domingo, 28 de enero de 2018

DOTES ADIVINATORIAS


El amor no crece a un ritmo regular, sino que avanza
 a impulsos, a sacudidas, a saltos bruscos.
Ian McEwan




No era que sus dotes adivinatorias hubieran mejorado en los últimos tiempos. No tenía nada que ver con eso. Era bastante más sencillo, le conocía demasiado bien, por eso no tuvo ninguna duda que algo grave iba a suceder cuando nada más cruzar el umbral la invitó a sentarse en el sofá porque tenía algo que decirle. Llevaba el bolso colgado en el antebrazo, lo reposó sobre el regazo y dejó las manos muertas sobre la solapa. Sintió el frío del invierno en la hebilla. Lo observó con detalle. Se había afeitado, se había cambiado la camisa y algo, tal vez la mirada huidiza, se le antojo como el preludio del desastre. Ya está aquí, pensó.  Ahora tendré que morirme pero solo un poco porque en un par de horas nos iremos a la cama como si esta conversación mortal no se hubiera producido. Siguió pensando que se había vuelto loco porque solo un loco, después de tantos años de convivencia, cuando ya todo estaba encarrilado, se bajaría del tren. Maldita sea la gracia haberle aguantado el paro, la prostatitis y esa desagradable manía de revolver el agua en la boca cada vez que bebía. Se miró las manos y descubrió un par de manchas nuevas. Los años no perdonan aunque se intenten disimular con una manicura casi perfecta. Maldita sea la compra que había hecho el viernes, maldito sea el redondo de ternera, los sobres de bicarbonato y el detergente para ropa de color. Mientras maldecía, él caminaba por la habitación sin decir nada. La confesión debía ser tremenda solo eso podría explicar el silencio agónico en el que se encontraban.  Cruzó la habitación despacio, cerró la puerta, recolocó el almohadón sobre el sofá mientras su cara se aflojaba y ella, al verle, solo pudo pensar que la estaba engañando. Con toda seguridad era eso, de ahí la pérdida de peso,  el cambio de estilo en sus chaquetas y la compra de una máquina de remo en la que a diario se empleaba antes de irse a trabajar.  Cerró los ojos y esperó la revelación. El tiempo no corría, o eso le pareció porque durante aquellos minutos llegó el verano con el sudor recorriéndole la espalda, el otoño que le refrescó  la nuca y,  antes de volver a abriros, el invierno estaba de vuelta con ese silencio pegajoso. Pensó en el plan de pensiones, en que vendiendo la casa no le llegaría para pagar ni el alquiler de una ratonera  y en que alguien se lo tendría que decir a los chicos que ya no vivían allí. Abrió el bolso y sacó un cigarrillo, lo encendió pensando en buscar un abogado que le arrancara los ojos porque a ella las uñas a ella no le iban a dar para tanto. Empezó a hacer sus cuentas sin ver  como se acercaba para dejar caer su mano sobre el hombro,  como se sentaba en el sofá y  como la besaba en la sien. La amaba hasta decir basta y se lo tenía que decir.



domingo, 21 de enero de 2018

LA BAHIA


Y entonces llegó el día en que Addie Moore pasó a visitar a Louis Water. Fue un atardecer de mayo justo antes de que oscureciera.

Nosotros en la noche - Kent Haruf-





Intenté localizar en un plano que recogí en la recepción del hotel la calle en la que habíamos quedado. Era mi primera vez en aquella ciudad y, aparte de los edificios que conocía de memoria a base de ver películas, no reconocía absolutamente nada. Las construcciones me parecían todos iguales, inmensas, infinitas. Las bocacalles anunciaban una correspondencia de números con un orden indescifrable.  Había llegado hacía dos días y no conseguía orientarme, eso me desesperaba mucho pero debía escoger entre ser tenaz o tirarme al río y ahogarme frente a la Estatua de la Libertad. Pero la opción no era real y lo sabía. No siempre se consigue cruzar el mundo para conocer al objeto de tus plegarias y deseos. Quizá hubiera sido un golpe de suerte, de buena suerte. El caso es que estaba ahí, bajo doce capas de ropa para evitar el frío, con la incertidumbre por montera. Bajé al metro y me acordé de mi madre, de mi padre y de toda mi familia mientras esperaba que todo fuera bien. Conté dieciséis paradas, cruce los dedos dentro de los bolsillos de mi chaqueta y me sujete con fuerza en el escaso espacio que encontré entre una mujer negra enorme  y un judío ortodoxo. Y tú, tan de Madrid, tan cosmopolita, no eras más que una criatura diminuta en medio de la humanidad al completo, pensé.
Bajé y caminé cuatro manzanas hasta encontrar el café en el que debía presentarme. Había conseguido una beca para trabajar durante seis meses a las órdenes de aquella persona a la que llevaba media vida admirando mientras aspiraba, entre renglones torcidos y lecturas ansiosas, a parecerme, mínimamente, a la imagen que me había forjado a través de sus entrevistas, de sus libros, ¿qué se yo? Supongo que ese fue el primer gran error, nadie es lo que uno espera que sea. Pero eso lo sé ahora, entonces solo aspiraba a conseguir que me aceptara para seguirla por todas partes y conseguir, aunque solo fuera por capilaridad, que mi cabeza se ordenara y pudiera expulsar las miles de historias fantásticas que yo creía que existían dentro de mí y que quería que sobrevivieran impresas en papel. A veces nos creemos mejor de lo que en realidad somos, pero eso tampoco lo sabía entonces y llevaba, clavado hasta el fondo, el pecado de la juventud.
Entré en el café y allí estaba, en una mesa junto a una ventana, con un cigarrillo entre las manos, las gafas cabalgando sobre el pecho y el periódico desplegado sin dejar espacio para nada más.  Esperaba encontrarla escribiendo, pero no fue así. Me habían avisado de que no intentara impresionarla, que fuera lo más natural posible. Dudé, no sabía cómo presentarme y mientras buscaba en mi cabeza cómo dar el primer paso, levantó la vista y ahí estaba yo, sin haber resuelto si lo adecuado era abordarla o esperar que ella iniciara la conversación con el pasmarote en que me había convertido.
La entrevista duró apenas media hora. Me preguntó de dónde venía, el motivo por el que quería trabajar para ella, que había leído, qué había hecho hasta entonces y me aclaró que si finalmente optaba por quedarme debería sobrevivir con la beca que me pagaba la universidad y no pedirle jamás que me adelantara ni un solo centavo. Me citó para el día siguiente en su casa a las diez, me ordenó que llevara unas zapatillas (los zapatos quedarían en el rellano), y mi propia comida para el mediodía. La jornada terminaría siempre a la hora de la caída del sol. Esas fueron todas las indicaciones que recibí en aquel primer encuentro. Con las semanas aprendí que el sol poco tendría que ver, que esa hora tan indefinida dependía del momento en el que ella decidiera bajar las persianas de un apartamento minúsculo con vistas a la bahía. 
Nos despedimos sin que hiciera el menor gesto de estrechar la mano que le tendí por pura formalidad. Salí con el corazón desbocado mientras las primeras gotas teñían el asfalto de negro. Intenté deshacer el camino y me perdí. Di no menos de media docena de vueltas por estrechos callejones con un intenso olor a especias y orín. Me sujete el abrigo con fuerza, doble la esquina y me encontré frente a la bahía. El sol no se había puesto y entonces, con toda la ingenuidad del que empieza a caminar por la vida, deseé que el sol no se pusiera nunca durante los próximos seis meses.


domingo, 14 de enero de 2018

EL ORIGEN


"Los placeres solo puede soñarlos. Es por eso, seguramente, por lo que no tiene ninguna gana de abrir los ojos, de abandonar su lecho, de saludar al sol oscuro, de sentir el sufrimiento de la guerra, de buscar su voz desaparecida, de pensar en su crimen..."

Maldito sea Dostoievski -Atiq Rahimi





Al entrar volviste a oler aquel extraño olor. Un olor que tal vez solo tuviera de especial que hacía poco que lo notabas. Estabas casi seguro de que hasta hacía apenas unas semanas, al cruzar el umbral, jamás lo habías olido, pero la duda se tambaleaba a la que intentabas asegurarla, convertirla en algo potente que guardar para lanzarla en cuanto te conviniera. Pero tal vez hiciera poco que alguien hubiera pasado por casa, llamado al timbre y, equivocadamente, preguntado por alguien que jamás ha vivido aquí. Una historia parecida te contó cuando preguntaste la primera vez.
Pero la encontraste sentada en el sofá ojeando una revista, la televisión sin sonido y una nube de nicotina ocultando unos rasgos aburridos que solo podías adivinar. El ruido de una bocanada de humo interrumpió el silencio y siguió leyendo, o quizá haciendo ver que leía para no tener que abrir la boca. Fuiste a la habitación, dejaste sobre la cama la americana y como un enfermo intentaste intuir una arruga extraña en la colcha, una colilla de más en el cenicero de la mesilla de noche. Revolviste en el cajón buscando la última prueba que te permita justificar un escándalo y salir dando un golpe de puerta, pero nada. Entraste en el baño, te sentaste en el inodoro para hacer tiempo y al salir, allí continuaba, ojeando la misma revista simple. Te sentaste a su lado y la cogiste de la mano. Fue entonces cuando pensantes, una vez más, que el mundo se había ido a la mierda el día en que todo empezó a oler diferente. 


miércoles, 10 de enero de 2018

MI MANIFIESTO





Nací mujer sin escogerlo y lo hice en el seno de una familia en el que el número de mujeres siempre ha predominado sobre el de los hombre. He tenido la inmensa suerte de hacerlo en una parte del mundo y en un tiempo en el que mis derechos como persona se respetan y que su vulneración puede ser denunciada ante los organismos competentes para que me los restablezcan en caso de que, como digo, se me quebranten. Nacer así es una suerte; y que un buen número de personas haya trabajado durante años para que la igualdad entre hombres y mujeres sea una realidad, también lo es. 

No voy a decir que aun a día de hoy, cuando la igualdad formal es una realidad, no queden situaciones que no deban ser solventadas para que esa formalidad legal sea una realidad absoluta. Pero partiendo de la existencia de situaciones de discriminación y abuso por razón de sexo, no voy a posicionarme jamás frente a aquellos grupos que han empezado a considerar que el hombre es el enemigo a batir, que detrás de cada pantalón existe un agresor sexual en potencia. Los delitos y las desigualdades hay que perseguirlas y el peso de la ley recaer sobre los autores, tengan el género que tengan.

Corren malos tiempos para las mujeres, no solo por la persistencia de las situaciones de desigualdad y violencia que se dan, sino porque están surgiendo determinados movimientos que se califican de feministas que en realidad están tratando a las mujeres como unas disminuidas, sin capacidad de reacción individual, víctima permanente de todo, que debe ser rescatada por otras mujeres que saben bien lo que a ellas les conviene. Alejarse de la línea de estos movimientos populistas (que son capaces de señalar la “mortadela” como un símbolo machista y patriarcal, porque entienden que el nombre del embutido en cuestión anticipa el concepto de “la muerte de ella”. Esto que transcribo no es ni un chiste, ni una broma fácil), es colocarse al lado del hombre malo, perpetuar el machismo y el patriarcado. Pero este posicionamiento, vacío de un contenido que permita la igualdad real, que no aporta solución alguna, hace un flaco favor a la sociedad, sobre todo a las mujeres. Algunas "modernidades" no son más que un retroceso en nuestras propias capacidades y derechos a los que no debemos sucumbir. Por eso es importante levantar la mano para decir que nosotras mismas no estamos de acuerdo con esos postulados, y por eso es importante que se den manifiesto como el que el periódico "Le Monde" publicó el día 8 de enero de 2018 y que ha sido suscrito por un nutrido grupo de mujeres francesas mostrando su oposición a esta nueva corriente tan reaccionaria que quiere parecer todo lo contrario.

La necesidad de información y crecer en valores de igualdad es una reivindicación constante que no debemos dejar de lado. Debemos ser libres e iguales en derechos, condiciones y obligaciones y poder tomar nuestras propias decisiones sin que otras mujeres nos señalen con el dedo por alejarnos de esos postulados "maternalistas" con los que pretenden envolvernos. 
La elección de cada una deber poder se libre y no permanentemente cuestionadas por quienes se han autoproclamado adalides de la causa feminista. 
Es por esta igual real por la que todos, absolutamente todos debemos trabajar. Lo demás es solo una cantinela que da de comer a unas cuantas personas que a la hora de la verdad no son más que un sinfín de complejos agrupados bajo la piel de un ser humano.




domingo, 7 de enero de 2018

PROPINAS



El canto de los pájaros y la belleza, los lamentos y arrebatos de los movimientos anteriores: todo había sido suplantado por un ánimo diferente, un ánimo más fuerte, más seguro.
Teju Cole



El otoño desapareció dejando paso a un invierno en el que todavía no se apreciaba el frío. Durante semanas estuvo dando vueltas al modo en que iba a emplear su tiempo ahora que las obligaciones laborales ya no iban a existir más. Tendría que aprender a organizarse a partir de cosas nuevas e incluso aleatorias, fuera de horarios y citas. Ya no tendría que calcular las fechas precisas para salir de viaje, prever el inconveniente de un retraso en los aviones, una huelga de última hora, o un tornado infernal. Podría buscar alternativas razonables al tiempo y entretenerse cuanto quisiera y donde quisiera, decidir que el cuerpo le pedía espacio y perderse por la península de Kamchatka que ni siquiera sabía ubicar en el mapa. La libertad había llegado en forma de enfermedad lo suficientemente grave como aparcarle laboralmente, pero lo suficientemente asumible como para  empezar un modo de vida no del todo desagradable. Tenía ahorros, tiempo, ganas y un relativo bienestar, así que iba a empezar la búsqueda de un rincón encantador y agradable, alejado de las nieves que en algún momento iban a llegar a ese lado de la costa. Compraría un billete y viajaría hasta allí sin hacer demasiado ruido. Saborear la libertad y acariciar la posibilidad, a veces esquiva, de hacer lo que le diera la gana sin pagar ni una sola propina.