domingo, 18 de noviembre de 2018

COSAS SIN IMPORTANCIA, A VECES



"I don't think I ever really liked the world until I met him".
Lucia Berlin






A nadie escapa que el tiempo vuela y que la tecnología nos ha facilitado de una manera extraordinaria algunas cosas, aunque  haya terminado por desvencijar algunas otras. Entre las muchas facilidades está el libro electrónico. No es poca cosa poder llevar en el bolsillo todo lo que uno quiera, lo lea o no. No le niego las ventajas, poco peso y mucho contenido con el que puedes dar la vuelta al mundo sin que apenas ocupe espacio. Pero el soporte, si creemos que los libros son algo más que contenido, también es importante. Los libros han sido desde siempre objetos preciados. Puede que en estos tiempos en los que es fácil obtener cualquier cosa y algunos circunscriben sus lecturas a 140 caracteres,  los libros hayan perdido parte de la magia y el valor que comportaba, en otros tiempos, poseer un ejemplar y que el contenido en soporte electrónico haya ganado posición frente al  libro encuadernado.
Sin embargo y pese a las ventajas, hay algo que nunca podrá tener el libro electrónico y es que las pantallas también tienen sus complejidades y sus carencias, y es que nunca podrá ser dedicado a aquella persona para la que lo adquirimos. Porque aun hoy en día hay libros que  los adquirimos para ser regalados, que nos hacemos con ellos pensando otro, en aquel que lo va a recibir. Puede que este detalle no tenga mayor importancia en los tiempos atropellados en los que vivimos. Pero quedamos un bueno puñado de raros que consideramos esencial que cuando regalamos un libro, el que lo recibe sepa que lo escogimos expresamente para  él y no para otra persona y que se lo hagamos saber mediante una dedicatoria manuscrita que posiblemente solo él comprenda. En la elección del ejemplar  su existencia fue fundamental. Quizá este grupo de raros, de románticos poco ecológicos seamos lo que consigamos que el libro en papel sobreviva. Pero cabe la posibilidad de que esto solo sea el desvarío de alguien que, como yo, compra libros de viejo, libros de segunda mano, en los que puede leer lo que algunos escribieron pensando en otros y consigan que se me erice la piel aunque sirva para bien poco.




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