Vengo de la farmacia. No me encuentro bien. No es una novedad, desde el mes de diciembre arrastro un resfriado que se convirtió en una gripe que, posteriormente, se ha complicado y me tiene en un sin vivir. Cosas del frío, de la edad y de un sistema inmunológico que funciona como una cafetera. No vayamos a darle más vueltas.
Me he llevado conmigo el kit (kleenex, rinobanedif, Amoxicilina, inistone, paracetamol) para intentar sobrevivir una semana más. Junto a toda la parafernalia, he comprado un buen número de cajetillas de caramelos mentolados sin azucar. No son unos caramelos cualquiera, son los que la ONG MÉDICOS SIN FRONTERAS está utilizando para recaudar fondos y, para lo que para mí es más importante, hacerse visibles en el lugar que corresponde.
Me explico. Mi mal, el que ahora me tiene en danza, es una gripe común mal curada, ponerle solución es sencillo: caldito caliente, antibióticos, antigripales para la sintomatología y cuatro cosas más que, a buen seguro, me llevarán a una recuperación pronta, o eso espero. Pero claro, yo vivo en Barcelona. Dispongo de unos euros en mi cartera, de una farmacia cada cien metros y de un seguro médico que, aunque me cuesta mi buen dinero, me da cobertura cuando lo preciso.
Pero no en todas partes ocurre lo mismo. Hay lugares en el mundo, muchos, en los que hacerse con una simple aspirina puede ser una tarea titánica, imposible y no hablemos ya de inmunosupresores o retrovirales. Lugares en los que la asistencia médica, el acceso a los medicamentos, es poco menos que un milagro y un triste resfriado, como el mío, puede llevarte a una fosa común.
El mundo es así de desquiciante, de nefasto y de mierda. Sin embargo, las personas, individualmente consideradas, somos algo enorme.
Por eso tenemos suerte. Algunos creen que es posible mejorar este mundo patético que hemos construido entre todos, y se juegan los cuartos, el físico y la voluntad para hacer llegar lo mínimo básico e imprescindible, a todos aquellos sitios donde, aún hoy, lo elemental es un lujo.
Por eso, creo que la campaña de MEDICOS SIN FRONTERAS, colocando sus cajitas coloradas en las opulentas farmacias de occidente, nos está haciendo llegar un estupendo mensaje. Piensen y ustedes mismos llegarán a él. Lo que a nosotros apenas nada nos cuesta a otros les puede salvar la vida. Mis euros de caramelos en una farmacia de diseño en Barcelona puede ayudar a la adquisición de medicamentos y vacunas para aquellos que, en la otra parte del globo terráqueo, no pueden ni imaginar que existen lugares en los que el acceso a la medicina es un derecho.
Me gusta la campaña, me gusta el mensaje, me gusta MEDICOS SIN FRONTERAS.
Hola, Anita. Me encantó tú pequeño escrito, como lo has descrito, y como has analizado tú realidad y la de los demás. Yo estoy asociado a esa ONG desde hace años, y te aseguro que su claridad y acciones son diáfanas e increíbles. Sólo me queda desearte que te mejores. Esas pastillas mentoladas serán placebo para ti. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Anita. Me encantó tú pequeño escrito, como lo has descrito, y como has analizado tú realidad y la de los demás. Yo estoy asociado a esa ONG desde hace años, y te aseguro que su claridad y acciones son diáfanas e increíbles. Sólo me queda desearte que te mejores. Esas pastillas mentoladas serán placebo para ti. Un abrazo.
ResponderEliminarClaro Kenit. Me consta todo ello. Y me consta que los que trabajan de sol a sol en los proyectos se involucran hasta las trancas. Esto sólo es un gesto, no sirve de nada, pero me apetecía, que quieres que te diga. Gracias por tus buenos deseos y por seguir leyendo mis "cositas y rarezas". Un abrazo
ResponderEliminarOh si! si ke sirve, has escrito y dedicado unos minutos a Médicos sin fronteras, eso es publicidad gratuita para un fin realmente bueno. Gracias!. Bss
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