de sana camaradería. 
Las frases bonita son eso, frases bonitas que sirven para decorar tazas que regalar en un cumpleaños cualquiera, pero poquito más.



domingo, 5 de febrero de 2017

MICHIGAN


El otoño vendrá con caracolas, 
uva de niebla y montes agrupados, 
pero nadie querrá mirar tus ojos 
porque te has muerto para siempre.

Federico García Lorca



Podríamos intentar creer que hay algo distinto. Cuatro palmos de tierra en los que los recodos no existen porque no los necesitamos, porque cualquier paso dado va siempre hacia adelante con la transparencia de los inocentes y sin el peso de la culpa que arrastramos desde que el hombre es hombre. Pero puede que el intento sea vano, una especie de mentira con la que queremos edulcorarlo todo porque la realidad es espesa y turbia. 
Somos demonios que burlan las trampas que acechan, que se esconden del miedo sostenido entre las varas de unas cuantas cepas muertas. Nos convertimos en monstruos insignificantes que se duelen, entre sueños, de lo ingrato de algunas guerras que nos vemos obligados a librar, que nos mataron la inocencia hasta secarnos el aliento. Pero tenemos media posibilidad. Media posibilidad de que lo contrario aparezca por la esquina, de olvidarnos de la búsqueda desesperada del fin del tormento para encontrar, entre las palmas adormecidas, la calma de un cuerpo cálido que a escasos milímetros revuelve el alma. Podemos encomendarnos a la noche sintiendo cierto desasosiego, sabiendo que fuera cae la nieve pero que ahí, entre las cuatro fronteras de un mundo imperfecto, puede revolverse la vida. Y creerlo a ratos.