lunes, 31 de enero de 2011

IGUALDAD. CAFÉ Y PASTITAS


Hace unas semanas me invitaron a participar en un  desayuno dirigido a esplendorosísimos/-as ejecutivos/-as, en el que, entre café y pastitas, se iba a debatir sobre el Derecho Fundamental a la Igualdad y su implantación de los Planes de Igualdad tanto en las empresas privadas como en las administraciones públicas.
Acostumbro a aceptar estas invitaciones por dos cuestiones:  la primera y fundamental porque creo en ellas y la segunda porque para ello me pagan.
Esta mañana no iba a ser distinto. Cuando he llegado a la sede de la compañía que lo organizaba, he comprobado que el auditorio, de unas 30 personas, estaba formado, en igual número por ejecutivos y ejecutivas. 
La mesa era paritaria, igual número de hombres que de mujeres. Todo perfectamente estudiado para que, al menos formalmente, todo pareciera políticamente correcto.
Hasta aquí todo bien, al menos aparentemente. 
Los cauces de la charla han empezado a desmandarse, en un tono exquisitamente “correcto”, eso sí, cuando alguien ha pretendido desviar el discurso a posiciones de poder. A que las mujeres somos, por nuestra condición, las que en estos momentos debemos dirigir el mundo y a defender poco menos que tenemos derecho a hacerlo tan mal como en el pasado lo han hecho los caballeros que han gobernado los designios de este nuestro planeta. A afirmar, sin rubor, que tenemos el mismo derecho a despendolarnos sexualmente, a despreocuparnos de lo que hay en casa para que se ocupen ellos de ese escenario, a estar largas horas sentadas en despachos, fábricas o donde sea matando horas y que sean ellos quienes se ocupen del cuidado de los niños, etc.
Obviamente, los ojos han comenzado a hacerme chiribitas y a no dar crédito a lo que estaba oyendo, entre otras cosas porque la señora estaba confundiendo la gimnasia con la magnesia y estaba desviando el discurso a posiciones irracionales y dialéticamente peligrosas.
Nada de lo que mi contertulia decía tiene que ver con la igualdad, con el derecho a la igualdad de trato y de oportunidades. Nada.
La señora que daba este discurso creo que va muy equivocada, por mucho género neutro que utilizara en toda su intervención y mucha vehemencia en el disparo de su peligrosas palabras.

La igualdad de trato y de oportunidades nada tiene que ver con si los hombres y las mujeres debemos tener iguales comportamientos despóticos los unos para con los otros. 
Y es que yo empiezo a estar hasta el gorro de ciertos “feminazismos”, en los que el discurso sobre la igualdad se realiza desde posiciones tan recalcitrantemente totalitarias que provocan rubor.
No me cansaré de repetir que existen enormes diferencias entre hombres y mujeres. Diferencias que son patrimonio del género al que pertenecemos y que, en su foro, no son ni buenas ni males, simplemente distintas. En la diversidad y su compaginación está la riqueza social. Debemos aprender a complementarnos, reconocernos y no excluirnos.

Es cierto que algunas de las diferencias esenciales entre hombres y mujeres son culturales, de roles y de tipos y estereotipos incrustados en nuestras mentes que en algunos casos pueden carecer de sentido, pero la historia tiene un peso y a veces nos arrastra. Es por eso, que de lo que se trata es de reconducir comportamientos y formación para que esas diferencias no supongan una perdida de derechos para unas, ni una ventajas para otros. 
Las diferencias no deben justificar jamás, entre hombres y mujeres, una desigualdad en el trato ni en la igualdad de oportunidades.
Creo defender a ultranza mis derechos. El derecho a ser tratada dentro de la comunidad sin que se me minusvalores por mi condición de mujer, estoy segura de haberlo conseguido. Sin embargo, no quiero que se me otorgue ventaja alguna precisamente por mi condición femenina.
Soy lo que soy, y pretendo tener las mismas oportunidades que el señor que se me sienta enfrente. Y quiero lo mismo, porque la igualdad radica precisamente en eso, en recibir el mismo trato en idénticas condiciones y un trato desigual en condiciones desiguales.
No sé si me volverán a invitar. Debo decir que el café estaba delicioso y las pastitas también.

domingo, 30 de enero de 2011

HALLAZGO

 

Llegué pronto, apenas un rayo de luz y un poco de aire. En mi bolsillo una edición barata, dos horas por delante y unas gafas que lo esconden todo. Vuelvo con el oído convertido en una caracola. El viento se coló sin pedir permiso y ahora no dejo de escuchar un mar que sólo he visto de lejos.
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 HALLAZGO -Pedro Salinas

No te busco
Porqué es que es imposible
encontrarte así, buscándote.

Dejarte. Te dejaré
como olvidada
y pensando en otras cosas
para no pensar en ti,
pero pensándote a i
en ellas, disimulada.
Frases simples por los labios
"Mañana, tengo que hacer..."
"Eso sí, mejor sería..."
Distracción. ¡Qué fácil todo,
qué sencillo todo ya, tú
olvidada!

Y entonces, 
de pronto -¿por cuál será 
de los puntos cardinales?-
Te entregarás, disfrazada
de sorpresa,
con ese traje tejido
de repente, de improvisos,
puesto para sorprenderme
que yo mismo te inventé.

Michael Nyman - The Departure



© Fotografía naq

sábado, 29 de enero de 2011

MICROMUNDO DE PILETA


Tal vez la elección del día para volver a nadar no ha sido la más adecuada. Una mañana de sol transmutada en la réplica del diluvio universal. Cortinas de agua que han terminado por arrancarnos de terrazas y veladores. Hay poca gente en la calle pero yo necesito pisar las aceras. No me importan los charcos, ni las salpicaduras que he conseguido llenen los bajos de mis vaqueros a base de pisadas firmes. Me da igual, el agua me devuelve la vida.

Necesito recuperar, poco a poco, las cosas que siempre me han gustado. Lo catatónico no puede ser eterno. Por eso, dejé en casa las gafas de sol, cogí el paraguas, la bolsa que llevaba semanas olvidada en un rincón y me fuí a nadar.

Brazada tras brazada he sido capaz de comprender lo que en tierra firme no puedo.
Mientras sumerjo la cara en el agua, siento que vuelvo a mi estado natural. Vislumbro mi vida, lo que he hecho con ella, y transformo el mundo con dos pensamientos y un movimiento firme del brazo. Bajo el agua todo es fácil.
Sé que es sólo un espejismo, que cuando vuelva a pisar las baldosas que rezuman una humedad casi enfermiza, todo volverá a su sitio, al lugar al que la tozuda realidad lo devuelve todo.
Pero durante un tiempo, el universo se convierte en mi micromundo,  un lugar al que accedo con el simple movimiento de una mano y la expiración de un aire que ya se ha corrompido.
Todo varía cuando transformo el universo con la mirada que le imprimo. Todo recobra su sentido.
Fácil, a veces es muy fácil.


Julie London - As time goes by







viernes, 28 de enero de 2011

AIRE


A los pies de mi cama reposa un baúl de madera. Fue bautizado, hace ya algunos años, como el baúl del “por si acaso”. Ayer, mientras buscaba la póliza del seguro de mi casa, rescaté una carpeta de papeles, fotografías y demás.  
Me senté en el suelo porque no de otra manera se puede leer y ver algunas cosas. Encontré las notas que escribí el día que falleció mi padre. Era un sábado, el frío nos había dado una tregua y un tímido sol vestía la mañana. El día había amanecido esplendoroso, pero aún así supe, aún  no sé como, que no pasaría de ese día. Cruce Barcelona y tuve la certeza, de nuevo, que era la última vez que recorría ese camino.
Leer hoy, con la perspectiva del tiempo, lo escrito sobre un momento que entonces estaba por llegar, en el que todo se basaba en incertidumbres, se me hace extraño, y me maravillo ante la  capacidad que tenemos las personas para percibir, intuir sin saberlo, como discurrirán los acontecimientos, nuestros estados personales y nuestros propios sentimientos.
No fueron buenos días, tampoco estos lo son. Deberíamos aprender a elaborar el duelo ante las pérdidas que súbitas o esperadas nos dejan tiritando. Deberíamos poder exorcizar la pena cuando nos invade y pensar, aunque nos parezca imposible, que podremos continuar caminando con la mirada al frente. Nada, salvo nuestro propio final, nos puede detener.
Las ausencias pueden ser como piedras en un bolsillo que nos hunden al intentar cruzar el río. Sin embargo, prefiero pensar, aunque a veces ni yo misma lo creo, que se convierten en el aire que nos empuja, a pesar del dolor con el que lo impregnan todo,  hacia el maravilloso futuro que nos espera aún sin saberlo.
Ayer volví a guardar con cuidado lo anotado aquel día mientras viajaba en la parte trasera de un autobús. Abro la ventana, ni siquiera los dos grados de temperatura me acobardan. Necesito aire.

jueves, 27 de enero de 2011

BALA EN EL CEREBRO -Tobias Wolff-


La elección de los tiempos es esencial.
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Anders no pudo llegar al banco sino hasta justo antes del cierro, así que  por supuesto la fila era interminable y quedó atascado detrás de dos mujeres cuya bulliciosa y estúpida conversación lo pusieron de un humor asesino.  De todos modos él nunca estaba en el mejor de los humores, Anders – un crítico literario conocido por el abrumado y elegante salvajismo con que despachaba casi todo lo que reseñaba.
Con la fila aún doblando alrededor de la cuerda, una de las cajeras pegó una señal de “CAJA CERRADA” en su ventana y caminó hasta el fondo del banco, donde se apoyo contra un escritorio y comenzó a pasar el rato con un hombre que revolvía unos papeles.  Las mujeres enfrente de Anders interrumpieron su conversación y miraron a la cajera con odio.  “Ah, qué bien,” una de ellas dijo.  Volteó hacia Anders y añadió, convencida de su acuerdo, “Uno de esos toquecitos humanos que nos mantienen regresando por más.”
Anders había concebido su propio violento odio contra la cajera, pero inmediatamente lo desvió hacia la llorona presumida delante de él.  “Condenadamente injusto,” dijo él.  “Trágico, de verdad.  Si no están amputando la pierna equivocada, o bombardeando una aldea ancestral, están cerrando una de sus ventanillas.”
Ella se mantuvo firme.  “No dije que fuera trágico,” dijo.  “Tan sólo pienso que es una pésima manera de tratar a los clientes.”
“Imperdonable,” dijo Anders.  “El cielo tomará nota.”
Ella se chupó las mejillas pero fijó su mirada más allá de él y no dijo nada.  Anders vio que la otra mujer, su amiga, estaba mirando en la misma dirección.  Y luego los cajeros pararon lo que estaban haciendo y los clientes giraron lentamente, y el silencio invadió el banco.  Dos hombres con pasamontañas negro y traje de negocios azul estaban parados al lado de la puerta.  Uno de ellos tenía una pistola contra el cuello del vigilante.  Los ojos del vigilante estaban cerrados y sus labios se movían.  El otro hombre tenía una escopeta recortada.  “¡Mantengan la bocota cerrada!” dijo el hombre de la pistola, aunque nadie había dicho una palabra.  “Si alguno de los cajeros activa la alarma, todos son carne muerta.  ¿Entendieron?”
Los cajeros asintieron.
“Oh, bravo,” dijo Anders.  “Carne muerta.” Volteó hacia la mujer frente a él.  “Gran guión, eh? La austera y puñetera poesía de las clases peligrosas.”
Ella lo miró con los ojos ahogados.
El hombre con la escopeta empujó al vigilante hasta hacerlo arrodillar.  Le entregó la escopeta a su compañero y tiró las muñecas del vigilante hasta su espalda y las aseguró con un par de esposas.
Lo tumbó en el piso con una patada entre los omóplatos.  Luego, tomó su escopeta y fue hacia la puerta de seguridad al final del mostrador.  Era bajo y pesado y se movía con una peculiar lentitud, incluso con torpeza.  “Déjenlo entrar,” dijo su socio.  El hombre de la escopeta abrió la puerta y se paseó a lo largo de la línea de los cajeros, entregándole a cada uno una bolsa resistente.
Cuando llegó a la ventanilla vacía miró al hombre de la pistola, quien dijo, “¿De quién es esa rendija?”
Anders observó a la cajera.  Ella puso su mano en su garganta y volvió hacia el hombre con quien había estado hablando.  Él asintió.  “Mía,” dijo ella.
“Entonces pon tu feo culo en movimiento y llena esa bolsa.”
“Allí tiene,” le dijo Anders a la mujer enfrente de él.  “Se hace justicia.”
“¡Oye, chico listo! ¿Te dije que hablaras?”
“No,” dijo Anders.
“Entonces cierra el pico.”
“¿Escuchaste eso? dijo Anders.  “‘Chico listo.’ Sacado justamente de ‘Los Asesinos’.”
“Por favor, cállese,” dijo la mujer.
“Oye, ¿eres sordo o qué?”  El hombre de la pistola se acercó a Anders.  Le clavó la pistola a Anders en la tripa.  “¿Crees qué estoy jugando?”
“No,” dijo Anders, pero el cañón le hacía cosquillas como un dedo rígido y el tuvo que contener la risa tonta.  Esto lo hizo mirando fijamente a los ojos del hombre, que eran claramente visibles detrás de los huecos del pasamontañas: azul claros, crudamente bordeados de rojo.  El parpado del ojo izquierdo mantenía un tic.  El hombre exhaló un penetrante olor a amoniaco que sobresaltó a Anders más que cualquier cosa que había pasado, y estaba a punto de comenzar a desarrollar una sensación de molestia cuando el hombre lo instigó nuevamente con la pistola.
“¿Te gusto, chico listo?” dijo.  “¿Quieres chupármela?”
“No,” dijo Anders.
“Entonces deja de mirarme.”
Anders fijo su mirada en los brillantes mocasines del hombre.
“No ahí abajo.  Allá arriba.” Pegó la pistola bajo el mentón de Anders y la empujó hacia arriba hasta que Anders quedó mirando el techo.
Anders nunca había prestado mucha atención a esa parte del banco, un pomposo viejo edifico con pisos, mostradores y columnas de mármol, y espirales dorados en las ventanillas de las cajas.  La cúpula había sido decorada con figuras mitológicas envueltas en togas a cuya carnosa fealdad Anders le había echado un vistazo hacía muchos años y después había declinado prestar atención.  Ahora no tenía más elección que examinar la obra del pintor.  Era incluso peor de lo que él recordaba, y toda ella ejecutada con suprema seriedad.  El artista tenía unos pocos trucos bajo la manga y  los usaba una y otra vez – un cierto rubor rosado en la parte inferior de las nubes, una modesta mirada hacia atrás en los rostros de los cupidos y faunos.  El techo estaba abarrotado con varios dramas, pero el que capturó la atención de Anders fue el de Zeus y Europa – retratados, en esta versión, como un toro coqueteando a una vaca desde detrás de un montón de heno.  Para hacer la vaca sexy, el pintor le había inclinado sugestivamente las caderas y le había dado unas largas y lánguidas pestañas a través de las cuales ella le regresaba la mirada al toro con una sensual bienvenida.  El toro llevaba una sonrisa de suficiencia y sus cejas estaban arqueadas.  Si hubiera habido una burbuja de historieta saliendo de esa boca habría dicho, “¡Mamita! ¡mamita!”
“¿Qué es tan gracioso, chico listo?”
“Nada.”
“¿Crees que soy cómico? ¿Crees que soy una especie de payaso?”
“No.”
“¿Crees que puedes joder conmigo?”
“No.”
“Vuelve a joder conmigo y serás historia.  ¿Capiche?”
Anders estalló en risa.  Cubrió su boca con ambas manos y dijo, “Lo siento, lo siento,” luego resopló impotentemente a través de sus dedos y dijo, “Capiche –oh dios, capiche,” y en ese momento el hombre de la pistola la levantó y le disparó a Anders en la cabeza.
La bala destrozó el cráneo de Anders y se abrió paso en su cerebro y salió por detrás de su oreja derecha, esparciendo fragmentos de hueso en la corteza cerebral, el cuerpo calloso, atrás hacia los ganglios basales, y abajo en el tálamo.  Pero antes que todo esto ocurriera,  la primera aparición de la bala en el cerebro desencadenó una serie crepitante de trasportes iónicos y neurotransmisiones.  A causa de su peculiar origen, éstas trazaron un patrón peculiar, reviviendo fortuitamente una tarde de verano de cuarenta años atrás, y que desde hacía mucho tiempo se había olvidado.  Después de impactar el cráneo, la bala se estaba moviendo a 900 pies por segundo, un ritmo patéticamente lento y glacial comparado con la iluminación sináptica que destellaba alrededor de ella.  Es decir que una vez en el cerebro la bala quedó bajo la mediación del tiempo cerebral, lo que le dio a Anders mucho tiempo libre para contemplar la escena que, en una frase que él hubiera aborrecido, “pasó ante sus ojos.”
Vale la pena mencionar lo que Anders no recordó, habida cuenta de lo que sí recordó.  No recordó a su primer amante, Sherry, o lo que él más había amado locamente  de ella, antes que empezara a irritarlo –su desvergonzada carnalidad, y especialmente la manera cordial que ella tenía con su aparato, el cual llamó Señor Topo, como en, “Uh-oh, parece que el Señor Topo quiere jugar,” y “¡Escondámonos Señor Topo!”  Anders no recordó a su esposa, a quien también había amado hasta que lo cansó con su previsibilidad, o a su hija, ahora una huraña profesora de economía en Dartmouth.  No recordó estar de pie justo enfrente de la puerta de la habitación de su hija mientras ella sermoneaba su osito de peluche sobre sus travesuras y describía los castigos verdaderamente terribles que éste recibiría en sus garras a menos que cambiara su comportamiento.  No recordó una sola línea de los cientos de poemas que  había aprendido de memoria en su juventud para poderse erizar la piel a voluntad –ni “y mudos en una cima del Darién,” o “Dios mío, me enteré el día de hoy,” o “¿Todos mis seres bonita? ¿Has dicho todo? ¿¡Infierno O-Kite! ¡Todos!?” ninguno de éstos recordó; ni uno.  Anders no recordó a su moribunda madre hablando de su padre, “Debí haberlo apuñalado mientras dormía.”
No recordó al profesor Josephs contándole a su clase como los prisioneros atenienses en Sicilia habían sido liberados si podían recitar Esquilo, y luego recitando Esquilo él mismo, a continuación, en griego.  Anders  no recordó como sus ojos habían ardido con esos sonidos.  No recordó la sorpresa de ver el nombre de unos de sus compañeros de universidad en la sobrecubierta de una novela, no mucho tiempo después de la graduación, o del respeto que había sentido después de leer el libro.  No recordó el placer de respetar.
Tampoco recordó ver a una mujer saltar hacia la muerte desde el edifico de enfrente del suyo justamente días después del nacimiento de su hija.  No recordó gritar, “¡Señor, ten piedad!”  No recordó estrellar deliberadamente el carro de su padre contra un árbol,  o haber sido pateado en las costillas por tres policías en una manifestación contra la guerra, o despertar riendo.  No recordó cuando comenzó a ver la pila de libros sobre su escritorio con aburrimiento y pavor, o cuando empezó a enfadarse con los escritores por escribirlos.  No recordó cuando todo empezó a recordarle otra cosa.
Esto es lo que recordó.  Calor.  Un campo de béisbol.  Pasto amarillo, el zumbar de los insectos, a sí mismo reclinado contra un árbol mientras los chicos del barrio se reúnen para armar un partido.  Él los observa mientras los otros discuten sobre la relativa genialidad de Mantle and Mays.  Han estado preocupados por este tema todo el verano, y se ha vuelto tedioso para Anders: un agobio, como el calor.
Entonces los dos últimos chicos llegan, Coyle y un primo de él de Misisipi.  Anders nunca ha visto antes al primo de Coyle y nunca lo volverá a ver.  Él dice hola con el resto pero no le presta más atención hasta que han escogido los equipos y alguien le pregunta al primo en qué posición quiere jugar.  “Paracortos,” el chico dice.  “Paracortos es la mejor posición, esas es.”  Anders da la vuelta y lo mira.  Quiere escuchar al primo de Coyle repetir lo que acaba de decir, pero sabe que lo mejor es no preguntar.  Los otros pensaran que él está siendo un imbécil, burlándose del chico por su gramática.  Pero no es eso, para nada –es que Anders es extrañamente provocado, exaltado, por esas dos palabras finales, su inesperada pureza y su música.  Entra al campo en un trance, repitiéndolas para sí mismo.
La bala ya está en el cerebro; no será retrasada por siempre, o encantada en una parada.  Al final hará su trabajo y dejará atrás el preocupado cráneo, arrastrando una cola de cometa de memoria y esperanza y talento y amor hacia el mármol del salón.  Eso no puede ser evitado.  Pero por ahora Anders aún puede hacer tiempo.  Tiempo para que las sombras se extiendan en el pasto, tiempo para que el perro amarrado le ladre a la pelota que vuela, tiempo para que el chico del jardín derecho manotee su guante ennegrecido por el sudor y suavemente cante, Esas es, esas es, esas es.

MINIMALISMOS (XIX)



Sólo a una pelota de frontón puedes pedirle que se estrelle continuamente contra la misma pared.


Leonard Cohen - Famous Blue Raincoat

miércoles, 26 de enero de 2011

PASTILLAS CONTRA EL DOLOR AJENO


 
Vengo de la farmacia. No me encuentro bien. No es una novedad, desde el mes de diciembre arrastro un resfriado que se convirtió en una gripe que, posteriormente, se ha complicado y me tiene en un sin vivir. Cosas del frío, de la edad y de un sistema inmunológico que funciona como una cafetera. No vayamos a darle más vueltas.
Me he llevado conmigo el kit (kleenex, rinobanedif, Amoxicilina, inistone, paracetamol) para intentar sobrevivir una semana más. Junto a toda la parafernalia, he comprado un buen número de cajetillas de caramelos mentolados sin azucar. No son unos caramelos cualquiera, son los que la ONG MÉDICOS SIN FRONTERAS está utilizando para recaudar fondos y, para lo que para mí es más importante, hacerse visibles en el lugar que corresponde.

Me explico. Mi mal, el que ahora me tiene en danza, es una gripe común mal curada, ponerle solución es sencillo: caldito caliente, antibióticos, antigripales para la sintomatología y cuatro cosas más que, a buen seguro, me llevarán a una recuperación pronta, o eso espero. Pero claro, yo vivo en Barcelona. Dispongo de unos euros en mi cartera, de una farmacia cada cien metros y de un seguro médico que, aunque me cuesta mi buen dinero, me da cobertura cuando lo preciso. 
Pero no en todas partes ocurre lo mismo. Hay lugares en el mundo, muchos, en los que hacerse con una simple aspirina puede ser una tarea titánica, imposible y no hablemos ya de inmunosupresores o retrovirales. Lugares en los que la asistencia médica, el acceso a los medicamentos, es poco menos que un milagro y un triste resfriado, como el mío, puede llevarte a una fosa común.
El mundo es así de desquiciante, de nefasto y de mierda. Sin embargo, las personas, individualmente consideradas, somos algo enorme.
Por eso tenemos suerte. Algunos creen que es posible mejorar este mundo patético que hemos construido entre todos, y se juegan los cuartos, el físico y la voluntad para hacer llegar lo mínimo básico e imprescindible, a todos aquellos sitios donde, aún hoy, lo elemental es un lujo.
Por eso, creo que la campaña de MEDICOS SIN FRONTERAS, colocando sus cajitas coloradas en las opulentas farmacias de occidente, nos está haciendo llegar un estupendo mensaje. Piensen y ustedes mismos llegarán a él. Lo que a nosotros apenas nada nos cuesta a otros les puede salvar la vida. Mis euros de caramelos en una farmacia de diseño en Barcelona puede ayudar a la adquisición de medicamentos y vacunas para aquellos que, en la otra parte del globo terráqueo, no pueden ni imaginar que existen lugares en los que el acceso a la medicina es un derecho.
Me gusta la campaña, me gusta el mensaje, me gusta MEDICOS SIN FRONTERAS.

martes, 25 de enero de 2011

ABSURDO

Cierro la puerta con dos vueltas de llave. Escucho, mirando la madera, los últimos pitidos que arman la seguridad de mi casa. Miro las marcas que el canto de la llave ha dejado en la haya y pienso en lo absurdo de mi gesto. Nada detiene el mal. La vida es así, irracional, contradictoria, fugaz. Absurda como el atentado en el aeropuerto de Moscow.
¿Qué vale la vida de un hombre, la de mil hombres, en un mundo homicida? ¿Qué valgo? ¿Qué vales? Poco, nada, o tal vez lo valemos todo. Un transito tan inseguro como caminar entre la niebla.

¿Cuántas puertas se han cerrado esta mañana, cuántas sofisticadas alarmas se han armado, buscando mantener los escasos reductos de tranquilidad que creemos nos pertenecen? Arrancamos la vida y la despedazamos, nada la mantiene a salvo

Nos creemos especiales, únicos, exclusivos, diferentes, por encima de todo, pero no somos nada, o quizá sólo un poco de polvo.

Miro con cierto desconsuelo la puerta de mi casa. Tengo que ir a coger un tren. Podría ser Atocha, Domodédovo o Londres y no volver más. No controlamos nada, ni siquiera el inmediato segundo que transcurre al que acabamos de dejar atrás.

No comprendo nada, el mundo se me ha vuelto hostil.

Bach - Rostropovich - Prelude

domingo, 23 de enero de 2011

SONAJEROS


Quise encerrar el universo en una bola de cristal. Creí conseguirlo y la hice rodar. Cien veces chocó contra paredes de papel y el mundo se convirtió en un sonajero. Mucho ruido, poco más. 
Me tapé los oídos con las manos para escapar del tintineo univeral y rodé, giré y volví a rodar, vistiéndome de ansia para seguir rodando, girando sin parar. Pero el cristal resiste poco.
Olvidé que ahí fuera, lejos de las paredes del bolinche, la gravedad no existe. Y te veo flotar lejos, a más de mil millas, buscando cuadraturas extrañas allí, ahí, siempre lejos de aquí.
Pompas y más pompas de jabón. Y giro, y giro, y giro estirando los brazos persiguiéndo  burbujas que se van.
Verde esmerilado. Verde nada más.

Patricia Barber - Let It Rain

sábado, 22 de enero de 2011

EL VICIO DE LA LECTURA


Siempre he sido una lectora indisciplinada, muy indisciplinada. Pienso seguir siéndolo hasta el día que me muera. Aprendí a no gastar mi tiempo, ni mi atención en leer lo que no me dice nada, a cerrar el libro antes de  llegar al final, y olvidar lo leido, si lo que leo no consigue que mueva la ceja ni una sóla vez. La lectura es un vicio del que no quiero ni voy a prescindir. Lo cuido y lo mimo, con lo que quiero, con lo que me gusta, con lo que me interesa. Respiro y leo.

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EL VICIO DE LA LECTURA (Edith Wharton)
(Fragmento)

"La difusión del conocimiento clasificada habitualmente con entusiasmo y aprobación universal en la categoría de  los progresos modernos, ha dado lugar incidentalmente a la producción de un nuevo vicio: el vicio de leer.
Ningún vicio es más difícil de erradicar que el que se considera popularmente una virtud. Entre estos vicios destaca el vicio de la lectura. Se admite de modo general que leer basura es un vicio; pero la lectura per se -el hábito de leer-, nuevo como es, ya está a la altura de virtudes tan acreditadas como el ahorro, la sobriedad, el levantarse temprano y el ejercicio regular. Hay, en verdad, algo peculiarmente agresivo en la actitud virtuosa del que lee por sentido del deber. Los que se han mantenido en los humildes caminos de la preceptiva lo veneran como a alguien que sigue un consejo imposible de cumplir.
"Ojalá hubiese leído tanto como usted", declara el novicio iletrado a este adepto de lo supererogatorio; y el lector, acostumbrado al incienso del aplauso acrítico, considera de forma natural que su ocupación es una hazaña intelectual notable.
La lectura llevada a cabo deliberadamente -lo podríamos llamar la lectura volitva- no es lectura, al igual que la erudición no es cultura.
La lectura verdadera es una acción refleja: el lector nato lee de forma tan incosciente como respirar. Cuanto más meritoria se considera, más esteril se vuelve. ¿Qué es la lectura, en última instancia, sino un intercambio de ideas entre el escritor y el lector? Si el libro penetra en la mente del lector tal como ha salido de la del escritor -sin ninguna de las adiciones y modificaciones que inevitablemente produce el contacto con el nuevo cuerpo de pensamiento-, se ha leido en vano. En estos casos la culpa, claro está, no es siempre del lector, hay libros que son siempre iguales -incapaces de modificar o de ser modificados-, pero éstos no cuentan como factores literarios. El valor de los libros es proporcional a lo que podemos llamar su plasticidad: su cualidad de ser todas las cosas para todos los hombres, de ser modelados diversamente por el impacto de formas nuevas de pensamiento. Cuando por una u otra razón, esta adaptabilidad recíproca está ausente, no puede haber ninguna relación real entre el libro y el lector".

viernes, 21 de enero de 2011

BUSCANDO ITACA

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La cancion más hermosa del mundo - Joaquin Sabina

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jueves, 20 de enero de 2011

PLAN B -Rafael Caunedo- (Fragmento)

A finales del año 2009 me encontraba en Madrid. Había acudido a unas maratonianas jornadas de trabajo. La necesidad de escapar durante un rato me llevó al centro y de ahí a perderme, por un par de horas, leyendo las contraportadas y las solapas de unos libros amontonados en pequeñas pilas. Uno de ellos llamó mi antención. Lo cogí, pagué, lo guardé en mi cartera y volví a encerrarme durante unas cuantas horas más. Regresando a casa, con el cansancio y la decepción a cuestas, pensé en la necesidad dar algunos giros. Recordé mi adquisición y, durante las dos horas y media que duraba mi vuelta a casa, no pude dejar de leer aquel libro que entró en mi cartera por una ¿casualidad? ¿por unos zapatones de payaso? Siempre digo que no creo en las casualidades. Llegó porque todos necesitamos tener un Plan B.
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La última frase del libro la leyó tres veces.
   "...estamos sujetos al devenir del azar y de las casualidades. La vida es como una partida de Ping Ball en la que el destino te zarandea de un sitio a otro, a veces descontroladamente, sin saber nunca lo que nos deparará el futuro, aunque indefectiblemente, la partida siempre acaba cuando la bola cae en el último agujero.
Antes de que eso ocurra, todos deberíamos tener derecho a un Plan B, a una última bola extra".
   Guzmán de Castro.

© Fotografía naq

miércoles, 19 de enero de 2011

FALLEN


Bajé por Paseo de Gracia sin prisa. Había recibido una llamada, un número que no reconocí y una petición que me causó sopresa. Había borrado cualquier vestigio de su vida, no conservaba su número de teléfono, ni su dirección, nada. Almacenar, guardar aquello que no se va a utilizar, siempre me pareció una mala manera de gestionar el espacio. Me sorprendió. Acepté verle después de no saber de su vida en los últimos años. No sé porqué lo hice.
Nos vimos en el café de la radio. Traía bajo el brazo un sobre grande, oscuro, doblado en sus extremos. Me saludó con un beso en la mejilla, apenas un roce, y sin cruzar más que un escueto "hola", como si nos hubieramos visto ayer, me entregó aquel bulto sin más ceremonia.
Lo abrí con cuidado y saqué de su interior un libro. Su nombre aparecía en la portada. Reconocí el título.
Cuando levanté la vista me pareció que esperaba que le agradeciera el gesto, pero no supe que decir. Lo dejé sobre la mesa, dejé que mis manos reposaran en mi regazo y esperé que iniciara él la conversación. Sonrió y yo seguí sin saber que decir. Los minutos se espesaron, el silencio empezó a pesar y yo seguía sin saber que decir.
Me levanté para ir al baño y mientras caminaba supe que dejaba a mi espalda la decepción del que espera un reconocimiento que no recibe. Todo me quedaba demasiado lejos. 
Me lavé las manos dejando corre el agua. Cuando volví a la mesa, ya se había marchado. Sobresalía un punto de libro y la curiosidad me pudo. Leí los únicas cuatro frases que se recogían en aquella hoja y pensé que el mundo o simplemente nosotros, nos hemos vuelto locos.
Recogí mis cosas, sólo las mías. Dejé unas monedas sobre la mesa y salí caminando hacia la esquina. Sentí frio. Paré el primer taxí que pasó y le indiqué una dirección cualquiera.

Randy Crawford i Presuntos Implicados - Fallen


© Fotografía naq



martes, 18 de enero de 2011

BISUTERIA

 
Hay caminos que uno debe recorrer en solitario. Nadie puede acompañarnos. Nos pasamos los dias rodeados de personas de las que esperamos mucho, poco o nada; gente que a su vez espera todo, algo o nada de nosotros mismo. 
El ser humano es sorprendente, voluble y muchas veces imprevisible. Los matices no dejan lugar a dudas, somos algo realmente especial en lo genial, en lo torpe y en lo detestable. Por eso, en ocasiones, por pura necesidad de sobrevivencia, algunas personas se desdoblan en quienes son y en quienes quisieran ser. Bisutería de uno mismo.
Podemos inventarnos una personalidad fantástica, pasear por la vida de relumbrón y hacer que los demás inclinen la cabeza a nuestro paso. Pero lo burdo, lo tosco, la falso se sostiene poco, el día a día pone zancadillas para que todo eso aparezca. Convivir con las miserias de uno mismo requieren temple.
Porque no siempre somos grandes, honestos, no siempre amables. Podemos vestir ropajes que muestren al mundo eso que no se es, eso que se quisiera ser, porque de otra manera la vida sería insoportable. Pero eso dura lo que la comparsa quiera. 
La noche llega siempre, nuestra noche. Y es entonces cuando se quiera o no, la conciencia nos reclama y da comienzo el camino de nuestro propio reconocimiento, el tuyo, el suyo, el mío. El del reconocimiento de la propia necedad, del infeliz que somos, del monstruo que llevamos dentro. No es fácil. Un camino que sólo podemos caminarlo a solas, escondiéndolo a los demás, para no convertirnos en menos que cero.

© Fotografía naq

lunes, 17 de enero de 2011

PARIS NO SE ACABA NUNCA- Enrique Vila-Matas (Fragmento)


Existen personas que cuenta historias, existen personas que las escriben. Existen escritores y existen "cuentistas". Sin duda, Enrique Vila-Matas es uno de los mejores, escritores, por supuesto.

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"Fui a Key West, Florida, y me inscribí en la edición de este año del tradicional concurso de dobles del escritor Ernest Hemingway. La competición tuvo lugar en el Sloppy Joe's, el bar favorito del escritor cuando vivía en Cayo Hueso, en el extremo sur de Florida. No es necesario decir que presentarse a ese concurso -repleto de hombres robustos, de mediana edad y con poblada barba canosa, idénticos todos a Hemingway, idénticos incluso en su vertiente más estúpida- es una experiencia única.
     Yo llevo no sé ya cuántos años bebiendo y engordando y creyendo -en contra de la opinión de mi mujer y mis amigos- que cada vez me parezco más físicamente a mi ídolo de juventud, a Hemingway. Como nadie me ha dado nunca la razón en esto y yo tengo un carácter más bien fuerte, quise darles una lección a todos y, provisto de una barba potiza -que pensé que mejoraría mi parecido con Hemingway- me pesenté este verano al concurso.
     Debo decir que hice un ridículo espantoso. Y es que fui a Key West, consursé y quedé el último o, mejor dicho, fui descalificado, y lo peor de todo es que no me apartaron de la competición porque hubieran descubierto la barba postiza -que no la descubrieron-, sino por mi "absoluta falta de parecido físico con Heminway "
© Fotografía naq

sábado, 15 de enero de 2011

JE VOUS ACCUSE


YO TE ACUSO


-De mis noches sin dormir. 

-De mi aumento de peso estos últimos días.

-Del tomate pocho que hay en mi nevera.

-Del corte de pelo tan extraño que luzco.

-De la carrera que ayer lucí en mis medias.

-De la imposibilidad de aparcar el coche.

-De la mancha de tinta roja que decora mi último Prada.

-Del aumento de mis dioptrias.

-De mi fracaso en la loteria de navidad.

-De que mi amiga Berta sufra en muy poco silencio el dolor de sus hemorroides.

-De que Paquito tenga que vender el pan de molde caducado.

-De que la gente sea tan borde y tenga que tropezar con ella.

-De lo poco que luce el sol este invierno.

-De hacer que hasta lo más sagrado me produzca risa.

Y TE ACUSO DE TODO ELLO:

- Porque las matas del café no las creaste descafeinadas de verdad, son un simple sucedáneo mal encarado que me tiene sin poder bajar los párpados.

-Porque los After-eights que venden en Mercadona no son light, sino todo lo contrario, están clembuterizados para que te hinches a tragarlos hasta que tu barriga parezca la de Hommer Simpson.

-Porque te cargaste la huerta murciana y ahora nos traen los tomates de Pekin y, como se sabe, lo chino dura poco y mi nevera se convierte en el cementerio de los elefantes.

-Porque el "gen regresivo" que implantaste a las peluqueras les impide comprender de que hablamos cuando decimos aquello de "sólo las puntas" y nos obligan a tirar de gomas, pasadores y otros articulos martirizantes.

-Porque la seda es tan poco resistente como la moral de Judas, que ya es poco resistir.

-Porque los que han diseñado las zonas de estacionamiento público son tios que no han comprendido todavía lo que son 20 cm y acabo dando miles de vueltas hasta que puedo aparcar el coche.

-Porque no le provocaste un derrame  ceLebral al que inventó los rotuladores sin tapón de rosca y lo tienes al frente de un laboratorio de I+D inventando artefactos maléficos.

-Porque cada vez veo menos y tienes tendencia a hacerme ver lo que menos me gusta y eso empieza a aburrirme mucho.

-Porque en mi ciudad no exista una Señora que se llame Manolita que nos alegre al menos con la pedrea, con lo que tengo que seguir levantándome cada día para ver y escuchar a mucho indeseable.

-Porque ya que la que quien la ha parido ha sido Berta que las consecuencias las sufriera su inseminante. Al menos se quejaría con razón de que nadie le hace caso.

-Porque a Paquito, que viene de Rajastan y no sabe leer, los de las marcas de pan de molde siempre le encasquetan lo que no encasquetan a otros, y la mitad del barrio nos tomamos las tostadas tatuadas de RIP.

-Porque cada borde que brota me lo cruzas en el camino y oye, casi que pasen de largo y le den la barrila a otro.Que sí, que sí, que últimamente me los mandas a todos.

-Porque una cosa es que estemos en enero y otra es que el sol no salga ni por casualidad y vayamos todo el día tirando de watios.

-Porque sé que el día menos pensado me mandarás un rayo divino y caeré fulminada en medio de la acera y será el perrito de mi vecino el que vendrá a husmear y certificar mi "Finish" sólo porque no te gusta que me ría de lo más sagrado y divino.

Post Data: Sr. Dios, a alguien tengo que echarle la culpa, y si existes, estoy segura eres divino, celestial y compasivo, así que no te mosquees, ni me mandes más mensajes subliminales de desgracias mil, que tengo que hacer un par de cosas antes de diñarla. 
Ah! y, sobre todo, si puede ser, evítame lo del perrito.

jueves, 13 de enero de 2011

LIMONCELLO

Busqué tu pijama de Superman y no lo encontré.  Descubrí un billete de tranvia con tu nombre escrito y la huella de tu dedo tatuado entre las hojas de Rimbaud. Rebusqué entre los periódicos viejos un  anuncio de champú. Compré un décimo para el sorteo de Navidad y un billete imaginario a Singapur. 
Caótico tú, caótica yo.  
Bailé bajo el grifo de la ducha y te ví. Regué el cactus con limoncello superior mientras peiné al gato con un tenedor  de Syracuse. Y al final, casi al final, olí tu jersey.
Ahí fuera, hace horas, dejó de ser azul. Alguien quema papel. Miro mis medias, los zapatos de tacón y muero, porque de verdad muero, mientras escucho un saxofón.
¿Y tú?

martes, 11 de enero de 2011

MENTIRAS PELIGROSAS Y EL COMUNICADO DE ETA


No sabría decir cuantos comunicados de alto al fuego de la banda terrorista ETA he vivido. Quizá porque han sido demasiados y porque aquel día yo misma estaba en un aeropuerto (para mi suerte, no en Barajas),  sólo recuerdo el último. Corrían las navidades de 2006, ETA, meses atrás, había anunciado un alto al fuego. Los asesinos, porque no tiene otro nombre, no habían anunciado que daban por finalizado su particular tregua, se limitaron a volar el aparcamiento de la T4 de Madrid llevándose por delante la vida de dos ciudadanos y dejando hecho trizas las instalaciones aeroportuarias.
Ayer, a media mañana, a través de la red social Facebook, me enteré del nuevo comunicado de ETA, en el que tras una leve fanfarria escrita, declaraba, para temor de todos nosotros “Un alto al fuego permanente y de carácter general, que puede ser verificado por la comunidad internacional”.  Me volqué a buscar el comunicado en Internet, quería ver si, finalmente, estábamos antes algo distinto o de nuevo si, como viene siendo habitual, nos pretenden hacer comulgar con ruedas de molino. Y efectivamente, tras leer de arriba abajo, de abajo arriba el comunicado, llegué a la conclusión que estamos ante más de lo mismo y, por ese mismo motivo, se me erizó el bello sólo de pensar que, cuando menos lo esperemos, tendremos un nuevo atentado que nos dejará el cuerpo temblón y la sensación de estar en un permanente bucle del que es  imposible salir.
Esta mañana, por aquello de si el ánimo lo tenía más sereno y ayer no supe ver o leer lo que estos tipos decían, he vuelto a buscar el comunicado. La sensación vuelve a ser la misma. No hay nada nuevo. Vuelven a imponer sus condiciones y a servirnos en bandeja de plata una maniobra orquestada por cuatro asesinos, para influenciar sobre las próximas elecciones municipales en territorio vasco. Lo tengo claro y creo, casi con total seguridad, no equivocarme, basta con tener un poco de interés por la salud política de este país para darse cuenta de ello.
El fin de ETA y del imperio del terror no vendrá jamás de manos de los terroristas. No hay voluntad, por parte de esta organización de delincuentes, de poner fin al estado de poder en el que en estos momentos se encuentran. No saben vivir de otra cosa, no conocen lo que es el sistema democrático y poner fin a su organización es quedarse sin su sistema mafioso de vida.
En la vida, las palabras se las lleva el viento, en este caso, la onda expansiva de las bombas, o el ruido seco del disparo en la sien, o el miedo del que tiene que ir protegiéndose la espalda para que su nuca no termine reventada. Hacen falta gestos, verificables (como los mismos asesinos dicen), pero no en forma de comunicados mentiroso, sino con una entrega incondicional de armas, un reconocimiento del mal social causado y una disculpa a la sociedad y a los familiares de los muertos que estos asesinos han dejado por el camino. Mientra esto no llegue, todo es papel mojado y conviene no bajar la guardia.
Y es que ya lo dijo aquel Facts are Facts.