domingo, 25 de noviembre de 2018

MALDICIONES GITANAS



George se dio cuenta de que Ruth estaba pensando en eso, pero no se atrevía a confiar en su criterio. Se alteró y se puso colorado, y Ruth le puso la mano en el brazo.
ANITA BROOKNER, Un debut en la vida






Me lanzó una especie de maldición gitana que yo no escuché, pero las malas lenguas que por entonces nos unían me ofrecían día tras día la última versión que entre ellos circulaba. Parar el carrusel de maledicencias no fue tarea menor, tener preparada la permanente respuesta de “no me interesa”, fue algo así como un mantra que tuve que repetir en muchas ocasiones. Por aquellos días a menudo pensaba en si alguien tan insignificante como yo (y como el otro), podía recibir tal alud de insultos, halagos y preguntas interesadas, qué no sería de aquellos que por una razón u otra tenían una relevancia que yo no he tenido jamás. Hay gente que lleva mal el perder un mínimo de atención y protagonismo, y algo de todo eso hubo en el giro que tuvo todo aquello. Y aunque, en realidad, era yo la expulsada de la casa del Gran Hermano, el hecho de que no hiciera comentario alguno, que no rabiara por lo que otro habría considerado una injusticia y me dedicara a sacar adelante lo mío, que bastante tenía, incrementó las dosis de agresividad indirecta que lanzaba contra mi persona. Con el tiempo, bastantes meses, aquel tsunami de noticias desconcertantes, que evitaba como podía, fue difuminándose hasta desaparecer. Este viernes me encontré a una persona conocida de aquellos tiempos y, en los pocos minutos que da un encuentro casual, nos pusimos al corriente de nuestra vida, nuestras familias, nuestros actuales trabajos y sobre las aficiones que habíamos compartido. Hacia al final, me preguntó si sabía qué había sido de Menganito, al que también había perdido la pista, le dije que lo ignoraba. Esa es la verdad, no hay otra. Despareció como lo hacen las  volutas de humo, dejando el leve aroma del tabaco que primero se extraña pero que luego se vuelve rancio y que el tiempo termina por borrar. Volviendo a casa, recordé algunas de las cosas que entonces ocurrieron, las verdades dichas a medias, las mentiras esbozadas con apariencia de realidad, la sensación de injusticia, y la impresión de que todo aquello, con el terremoto que supuso, en realidad no existió. Como tampoco debió existir la maldición gitana que todos mentaban porque, a día de hoy, aún como, conozco y no le guardo ningún rencor en mi inmensa irrelevancia.




martes, 20 de noviembre de 2018

NOSOTROS, LOS INÚTILES


- El espejo se ha roto. 
- Ya lo sé, me gusta así. Así me veo tal y como me siento. 


El apartamento - Billy Wilder






Estoy esperando que llegue el fontanero. Es un hombre muy dispuesto que siempre acude con rapidez cuando le llamo. Nunca me ha puesto ni un solo problema para venir, sea la hora que sea, a reparar todos los estropicios que día a día se van produciendo en esta casa que maldita sea la hora en que alquilé. No sé la de veces que ha venido en el último año. En todas ellas vestía una de mono viejo que dejaba al aire unos brazos que en otro momento debieron de ser fuertes y ahora son poco más que pellejo y hueso, hoy viste igual pero arrastra los pies. Nunca me había fijado en eso. Le dirijo al baño, otra vez la cisterna pierde agua. Se detiene frente al inodoro mirando el botón que regula el flujo de agua. Se queda quieto, en silencio, y por un momento temo que certifique la defunción del baño y me condene al infierno de una obra más que el propietario no va a pagar.
Se mueve en silencio, apenas me pide que le encienda también la luz del pasillo porque su propia sombra le dificulta el trabajo. Intento imaginar los años que debe tener el hombre, no me hago a la idea, quizá Matusalén fuera su hermano menor. Me pregunto cómo puede seguir trabajando, qué clase de penuria le tendrá encadenado a ir de chapuza en chapuza. Un golpe seco me devuelve a la realidad, se ha roto la tapadera de la cisterna y ahora sí que pienso que el fin del mundo ya está aquí, que tendré que pagar el destrozo del que a fin de cuentas no tengo culpa alguna, pero que deja la cuba al aire y así no se puede quedar eternamente. Pero le miro inclinado sobre la cisterna, sin levantar la cabeza, con los pies rodeado de trozos de loza y no me atrevo a rechistar, me bloqueo, y aunque mi lado perverso y vengativo piensa en apretarle la cabeza dentro del tanque hasta que se ahogue, solo voy a por la escoba y el recogedor. Empiezo a calcular el coste que la reparación me va a suponer y en lo tiritando que tengo la cuenta en el banco. Por debajo de mis pensamientos y del arrastre de las cerdas de la escoba, escucho una disculpa y aunque sigo con ganas de matar, no puedo por menos que aceptarlas y sentirme una miserable. Siento vergüenza y rabia, quizá no a partes iguales, pero puede que sí. Le digo que no se preocupe, que vuelva cuando encuentre el recambio y le entrego los últimos cincuenta euros que me quedan en la cartera para que pueda comprarlo, y acabo por darle las gracias. Debí imaginar que esos brazos no soportarían el peso de la loza, debí imaginar que nada podía salir bien porque desde que puse el pie en esta casa no hay semana que no me azote una desgracia doméstica, debí imaginar que las desgracias nunca vienen solas y que a veces se acompañan de viejos que te dan pena. Miro la cisterna, sin cubierta, llena de agua correosa y pienso que esa imagen, como metáfora de la vida, no tiene precio.





domingo, 18 de noviembre de 2018

COSAS SIN IMPORTANCIA, A VECES



"I don't think I ever really liked the world until I met him".
Lucia Berlin






A nadie escapa que el tiempo vuela y que la tecnología nos ha facilitado de una manera extraordinaria algunas cosas, aunque  haya terminado por desvencijar algunas otras. Entre las muchas facilidades está el libro electrónico. No es poca cosa poder llevar en el bolsillo todo lo que uno quiera, lo lea o no. No le niego las ventajas, poco peso y mucho contenido con el que puedes dar la vuelta al mundo sin que apenas ocupe espacio. Pero el soporte, si creemos que los libros son algo más que contenido, también es importante. Los libros han sido desde siempre objetos preciados. Puede que en estos tiempos en los que es fácil obtener cualquier cosa y algunos circunscriben sus lecturas a 140 caracteres,  los libros hayan perdido parte de la magia y el valor que comportaba, en otros tiempos, poseer un ejemplar y que el contenido en soporte electrónico haya ganado posición frente al  libro encuadernado.
Sin embargo y pese a las ventajas, hay algo que nunca podrá tener el libro electrónico y es que las pantallas también tienen sus complejidades y sus carencias, y es que nunca podrá ser dedicado a aquella persona para la que lo adquirimos. Porque aun hoy en día hay libros que  los adquirimos para ser regalados, que nos hacemos con ellos pensando otro, en aquel que lo va a recibir. Puede que este detalle no tenga mayor importancia en los tiempos atropellados en los que vivimos. Pero quedamos un bueno puñado de raros que consideramos esencial que cuando regalamos un libro, el que lo recibe sepa que lo escogimos expresamente para  él y no para otra persona y que se lo hagamos saber mediante una dedicatoria manuscrita que posiblemente solo él comprenda. En la elección del ejemplar  su existencia fue fundamental. Quizá este grupo de raros, de románticos poco ecológicos seamos lo que consigamos que el libro en papel sobreviva. Pero cabe la posibilidad de que esto solo sea el desvarío de alguien que, como yo, compra libros de viejo, libros de segunda mano, en los que puede leer lo que algunos escribieron pensando en otros y consigan que se me erice la piel aunque sirva para bien poco.




sábado, 3 de noviembre de 2018

CONVALECIENTE

 

-Soy muy feliz, Dev, ¿por qué no me dejas ser feliz?
-Nadie te lo impide.
-¿Por qué no le das a ese cerebro de policía un descanso? Cada vez que te miro veo en tus ojos "Estafador una vez, estafador para siempre". Vamos, puedes coger mi mano, no te haré chantaje por eso. ¿Asustado?
-Siempre me han asustado las mujeres, pero lo supero.
-Y ahora tienes miedo de ti mismo. Tienes miedo de enamorarte de mi.
-No sería difícil.
-Ten cuidado, ten cuidado.
-Te gusta burlarte de mí, ¿no?
-No, Dev. Me río de mi misma. Intento ser una niña buena y mimada, con el corazón lleno de flores y mariposas.
-Bonito sueño.
Notorius - Alfred Hitchcock







Cuenta las veces que ha suena el teléfono. Una vez más y saltará el buzón, y después escuchará el mensaje sin que el mensajero lo sepa. Cada vez coge menos llamadas. Dice que el contestador es la coartada perfecta para librarse de todo aquello que molesta o simplemente no interesa. Basta con excusarse con un “no lo escuche”, “lo oí tarde”, seguido de un compungido, "lo siento" más vacío que el ojo de un tuerto. No es cuestión de egoísmo, se justifica frente a  su mujer, sino de cuidarse un poco y evitar las molestas conversaciones que pocas veces llevan a nada. Hoy también ha dejado saltar el buzón, pero  en cuanto aparece el símbolo de mensaje pendiente coge el aparato sin dejar que se apague la luz. Va a pulsar la contraseña, pero primero mira a un lado y a otro, no quiere que su mujer le acuse, repitiendo el mismo sermón de siempre, que su indiferencia es fingida, que solo se hace el interesante y que un día tendrán una desgracia y se enterarán tarde y mal. Pero él tiene el discurso aprendido y sin apenas darse cuenta, en cuanto la escucha, se le escapa por la boca un ¡Qué más dará! Para cuadrarse ante las desventuras siempre hay tiempo. Sin perder de vista el final del pasillo que lleva a la cocina, pulsa la contraseña. Una decepción más, la compañía del gas quiere concertar una visita para revisar la instalación. La trascendencia de las llamadas que se esperan se muere poco a poco a fuerza de indiferencia y del bulto de lo previsible. Deja el teléfono sobre la mesilla, bloqueado pero siempre cerca. Vertical de seis letras, engreído sin fundamento para ello: I— - o - a. Hoy pondrá la mesa para cenar ante de que se lo reclame Carmen desde el otro extremo del pasillo. Habrá que cenar.