domingo, 19 de febrero de 2017

QUERIDO JOHN (III)


...cuántas veces al despertarme me sorprendía de que 
los muebles fuesen los mismos de la víspera y 
los recibía con desconfianza, no creía en ellos...
António Lobo Antunes




Querido John:

Hoy es domingo. No es gran cosa, solo es domingo. Un día más como otro cualquiera. Cuando tu vida depende del subsidio, no hay niños que llevar a la escuela y el Hudson transcurre sereno, la vida es igual un martes que un domingo. Puede que el panorama varíe un poco, pero solo si sales de casa. Miro por la ventana y unos cuantos albatros graznan sin sentido mientras sobrevuelan la orilla derecha del río. A veces me pregunto cuándo un río deja de ser río para convertirse en mar. Nada tiene que ver con la sal, o tal vez, sí. Puede que tenga que ver con la extensión y poco más. Tan imbebible es el agua que por aquí discurre o como la del Atlántico en donde muere. Desde aquí puedo ver parte del estuario, pero algunos días, cuando la fábrica trabaja, apenas veo nada. Las fumarolas lo esconden todo. 
Te echo de menos John. 
Ayer me levanté pensando que tenía algunas cosas que contarte y me asomé a la ventana como si de esa manera fuera más sencillo conectarse mentalmente. Pero conectarse con los muertos no es sencillo, sobre todo con los muertos que siguen viviendo pero en la vida de otros.
¡Ay, querido John! Desde aquí huelo el aire de la marea baja y ese olor, que mezcla la pena con la humedad lejana del océano, me recuerda que algunos saltamos por la ventana porque las puertas estaban todas cerradas. No había otra salida. ¿A qué puedes temer cuando ya no te queda nada? El sentido trágico de la vida habita en los trozos de pan que quedan atrapados entre las lamas de la tostadora, entre el café reseco de una taza que no lavas porque para qué. Creo que he perdido la capacidad de concentrarme en lo más menudo y ahora solo veo en un plano amplio y extraño que me aleja de toda comprensión. A veces, cuando releo tus notas, me pregunto cómo es posible que la pasión por la vida muera en cuanto se traslada a una cuartilla. Siento defraudarte de nuevo, aunque tú no lo puedas saber ya.
Vuelvo a escuchar el sonido de los pájaros que sobrevuelan el puerto y una vez más se me hace tarde. Tarde para casi todo. 
Te echo de menos John, como se echa de menos algunas haches que pesan como anclas en el pasado.

Siempre tuya. Grace.




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