domingo, 5 de febrero de 2017

MICHIGAN


El otoño vendrá con caracolas, 
uva de niebla y montes agrupados, 
pero nadie querrá mirar tus ojos 
porque te has muerto para siempre.

Federico García Lorca



Podríamos intentar creer que hay algo distinto. Cuatro palmos de tierra en los que los recodos no existen porque no los necesitamos, porque cualquier paso dado va siempre hacia adelante con la transparencia de los inocentes y sin el peso de la culpa que arrastramos desde que el hombre es hombre. Pero puede que el intento sea vano, una especie de mentira con la que queremos edulcorarlo todo porque la realidad es espesa y turbia. 
Somos demonios que burlan las trampas que acechan, que se esconden del miedo sostenido entre las varas de unas cuantas cepas muertas. Nos convertimos en monstruos insignificantes que se duelen, entre sueños, de lo ingrato de algunas guerras que nos vemos obligados a librar, que nos mataron la inocencia hasta secarnos el aliento. Pero tenemos media posibilidad. Media posibilidad de que lo contrario aparezca por la esquina, de olvidarnos de la búsqueda desesperada del fin del tormento para encontrar, entre las palmas adormecidas, la calma de un cuerpo cálido que a escasos milímetros revuelve el alma. Podemos encomendarnos a la noche sintiendo cierto desasosiego, sabiendo que fuera cae la nieve pero que ahí, entre las cuatro fronteras de un mundo imperfecto, puede revolverse la vida. Y creerlo a ratos.









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