domingo, 30 de marzo de 2014

DIARIO DE UNA MUJER DESPEINADA (IV)


"Odioso para mí, como las puertas del Hades,
 es el hombre que oculta una cosa en su seno y dice otra".

Cuando los discos eran de vinilo cabía la posibilidad de lanzarlos contra el suelo, romperlos con furia, llorar hasta inundar los surcos y dejarlos muertos. Ahora solo queda el lamento digital. Tengo que ir a trabajar. Dos días, cuarenta y ocho horas después, sobre la cómoda sus llaves, la nada y el resguardo de la tintorería. Dos chaquetas, un pantalón, una blusa y una gabardina. A la vuelta lo recogeré todo. Lo suyo lo dejaré sobre la silla, esperaré a que por arte de magia desaparezca, aunque sé que antes de que eso ocurra se derretirán los casquetes polares. Del gris marengo al azul marino y vuelta a empezar.

Buscar un poco de felicidad para ahogar cualquiera amago de desánimo. Pero la tristeza es tenaz y maneja la rutina con la habilidad de un prestidigitador de tercera, intenta esconderse sin demasiado éxito y acaba mostrando el hocico. La tristeza es como el agua, fluye y empapa, te convierte en algo resbaladizo, inaccesible. Ahora falta aire y sobra agua.

Tengo que cambiar la placa del buzón. Mañana la encargaré, compraré un emparedado de atún con mayonesa, una botella de vino; y un cepillo para el cabello que, en silencio, ofreceré como sacrificio a los dioses para que me concedan el sueño tranquilo.


miércoles, 26 de marzo de 2014

PRÓXIMA PARADA: LEXATIN


“Extraño ser de un universo donde el pepinillo es la cumbre de la sofisticación".

mudanza.
1. f. Acción y efecto de mudar o mudarse.
2. f. Traslación que se hace de una casa o de una habitación a otra.
3. f. Inconstancia o variedad de los afectos o de los dictámenes.
4. f. Cierto número de movimientos que se hacen a compás en los bailes y danzas.
5. f. Mús. Cambio convencional del nombre de las notas en el solfeo antiguo, para poder representar el si cuando aún no tenía nombre.


Dicho lo anterior, pocas veces uno sobrevive íntegramente a una mudanza. La mía, que ha empezado hoy, bautizada (como toda gran batalla, tormenta o huracan que se precie) con el nombre de "Operación Moñigón el último", si todo va bien, terminará el mediodía de este próximo sábado.
Mudo con la primavera, y debe ser por la primera: la mudanza; y por la segunda: la primavera, todo ello junto y en comandita, que tengo la sangre que me circula a una velocidad de vértigo que, a ratos sí y a ratos también, me lleva de acelerón en acelerón y de soponcio en soponcio. Cuadrarlo todo, para que el lunes todo funcione sobre ruedas, solo se puede calificar de "Infierno".

De las cinco acepciones que la Real Academia Española me ofrece cuando me planto ante el término "Mudanza", puedo prometer y prometo (sirva de homenaje al recién fallecido Adolfo Suárez), que ando con las cinco a la vez, todas ellas a retortero. Navegando en tiempos revueltos, convulsos e intrínsecamente complejos, ahí estamos.

C’est la vie. Lo dije desde el principio de esta cibervida y así sigue siendo.




sábado, 22 de marzo de 2014

DÍAS DE VINO Y ROSAS


Blacke Edwards y Henry Mancini, una combinación explosiva en el mundo del cine. Han sido muchas las ocasiones en las que el tándem “Edwards-Mancini” se ha puesto en marcha (“La pantera rosa”, entre otras) y, sin embargo, procurando no menospreciar ninguna de las obras que ambos genios han realizado, me quedo con “Días de vino y rosas”. Un clásico entre los clásicos del cine dramático. Premiada hasta la saciedad: Oscar a la mejor Canción, Golden Laurel en la categoría de Drama, mejor actriz y actor dramático, premio Concha de Plata del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, son una muestra de algunos de esos premios.

Que la vida es pendular, que los seres humanos vamos de un extremo a otro en determinados momentos de nuestra vida, no es ninguna novedad. Perderse en la ínfima línea que separa la felicidad desmedida de los infiernos más profundos, arrastrados por la poderosa fuerza del amor enfermizo, es una realidad tan cierta como que la tierra es redonda. 
“Días de vino y rosas” muestra todo eso en la pantalla, y lo hace desde la apasionada interpretación de Jack Lemmon (Joe Clay) y de Lee Remick (Kristen Arnese). 


Joe Clay, un representante de vida chisposa y sumida en el alcohol, conoce a la joven y anodina Kristen Anersen. Se enamoran perdidamente. El matrimonio y una convivencia presidida por los apasionados momentos que el amor les proporciona, combinados con el horror más espantoso al que el alcohol les arrastra, convertirán su vida en un infierno de infelicidad y mentiras. Anersen, inicialmente reacia a sucumbir a los paraísos artificiales por los que termina vagando Clay, se verá arrastrada a ellos, perdiéndose definitivamente en un mundo inexistente con olor a ginebra. Y ahí quedará, sola, cayendo por la pendiente de un vacío destructivo, porque Clay dejará atrás la bebida sin conseguir que su esposa le siga esta vez.


¿Es posible pasar de la alegría desmedida y artificial, a las ganas de morirse y terminar con todo? ¿Es posible vivir en el terror más absoluto del qué pasará mañana? Pues lo es, en el cine, como en la vida, todo es posible, pero estos tránsitos vitales en la ficción sólo pueden llevarse a cabo cuando para mostrarlos se cuenta con grandes actores. La interpretación de Jack Lemmon es genial. Sus registros en el cine son múltiples y variados y es capaz de hacernos desternillar de la risa ("Con faldas y a lo loco") y al tiempo, con un rotundo cambio de registro, en un estado de shock ("Días de vino y rosas"). Su interpretación en esta película es desgarradora. En una de las escenas Clay (Lemmon), completamente enloquecido grita su desgracia bajo la lluvia, una escena que muestran la capacidad dramática, a veces olvidada, de este gran actor.

Si alguien ha vivido de cerca, en la manera que sea, el horror de las relaciones dependientes, del infierno de la vida mediatizada por el color de la última copa que se tomó, de las resacas insoportables, del miedo a perder el control y no reconocer ni siquiera la cama en la que se encuentra al despertar, de las mentiras como sistema, comprenderá que ésta, y no otra, es una de las mejores películas que muestra estos infiernos personales.

“Días de vino y rosas” nos sitúa al borde del abismo para que, una vez en el filo, nos asomemos con cuidado, nos horroricemos con el infierno de otros y volvamos a nuestra realidad mirando de reojo a cada uno de nuestros costados.

Una película grandiosa, tanto como Jack Lemmon, tanto como Blacke Edwards, tanto como Henry Mancini. Tremenda.

jueves, 20 de marzo de 2014

REFLEXIONES SOBRE LA INMIGRACIÓN


Ayer noche hubo otro asalto a la frontera de Melilla, no sé cuantas personas consiguieron cruzarla, lo que sé es que sean los que sean, hoy pasarán el día, como los próximos que vengan, en el “Centro de internamiento para extranjeros” de aquella ciudad, un trámite previo a su puesta en libertad, subida en un autobús y traslado a la península para que, desde allí, vayan donde quieran o donde puedan pero con futuro absolutamente incierto y abocado a la ilegalidad.

El problema de la inmigración es complejo. Uno de los argumentos que a menudo se utilizan para sobrellevar una situación que nos sobrepasa ya en estos momentos, es  que todo el mundo tiene derecho a buscarse la vida donde quiera y del modo que pueda. Argumento flojo si nos quedamos en eso, porque la realidad no es tan sencilla. La inmigración, como todo flujo humano, para que sea digno y con unas expectativas de vida que no queden estrelladas contra la primera valla a la que se llega, precisa de cierto orden, imprescindible para que las personas que llegan en busca de un futuro puedan ser reabsorbidas e integradas social y económicamente. Un orden y medidas con  las suficientes garantía para que aquellos que llegan, jugándose la vida o no, a nuestro país, no se conviertan en seres excluidos desde un primer momento y pueden, como todo el mundo, vivir sin tener que estar permanentemente en el ojo del huracán de una ilegalidad que, con toda seguridad, les atemoriza.

La emigración, casi siempre, esconde un drama de precariedad económica y carencia de derechos. Porque no nos engañemos, cuando hablamos de inmigrantes nos referimos, casi siempre, a aquellos que cruzan un charco inmenso en unas condiciones penosas, que cruzan fronteras escondidos de cualquier modo, o llegan a cualquier puesto fronterizo con un visado de turista que se convertirá en papel mojado en cuanto traspasen aquella línea imaginaria, porque la intención del que llega no es visitar los monumentos ni degustar la gastronomía española sino la de intentar salir adelante. Esa inmigración es la que nos pone en un brete y la que, por lo mil motivos, se convierte en el escozor permanente de una sociedad incapaz de dar respuesta a las necesidades de los miles de personas que cada año llegan a este país cargados de sueños que se convierten en pesadillas de ilegalidad, centros de internamiento, expulsiones y precariedad económica en el mejor de los casos. A estos, a los que apenas llegan con nada, a los que tienen que empezar a articularse una vida desde la oscuridad es a los que llamamos “inmigrantes”, aunque también lo sean aquellos que llegan con un contrato multimillonario bajo el brazo, o con una cuenta corriente afiladísima de dólares o de cualquier otra moneda. Pero estos no son un problema, sino que incluso son bien recibidos. Y es que en materia de extranjería lo que genera la desconfianza, el miedo, el recelo y el rechazo casi siempre tienen que ver con la capacidad económica del que se tiene enfrente y poco con la nacionalidad o el color de piel.


Hay dos varas de medir, pero la existencia de estas diferencias abismales en el tratamiento de unos y otro tipo de inmigración no deben hacernos perder de vista la realidad de que este país, la de un flujo constante de personas que asoman a nuestra puerta sin saber, o sabiendo que tras ella les espera el infierno. Es imposible que podamos seguir soportando la llegada masiva de extranjeros si no podemos darles una oportunidad, si no se les puede dotar de trabajo, estabilidad y salud física y mental, si no se les pueden garantizar sus derechos;  y es evidente que no podemos hacerlo. Somos la cola de ese león que es Europa y la presión que sufren nuestras ciudades fronterizas, no es solo una cuestión nacional,  sino que afecta a toda la Unión Europea porque somos la puerta de entrada de miles de personas que llegan pidiendo un futuro, un mañana que no cabe en sus países de origen. 
A nadie escapa, si se tiene un mínimo de sentido común, que alguien marche de su casa, de su familia, con voluntad de convertirse en un paria sin recursos, en una persona sin derechos, ni esperanza.
Las políticas migratorias son necesarias, por mucho que algunos las consideren retrógradas y fascistas, como escuchamos cada día. Es preciso que Europa tome cartas en el asunto, que empiece a invertirse en los países de origen, en lugar de explotarlos, para que los ciudadanos de aquellos Estados, que viven en precario, bajo condiciones en ocasiones nefastas, en todos los sentidos, puedan labrarse un mañana sin deslumbrarse por los brillos de países que poco tienen que ofrecerles más que una vida de confinamiento a la ilegalidad.


Las soluciones son complejas, y lidiar cada día con llegadas masivas de personas un problema de difícil solución. Pero no seamos ilusos, a estas oleadas de inmigración masivas, las mismas que estos días están llegando a las costas de Sicilia, necesitan de medidas económicas y sociales de carácter internacional y comunitario que las frenen de un modo efectivo. Son precisas políticas de intervención y solidaridad económica en los países de origen, que los dote de autonomía y la necesidad de marcharse no sea la “primera necesidad”. Y precisamos también de una regulación nacional, respetuosa con los derechos humanos de todos, pero que no decaiga por la presión de la vistosidad de los atroces dramas, que lo son, de quienes llegan en busca de un destino, si no queremos que ese destino, el suyo y el nuestro, se convierta en algo absolutamente insufrible. Porque no todo vale, aunque nos duela el alma cuando conocemos y vemos algunos de los dramas que asoman a nuestras fronteras.


martes, 18 de marzo de 2014

MAÑANA, TAL VEZ.


"El entendimiento. Para mí es esencial. 
Hay muchas otras cosas: la entrega en el sentido emocional, 
no únicamente en el físico.
Pero antes que todo eso está el entendimiento".


El destino tiene las piernas cortas y corre mucho menos de lo que nos creemos.  Puedes volverte ciego, sordo y mudo, pero esa piernas diminutas hasta la deformidad, incluso, te alcanzarán cuando andes distraído y consumiendo días sin pensar.  Será el momento en el que, por necesidad, volverás a ver, oír y si aun es posible, a hablar. Y puede que si tienes suerte, aquel que creías muerto tal vez, solo tal vez, vuelva a caminar cerca, muy cerca, en silencio, sin estridencias, sin sorpresas, entendiendo, sin prisas ya.


domingo, 16 de marzo de 2014

CORRE, CORRE


"Un atleta no puede correr con dinero en los bolsillos. 
Debe hacerlo con fe en su corazón y sueños en su cabeza".

A las nueve de este domingo soleado poca cosa podíamos hacer más que ver pasar a los cientos, miles, de corredores que, armados de una infinita voluntad, zancada tras zancada recorren los cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros que constituyen la maratón de este fin de semana. La carrera de hoy, como muchos otros eventos que se dan en esta ciudad, nos encierra durante unas cuantas horas en un perímetro diminuto en el que hacemos lo que podemos, que, en este barrio y en domingo, es más bien poco.
Una columna de hombres y mujeres llenan la calzada de extremo a extremo, de norte a sur, de derecha a izquierda, sin que quede un mínimo hueco por el que poder colarse los que queremos alejarnos del confinamiento deportivo. El intento de cruzarla es un imposible y una temeridad que puede ponernos a muchos en una situación complicada, a los que corren y a los que huimos de ellos.

En los últimos tiempos, correr está de moda y en esta ciudad no hay fin de semana que no se celebre una carrera. Correr es aparentemente fácil, económico y puede realizarse a cualquier hora del día sin una necesidad de planificación extraordinaria. Debe ser algo estupendo, y lo digo no sin cierto punto de malsana envidia a la vista de mi incapacidad de engancharme a cualquier actividad deportiva que no pase por sumergirse en una piscina y en el posterior jacuzzi después de elaborar un complicado cuadrante de horas.

Las calles, con esta nueva moda nacida al socaire de una crisis monumental, se han llenado de gente y más gente que ha sustituidos los gimnasios por las aceras de la ciudad. Ingentes cantidades de gente que corren hacia alguna parte que, a buen seguro, no está en ningún punto geográfico concreto, sino un poquito más al norte o más al sur de lo que su cabeza y las endorfinas le indicaron la última vez que salieron a correr.

Los runners dicen que correr les proporciona un bienestar increíble una vez han conseguido superar la fase de los dolores musculares, del ahogamiento y otras malandrinadas que el esfuerzo físico les provoca. Dicen que correr les da la posibilidad de superarse a sí mismos, y el disfrute del subidón de alguna sustancia química que generan y cuyo nombre ignoro, pero que se reparte por los machacados cuerpos de los nuevos urbanitas corredores, convirtiéndoles por momentos en los amos del mundo, calzados con deportivas. Me parece extraordinario e imposible para alguien como yo.

Pero, ¿es el running, como dicen, un estilo de vida? Creo que no lo es.  Pero yo no corro, o al menos no corro intentando batir mis propios tiempos mientras sobrevuelo el asfalto. Mis carreras se limitan a mi vida diaria, corriente y rutinaria, a ir de aquí para allí, de allí para acá y vuelta a empezar para, como puedo, intentar vivir despacio los pocos momentos que las prisas de la vida me lo permiten.

Puede que mi correr no sea demasiado productivo en materia de bienestar porque, contrariamente a lo que les ocurre a los runners con sus carreras, el correr, mi correr, me provoca un gran estrés y la sensación de agotar la chispa de mi vida.

Es por esto que esta mañana, mientras veíamos, de un modo admirado, correr a aquellos hombres y mujeres que intentaban alcanzar una meta o batir sus propias marcas con unas zancadas rítmicas y regulares, un grupito de añosos despistados, con el periódico bajo el brazo, apoyados en las vallas con las que el Ayuntamiento nos ha encerrado, intentábamos pergeñar un plan para saltarnos el confinamiento y cruzar de la acera montaña a la acera mar para, de un modo quedo y tranquilo, tomar el primer café de la mañana, despellejando la prensa y sus maldades. Porque eso es lo que hacemos los domingos corrientes, eso nos devuelve la vida, nos pone guapos, tranquilos, y nos repone las pilas para así, el resto de la semana, poder correr de aquí para allí y de allí para aquí, aunque sin saber demasiado bien hacia dónde vamos. Pero ese intento de ir despacio, contracorriente si se quiere, no me libra de sentir cierta envidia por aquellos a los que corren por correr, zapatillas en ristre, para ellos mi absoluta admiración.




miércoles, 12 de marzo de 2014

IL Y A LONG TEMPS QUE JE T'AIME - O CUANDO LAS COSAS SON COMO SON-


 


La sensibilidad es una característica difícil de esconder aunque uno trate de hablar de temas escabrosos, difíciles o tuertos. Con Philippe Claudel ocurre precisamente eso. Sus novelas, su película (esta es su opera prima), destilan siempre una suerte de sensibilidad que no se desprende, al menos en el caso del cine, de los argumentos que plantea, sino del trabajo que realiza con sus personajes y, en este caso, con la manera como dirige a sus actores. Un argumento mediocre puede resultar sublime al dotarle de cara, de vida, de movimientos a través del comportamiento de sus personajes. Eso se consigue en el cine, en la literatura.


 ”Il y a longtemps que je t’aime, se sostiene sobre dos mimbres. El primero, un argumento pobre, muy pobre y manido. Una mujer que pasa los últimos quince años de prisión por haber matado a su hijo. Al cumplir su condena, debe volver a emprender su vida y regresar a una sociedad que rechaza lo desconocido y oscuro. En este caso, las circunstancias objetivas de la muerte provocada del propio hijo, son las que impiden que la protagonista, Juliette (Kristin Scott Thomas), la incomprensión de los que nada quieren saber, ni entender, dificultan su regreso a su vida diaria
El segundo de los mimbres, la conjunción de dos actrices excepcionales en sus papeles, Kristin Scott Thomas (Juliette Fontaine) y Elsa Zylberstein (Léa Fontaine), dos hermanas distanciadas por la edad, por el destino y por vidas que nada tienen que ver la una con la de la otra. No me sorprende el papelón de Kristin Scott Thomas. Alejada de los estereotipos hollywoodianos, nos muestra, en esta ocasión, a una mujer corriente, desgarrada, solitaria, huidiza y hundida en el pesar de la decisión tomada. Scott Thomas es una actriz fabulosamente camaleónica, creíble, atractiva siempre y estupenda. Si unos ojos pueden hablar sin pronunciar palabra son los suyos.

Huera de efectos especiales, de grandes aspavientos técnicos, el director nos centra en la historia. Un debate entre la recuperación personal. La muerte como opción de un tercero, el silencio como modo de vida y la toma de decisiones dolorosas que marcan para siempre.



Una película que comienza con el deslizar de dos gotas de agua y finaliza de la misma manera. Una historia intensa personificada en la naturalidad de una mujer que encierra su vida en un silencio del que nadie, salvo su otra mitad (Léa), logra arrancarla. Una película  para verla centrando atención en la actuación de las dos actrices principales, en el entorno en el que se mueven, en el pesar en el que viven y olvídense del argumento, porque éste es pura anécdota.


)


domingo, 9 de marzo de 2014

EL BÁLSAMO DE FIERABRÁS

Por desgracia, a ella le gustaban más los atardeceres que las llaves
 y terminó desapareciendo en uno.


El inicio de algunas discusiones es tan absolutamente absurdo, como estúpidas las consecuencias que acarrean. Basta una chispa para que, cuando hay yesca acumulada, prenda sin control y acabe arrasando con buena parte de lo que existió minutos antes, desapareciendo aquello que quizá no era tan sólido como se creía y lo convierta en humo.

Retorcer las manos, contener la voz que se agazapa en la boca del estómago, y dar media vuelta para evitar tener que arrepentirse del siguiente paso. Cambiar el sentido del camino, alejarse incluso físicamente, dar la espalda para que la fractura quede, si aun se está a tiempo, en un simple rasguño que se disimulará, casi siempre, bajo grandes dosis de silencio y algo de obstinación.

Las relaciones personales son frágiles, muy frágiles; y el bálsamo para su males, como el de Fierabrás, inútil cuando la herida ya es demasiado profunda.




viernes, 7 de marzo de 2014

DIARIO DE UNA MUJER DESPEINADA( III)



Me mantengo quieta, tumbada sobre las baldosas, respiró poco a poco y me escucho. No he muerto. Espero durante horas que una estrella fugaz cruce el cielo y caiga en el Retiro. Pero esto no es un cuento, ni un monte perdido, es el centro de Madrid y las estrellas andarán de copas o por Sol reivindicando su derecho a no conceder ni un triste deseo si no les da la gana. El cielo sigue oscuro y aunque es julio y la noche empieza a despejar, ni una sola estrella asoma por ninguna parte.


Una gota de sudor resbala por mi espalda. Todo se diluye. Mañana, con la luz del día y unos cuantos fantasmas menos, cambiaré las sábanas, las claves de la cuenta corriente y me cortaré el pelo.

martes, 4 de marzo de 2014

SIN QUERERLO


"Puede que lo que hacemos no traiga siempre la felicidad,
 pero si no hacemos nada, no habrá felicidad


Hace días que quería escribirte pero, por una cosa o por otra, acabo desechando la idea de hacerlo. En estos últimos meses las cosas han cambiado mucho. ¿Qué te voy a decir que tú no sepas? Aunque en realidad, ese saber no es más que una intuición que se forja por las cuatro pinceladas que, de un modo un tanto exiguo, recogemos por ahí.

¿Por qué hoy y no otro día? No hay motivo especial. Esta noche soñé con un mar embravecido. Entre el bamboleo me acordé de ti y te eché de menos de una forma precisa, punzante.  Pero al despertar, con el sabor salado aún en la boca, la rutina borró de un plumazo cualquier recuerdo, aunque por algún resquicio que se me escapa, se coló cierta sensación de incertidumbre, y titubeé mientras escribía una nota que dejé colgada en el refrigerador para no olvidar las cosas que nada importan, y pensé, sin dejarlo en ninguna nota, que debía escribirte. Debió ser por la espesura de la madrugada, o por el frío de las baldosas que, sin quererlo, te eché de menos. 
Puede que esa sensación, que no te es desconocida, no desaparezca nunca, o puede que sí. Siempre hay un tiempo para las cosas y sé que de nada sirve mirar atrás, pero aun así, y sin quererlo, te eché de menos .

domingo, 2 de marzo de 2014

HIROSHIMA MON AMOUR -ALAIN RESNAIS-


"Tú no has visto nada en Hiroshima, nada".

Hace unas semanas en una tertulia de sobremesa alguien me preguntó, tú que escribes cosas de cine ¿Cuál es tu película favorita? Contesté que no lo sabía. No me creyó. Supongo que jamás ha leído lo que escribo y por eso no sabía que tengo muchas películas entre mis favoritas. Cuando me hacen este tipo de preguntas, me siento incapaz de decidirme por una en concreto, porque si bien la lista casi siempre es la misma, el orden de preferencia depende mucho del momento personal en el que me encuentre, lo mismo me pasa con los libros, incluso con la música.
Por eso no puedo dar un único título. Unas me gustan mucho y con el tiempo se difuminan hasta desaparecer, pero hay otras que son eternas, y esas sé que permanecen siempre conmigo. Una de ellas es "Hiroshima mon amour" de Alain Resnais.


El guión de "Hiroshima mon amour" fue escrito por Marguerite Duras, garantía más que segura de que la historia que contiene no es cualquier cosa. Aquí, un amor pasado que lo condiciona todo. Una historia triste, desgarradora que de la mano de Resnais se transforma en un espectáculo magnifico. Una película que me cautivó la primera vez que la vi y que cada vez que vuelvo a ella algo encuentro de nuevo,  no me deja indiferente. Es una combinación perfecta de imagen (en blanco y negro), de sonido, de diálogos. Una maravilla del cine. ¿Cabe la poesía a través de un montaje visual? Resnais nos demuestra que sí, es posible.

El comienzo como si de un documental se tratara, muestra los desastres de la bomba atómica sobre Hiroshima y su población. Desde ahí parte la historia; un actriz francesa, (Emmanuelle Riva) que se encuentra en Hiroshima para rodar una película sobre la paz, vive un intenso idilio con un arquitecto japonés (Eijida Okada). Una aventura entre dos desconocidos, que no debía tener mayor trascendencia, pero aquellas escasas horas de intimidad, esa última noche de pasión, devuelven a la protagonista al doloroso recuerdo del amor imposible que quedó en Francia. Un viaje al interior de sus personajes, con continuos retrocesos al pasado y vuelta al instante en que explotó la bomba atómica. Regresos a los momentos en que su protagonista tuvo en Francia y a una vida que no fue que se encadenan con unas conversaciones de una intimidad abrumadora, una evidencia de la fragilidad humana, de la necesidad de amar y de las profundas huellas que deja el dolor.

Puedo afirmar que nos encontramos ante una de las películas más bellas de la historia del cine. Bella en su fotografía, en sus diálogos, en su historia, en lo que cuenta y en lo que tenemos que intuir porque la guionista y su director sólo nos lo apuntan.


Resnais utiliza con toda perfección los recursos. La voz en off de Emmannuelle Riva, a lo largo de la película, trasforma en especial, en verdaderamente especial, los momentos en los que estos monólogos se producen. Los cambios de color, apreciables por el contraste del blanco y negro más duro del documental, a la tonalidad de grisáceos en las escenas donde se desarrolla el romance de los protagonistas. Estos cambios tienen todo su sentido y al espectador no le pasan desapercibidos en momento alguno. Miles de detalles que convierten esta historia de amor en una obra de arte. Los diálogos, escritos como he dicho por Marguerite Duras, tienen tal intensidad que es imposible no sucumbir a la pasión y sensibilidad que desprenden.

“Hiroshima mon  amour” es una vida vivida en una jornada. Hiroshima el lugar común donde dos desconocidos, tan lejanos uno del otro, con vidas ajenas e irreconciliables, encuentran un territorio en el que todo puede ser, donde se pueden amar, y ese lugar es tan material como imaginado. Por eso él no tiene nombre, ni ella tampoco, por eso ella le dirá: Hiroshima, ése es tu nombre. Hoy contestaría que mi película favorita, sin duda, es “Hiroshima mon amour”.


(*) Texto escrito en noviembre de 2010