"Los placeres solo puede soñarlos. Es por eso, seguramente, por lo que no tiene ninguna gana de abrir los ojos, de abandonar su lecho, de saludar al sol oscuro, de sentir el sufrimiento de la guerra, de buscar su voz desaparecida, de pensar en su crimen..."
Maldito sea Dostoievski -Atiq Rahimi
Al entrar volviste a oler aquel extraño olor. Un olor que tal vez solo tuviera de especial que hacía poco que lo notabas. Estabas casi seguro de que
hasta hacía apenas unas semanas, al cruzar el umbral, jamás lo habías olido, pero la duda se tambaleaba a
la que intentabas asegurarla, convertirla en algo potente que guardar para
lanzarla en cuanto te conviniera. Pero tal vez hiciera poco que alguien hubiera pasado por casa, llamado al timbre y, equivocadamente, preguntado por
alguien que jamás ha vivido aquí. Una historia parecida te contó cuando preguntaste la primera vez.
Pero la encontraste sentada en el sofá ojeando una
revista, la televisión sin sonido y una nube de nicotina ocultando unos rasgos aburridos que solo podías adivinar. El ruido de una bocanada de humo interrumpió el silencio y siguió leyendo, o
quizá haciendo ver que leía para no tener que abrir la boca. Fuiste a la
habitación, dejaste sobre la cama la americana y como un enfermo intentaste
intuir una arruga extraña en la colcha, una colilla de más en el cenicero de la
mesilla de noche. Revolviste en el cajón buscando la última prueba
que te permita justificar un escándalo y salir dando un golpe de puerta, pero nada.
Entraste en el baño, te sentaste en el inodoro para hacer tiempo y al salir,
allí continuaba, ojeando la misma revista simple. Te sentaste a su
lado y la cogiste de la mano. Fue entonces cuando pensantes, una vez más, que
el mundo se había ido a la mierda el día en que todo empezó a oler diferente.
Tremendo retrato.
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