"Un atleta no puede correr con dinero en los bolsillos.
Debe
hacerlo con fe en su corazón y sueños en su cabeza".
A las nueve de este domingo
soleado poca cosa podíamos hacer más que ver pasar a los cientos, miles, de
corredores que, armados de una infinita voluntad, zancada tras zancada recorren
los cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros que constituyen la
maratón de este fin de semana. La carrera de hoy, como muchos otros eventos que
se dan en esta ciudad, nos encierra durante unas cuantas horas en un perímetro
diminuto en el que hacemos lo que podemos, que, en este barrio y en domingo, es
más bien poco.
Una columna de hombres y mujeres llenan la calzada de
extremo a extremo, de norte a sur, de derecha a izquierda, sin que quede un
mínimo hueco por el que poder colarse los que queremos alejarnos del confinamiento
deportivo. El intento de cruzarla es un imposible y una temeridad que puede
ponernos a muchos en una situación complicada, a los que corren y a los que
huimos de ellos.
En los últimos tiempos, correr está de moda y en esta ciudad
no hay fin de semana que no se celebre una carrera. Correr es
aparentemente fácil, económico y puede realizarse a cualquier hora del día sin
una necesidad de planificación extraordinaria. Debe ser algo estupendo, y lo
digo no sin cierto punto de malsana envidia a la vista de mi incapacidad de
engancharme a cualquier actividad deportiva que no pase por sumergirse en una
piscina y en el posterior jacuzzi después de elaborar un complicado cuadrante de horas.
Las calles, con esta nueva moda nacida al socaire de una
crisis monumental, se han llenado de gente y más gente que ha sustituidos los
gimnasios por las aceras de la ciudad. Ingentes cantidades de gente que corren
hacia alguna parte que, a buen seguro, no está en ningún punto geográfico concreto,
sino un poquito más al norte o más al sur de lo que su cabeza y las endorfinas
le indicaron la última vez que salieron a correr.
Los runners dicen que correr les proporciona un bienestar increíble una vez han conseguido superar la fase de los dolores musculares, del
ahogamiento y otras malandrinadas que el esfuerzo físico les provoca. Dicen que
correr les da la posibilidad de superarse a sí mismos, y el disfrute
del subidón de alguna sustancia química que generan y cuyo nombre ignoro, pero que se reparte por
los machacados cuerpos de los nuevos urbanitas corredores, convirtiéndoles por
momentos en los amos del mundo, calzados con deportivas. Me parece
extraordinario e imposible para alguien como yo.
Pero, ¿es el running,
como dicen, un estilo de vida? Creo que no lo es. Pero yo no corro, o al menos no corro intentando
batir mis propios tiempos mientras sobrevuelo el asfalto. Mis carreras se
limitan a mi vida diaria, corriente y rutinaria, a ir de aquí para allí, de allí para acá y vuelta a empezar para, como puedo, intentar vivir despacio los pocos momentos que las prisas de la vida me lo
permiten.
Puede que mi correr no sea demasiado productivo en materia
de bienestar porque, contrariamente a lo que les ocurre a los runners con sus
carreras, el correr, mi correr, me provoca un gran estrés y la sensación de
agotar la chispa de mi vida.
Es por esto que esta mañana, mientras veíamos, de un modo
admirado, correr a aquellos hombres y mujeres que intentaban alcanzar una meta o batir sus propias
marcas con unas zancadas rítmicas y regulares, un grupito de añosos despistados, con el periódico bajo el brazo, apoyados en las vallas con las que el Ayuntamiento nos ha encerrado, intentábamos pergeñar un plan para saltarnos el confinamiento y cruzar de la
acera montaña a la acera mar para, de un modo quedo y tranquilo, tomar el
primer café de la mañana, despellejando la prensa y sus maldades. Porque eso es
lo que hacemos los domingos corrientes, eso nos devuelve la vida, nos pone guapos, tranquilos, y nos repone las
pilas para así, el resto de la semana,
poder correr de aquí para allí y de allí
para aquí, aunque sin saber demasiado bien hacia dónde vamos. Pero ese intento de ir despacio, contracorriente si se quiere, no me libra de
sentir cierta envidia por aquellos a los que corren por correr, zapatillas en
ristre, para ellos mi absoluta admiración.
Os he visto (a ese grupito de añosos) discutiendo en la acera mar-montaña. Mientras yo pulverizaba mi marca personal de la maratón, vosotros vociferábais sobre la actualidad como tertulianos en hora punta. Creo que vuestro consumo de energía es mayor, pensaré un cambio de actividad.
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Se nos pone la adrenalina por las nubes pero la bajamos con un bocata de jamón, cosa de añosos. Un abrazo
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