El canto de los pájaros y la belleza, los lamentos y arrebatos de los movimientos anteriores: todo había sido suplantado por un ánimo diferente, un ánimo más fuerte, más seguro.
Teju Cole
El otoño
desapareció dejando paso a un invierno en el que todavía no se apreciaba el
frío. Durante semanas estuvo dando vueltas al modo en que iba a emplear su tiempo ahora que las obligaciones laborales ya no iban a existir más. Tendría
que aprender a organizarse a partir de cosas nuevas e incluso aleatorias, fuera
de horarios y citas. Ya no tendría que calcular las fechas precisas para salir
de viaje, prever el inconveniente de un retraso en los aviones, una huelga de
última hora, o un tornado infernal. Podría buscar alternativas razonables al
tiempo y entretenerse cuanto quisiera y donde quisiera, decidir que el cuerpo
le pedía espacio y perderse por la península de Kamchatka que ni siquiera sabía ubicar en el mapa. La libertad había llegado en forma de enfermedad
lo suficientemente grave como aparcarle laboralmente, pero lo suficientemente
asumible como para empezar un modo de
vida no del todo desagradable. Tenía ahorros, tiempo, ganas y un relativo
bienestar, así que iba a empezar la búsqueda de un rincón encantador y
agradable, alejado de las nieves que en algún momento iban a llegar a ese lado de
la costa. Compraría un billete y viajaría hasta allí sin hacer demasiado ruido.
Saborear la libertad y acariciar la posibilidad, a veces esquiva, de hacer lo
que le diera la gana sin pagar ni una sola propina.
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