El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.
Federico García Lorca
Podríamos intentar creer que hay algo distinto.
Cuatro palmos de tierra en los que los recodos no existen porque no los
necesitamos, porque cualquier paso dado va siempre hacia adelante con la
transparencia de los inocentes y sin el peso de la culpa que arrastramos desde
que el hombre es hombre. Pero puede que el intento sea vano, una especie de
mentira con la que queremos edulcorarlo todo porque la realidad es espesa y turbia.
Somos demonios que burlan las trampas que acechan, que se esconden del
miedo sostenido entre las varas de unas cuantas cepas muertas. Nos convertimos
en monstruos insignificantes que se duelen, entre sueños, de lo ingrato de
algunas guerras que nos vemos obligados a librar, que nos mataron la inocencia hasta secarnos el aliento. Pero tenemos media
posibilidad. Media posibilidad de que lo contrario aparezca por la esquina, de olvidarnos de la búsqueda desesperada del fin del tormento para encontrar, entre las palmas adormecidas, la calma de un cuerpo cálido
que a escasos milímetros revuelve el alma. Podemos encomendarnos a la noche sintiendo
cierto desasosiego, sabiendo que fuera
cae la nieve pero que ahí, entre las cuatro fronteras de un mundo imperfecto, puede
revolverse la vida. Y creerlo a ratos.
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