La sensibilidad es una
característica difícil de esconder aunque uno trate de hablar de temas
escabrosos, difíciles o tuertos. Con Philippe Claudel ocurre
precisamente eso. Sus novelas, su película (esta es su opera prima), destilan
siempre una suerte de sensibilidad que no se desprende, al menos en el caso del
cine, de los argumentos que plantea, sino del trabajo que realiza con sus personajes
y, en este caso, con la manera como dirige a sus actores. Un argumento mediocre puede
resultar sublime al dotarle de cara, de vida, de movimientos a través del
comportamiento de sus personajes. Eso se consigue en el cine, en la literatura.
”Il y a longtemps que je t’aime”, se sostiene sobre dos
mimbres. El primero, un argumento pobre, muy pobre y manido. Una
mujer que pasa los últimos quince años de prisión por haber matado a su hijo.
Al cumplir su condena, debe volver a emprender su vida y regresar a una
sociedad que rechaza lo desconocido y oscuro. En este caso, las circunstancias
objetivas de la muerte provocada del propio hijo, son las que impiden que la
protagonista, Juliette (Kristin
Scott Thomas), la
incomprensión de los que nada quieren saber, ni entender, dificultan su regreso
a su vida diaria
El segundo de los
mimbres, la conjunción de dos actrices excepcionales en sus papeles, Kristin
Scott Thomas (Juliette
Fontaine) y Elsa Zylberstein (Léa Fontaine), dos hermanas
distanciadas por la edad, por el destino y por vidas que nada tienen
que ver la una con la de la otra. No me sorprende el papelón de Kristin
Scott Thomas. Alejada de los estereotipos hollywoodianos, nos muestra, en
esta ocasión, a una mujer corriente, desgarrada, solitaria, huidiza y hundida en el
pesar de la decisión tomada. Scott Thomas es una actriz fabulosamente
camaleónica, creíble, atractiva siempre y estupenda. Si unos ojos
pueden hablar sin pronunciar palabra son los suyos.
Huera de efectos
especiales, de grandes aspavientos técnicos, el director nos centra
en la historia. Un debate entre la recuperación personal. La muerte como opción
de un tercero, el silencio como modo de vida y la toma de decisiones
dolorosas que marcan para siempre.
Una película que
comienza con el deslizar de dos gotas de agua y finaliza de la
misma manera. Una historia intensa personificada en la naturalidad de una mujer
que encierra su vida en un silencio del que nadie, salvo su otra mitad (Léa), logra
arrancarla. Una película para verla
centrando atención en la actuación de las dos actrices principales, en el
entorno en el que se mueven, en el pesar en el que viven y
olvídense del argumento, porque éste es pura anécdota.
)
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