jueves, 28 de abril de 2011

EL DESCENSO

Posiblemente todos tengamos circunstancias improbables que nos lleven a lugares en los que seamos incapaces de reconocernos a nosotros mismos. Pierdo horas, y más horas, sentada en la sala de espera de esta Terminal. Los minutos se estiran tanto en el tiempo que las horas empiezan a ser eternas.
¿Me pregunto qué es lo que le ha llevado a ser quién es? Me corrijo a mi misma y lo cambio por un “ser como es”. Paso una mano imaginaria sobre este estrambótico pensamiento para intentar volver a un estado de adormecimiento mental. Pero el pensamiento es recurrente y pierdo el hilo del sueño hipnótico que pretendo.
¿Cuándo comenzó su descenso? ¿Cuándo comenzará el mío, si no ha comenzado ya? El descenso se construye a base de desesperanza, desesperación y de la certeza del desencuentro, incluso con uno mismo. Tocar fondo y resurgir.

 “El descenso
hecho de desesperanzas
y sin consumación
nos revela un nuevo despertar:
que es el otro lado
de la desesperación.
Por lo que no pudimos llegar a consumar,
por aquello
negado al amor,
por lo que perdimos en la expectativa
el descenso continúa
sin fin e indestructible”
William Carlos William

miércoles, 27 de abril de 2011

NOSTALGIA


A las 23 horas de un 27 de abril de hace ocho años falleció mi padre. Pasan los años y uno aprende a sobrellevar las ausencias. Creo que no ha pasado un momento del día  de hoy que no lo haya tenido presente. 
Podría escribir muchas cosas, pero no se me ocurre nada mejor que dejar uno de los chistes más tontos que he escuchado en mi vida pero que a él le hacían desternillarse de la risa.
Pues eso.

ULLS CLUCS

 
Des de la finestra vaig veure com pujava per la vora del camí. El pes feixuc del temps que no s’oblida l’havia tornat un home esquerp, segons deien. No vaig creuar ni una sola paraula amb aquell vell que veia cada dia a la mateixa hora, amb el mateix caminar esmorteït del que li queden poques coses per perseguir. Els somnis del passat transformats en escorça que es converteix en un mur impossible d’esquinçar. Uns ulls vuits. El vaig veure creuar i parar davant del bedoll infinitat de vegades. Mirava l’escorça tan de prop que per un moment vaig pensar que repenjaria la cara per a deixar-la impresa sobre aquella pell de suro que podria ser la seva.
L’endemà, a l’hora de sempre, vaig recolzar-me davant la finestra i vaig esperar a veure’l pujar. Començava a fer-se fosc i no va aparèixer. Vaig apropar-me sota una pluja intermitent fins l’arbre que dia a dia havia estat la seva parada obligada. Fou llavors quan vaig veure que en aquella escorça hi havia mig esborrada com pel transcurs del temps, de la pluja i el sol, un nom escrit. Vaig passar els dits de la mateixa manera que durant setmanes havia vist fer a l’home dels ulls que no veien. M’estava acomiadant, sense saber-ho, d’un home que mai vaig conèixer però que durant tot l’hivern havia estat el meu únic company. 
Vaig tancar la porta i deixar la clau sota l’estora. Un últim cop d’ull a unes branques que semblaven embolicar-se buscant en si mateixes el seu propi consol. Va ser  llavors quan em va semblar sentir un adéu només interromput pel ronroneig d’un vent que, finalment, tot s’ho endú.
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Desde la ventana vi como subía por el borde del camino. El peso pesado del tiempo que no se olvida lo había vuelto un hombre tosco, según decían. No crucé ni una sola palabra con aquel viejo que veía cada día a la misma hora, con el mismo andar amortiguado de al que le quedan pocas cosas por perseguir. Los sueños del pasado transformados en corteza que se convierte en un muro imposible de rasgar. Unos ojos vacios. Le vi cruzar y parar ante el abedul infinidad a veces. Miraba la corteza tan de cerca que, por un momento, pensé que  apoyaría la cara para dejarla impresa sobre aquella piel de corcho que podría ser la suya.

Al día siguiente, a la hora de siempre, me apoyé en la ventana y esperé para verle subir. Empezaba a hacerse oscuro y no apareció. Me acerqué bajo una lluvia intermitente hasta el árbol que día a día había sido su parada obligada. Fue entonces cuando vi que, en aquella corteza, había medio borrada cómo por el transcurso del tiempo, de la lluvia y el sol, un nombre escrito. Pasé los dedos del mismo modo que durante semanas había visto hacerlo al hombre de los ojos que no veían. Me estaba despidiendo, sin saberlo, de un hombre al que nunca conocí pero que durante todo el invierno había sido mi único compañero.

Cerré la puerta y dejé la llave bajo la estera. Un último vistazo a unas ramas que parecían envolverse buscando en sí mismas su propio consuelo. Fue entonces cuando me pareció oir un adiós sólo interrumpido por el ronroneo de un viento que, finalmente, todo se lo lleva.

© Fotografía Carlos Luria
 

martes, 26 de abril de 2011

CUESTIÓN DE HONOR

 

Escribo desde la cama, llevo un viaje en coche de más de diez horas y mi espalda lo lleva mal. Ojeo las noticias de los últimos días, la desconexión ha sido total.  La primera noticia que me asalta es la del archivo del procedimiento penal abierto contra la deportista Marta Domínguez.

La Sra. Domínguez se vio envuelta en una operación nacional contra el dopaje deportivo y no sólo se le imputó el consumo de sustancias prohibidas sino que además se llegó a especular con su participación en una red de distribución de todo aquello.

Los medios de comunicación, la propia Secretaria de Estado para el Deporte, la crucificaron sin el menor rubor, sin el freno de la prudencia y ni siquiera se le aplicó la tan manida presunción de inocencia.  Todo aquello quedado en agua de borrajas, borrón y cuenta nueva, pensarán algunos, pero la realidad es que el daño a la reputación, a la imagen y el honor de la Sra. Domínguez ha quedado pulverizado.

¿Y ahora qué? ¿Qué pasa con el mal causado?


Marta Domínguez es sólo un ejemplo. En estos momentos las cuestiones de honor parecen relegadas a los cuentos del medievo, o a los del S. XIX. Y es que vivimos en la sociedad de la memoria colectiva limitada, tan pequeña y corta como la de un pez, todo vale. Por eso se puede agraviar que no pasa nada, mañana nadie se acordará, salvo el que lo ha sufrido en sus carnes y que, desde entonces, escucha a su espalda los rumores del “sí, pero…”

Las cuestiones de honor no interesan. El honor como tal se ha convertido en “algo” de quita y pon, algo tan desvalorizado que no hay problema en machacarlo cuando queremos la muerte civil de alguien, de algo.

Calumniar, injuriar a nuestro vecino hasta decir basta es sencillo, fácil y, aparentemente, nada costoso, basta con hacer correr un rumor malintencionado, dejar que se expanda como el veneno y esperar. Si no es cierto lo extendido, ya vendrá alguien a decir que no es cierto y el resto si lo tiene a bien pues recompondrá la imagen que de esa persona tiene, o no.

Por lo general, son pocas las rectificaciones, pocas veces las que escuchamos a alguien pedir disculpas en estas cuestiones. Y es que la difamación, la calumnia no es un trayecto de doble sentido, no se desanda cuando se pone en evidencia la falsedad o la mentira desatada.

Los duelos ya no están de moda, pero los correveidiles, los mentirosos, los chapuceros, los que buscan su momento de gloria están en lo alto de la cresta de la ola y el honor, el de los demás, convertido en una bola de plastilina.

Mala cosa. Sin honor, al final, nos terminamos convirtiendo en menos que cero.

Pd.: Espero que Marta Domínguez haga algo con el suyo.

miércoles, 20 de abril de 2011

MAESTROS y ESPEJISMOS


Esta mañana, cuando me dirigía a mi trabajo, me he encontrado a una persona a la que hacía años que no veía. La alegría del encuentro ha sido grande. La charla, en plena esquina del Paseo de Gracia, se ha prolongado en un café rápido, en un bar de los de toda la vida. Barra de acero inoxidable, camarero de camisa blanca y pantalón negro y café de los de verdad. 
No había vuelto a tomar un café con mi Profesor desde que cursé mi último año en la facultad. No son pocos años. La alegría, para mí ha sido importante, nos hemos reconocido pese a que han transcurrido más de veinte años desde que dejé su aula. Él me inoculó el veneno por los razonamientos lógicos y prácticos más allá de posicionamientos doctrinales que distraen del fondo y solucionan poco. 
Hoy, cuando él ya camina con bastón y yo ando con las cervicales hechas trizas, nos hemos reencontrado de un modo casual y reído recordando mis apuradas llamadas a su Cátedra cuando, recién licenciada, tenía que debutar y tenía pavor a no estar a la altura. Supo, desde la rigurosidad que da la conciencia y la ciencia, ponerme en mi sitio y, con guante de seda, tranquilizarme recordándome que todos tenemos una primera vez, que nadie nace enseñado y que por eso no debemos escatimar esfuerzos en  sacar adelante aquello en lo que creemos. Recuerdo con frecuencia aquella conversación.
Le he acompañado hasta un taxi y al despedirme, cuando le he dado la mano,  he sentido la firmeza de un hombre bueno y la seguridad que siempre consiguió transmitirme mi Maestro. Porque eso es lo que es un Maestro. lguien que no sólo domina el conocimiento, sino que consigue transmitirlo con una especial habilidad que no está exenta de empatía con aquel que lo recibe. 
Personas que saben mucho de lo suyo las tenemos a puñados; profesores que recitan sus lecciones a alumnos en permanente estado de catalepsia, también; pero “Maestros”,  en su sentido más puro, de ésos, hay pocos, pero son fundamentales porque, bajo una aparente libertad,  pueden llegar a modelar el pensamiento, la forma de trabajar y, ¿por qué, no?, incluso de entender la vida. 

He alargado el trayecto y lo he convertido en un paseo mientras iba pensando en todo ello. Al cruzar la Diagonal, sin saber cómo,  me he encontrado con el teléfono en la mano. Se lo tenía que contar, lo entendería perfectamente y estaba segura que le agradaría saberlo, oírlo. 
El semáforo ha cambiado a rojo y el teléfono ha vuelto al bolsillo de la americana. Sólo ha sido un fugaz espejismo.

martes, 19 de abril de 2011

SERPIENTES, HIENAS Y PIEL




Creo que lo que más me costó fue acostumbrarme a la oscuridad. Las horas de sol eran tan escasas y el frío tan intenso que la vida en el exterior se limitaba a lo imprescindible. Pasé muchas horas en mi habitación de un apartamento compartido, con una estufa eléctrica que jamás calentó y un radiocassette a pilas que acabó falleciendo  por el empalagamiento de las baladas que arrastró.  Llené los días de litros de té hirviendo, pan de centeno y de la inmensa sensación de estar demasiado lejos de todo y de todos.
Internet aún era un sueño, las conferencias telefónicas un lujo que no me podía permitir. Quizá porque me costaba hacerme entender y yo apenas comprendía nada,  la sensación de vivir en una burbuja era permanente. 
Maté muchas horas en un café de Princess Street junto a una librería de viejo que me abasteció de los pocos libros en español a los que tuve acceso entonces. Recuerdo con especial gusto los "Cuentos de invierno" de Karen Blixten (yo prefiero su alter ego Isak Dinesen) y, gracias a ellos, empezó el peregrinar, los viernes por la tarde, hasta aquel rincón que me convertía en un ser humano corriente. Allí rescaté un ejemplar destrozadísimo de "Memorias de África". Una edición bolsillo tan manoseado que pensé que antes de terminarlo se desintegraría, pero no, no lo hizo y lo conservé durante algún tiempo. 
Tuve suerte, ese libro tan gastado, años más tarde, me proporcionó una de las mejores tardes de mi vida. Pero eso ya es otra historia. Una de luz, olor a sal y  de espalda recorrida centímetro a centímetro bajo el influjo de las serpientes y las hienas africanas.



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"Hace unos cien años un viajero danés en Hamburgo, el conde Schlimmelmann, se encontró con un pequeño zoológico ambulante y le gustó extraordinariamente. Mientras estuvo en Hamburgo diariamente lo visitaba, aunque le hubiera resultado difícil explicar cual era el atractivo real de las caravanas sucias y desvencijadas. La verdad era que el zoológico respondía a algo que estaba dentro de su mente. Afuera era invierno y hacía mucho frio. En el cobertizo el guardián había encendido la vieja estufa hasta que hubo un rosado esplendor en la sombra amarronada del corredor, junto a las jaulas de los animales, pero las corrientes continuaban y el aire cortante penetraba hasta los huesos.
El conde Schlimmelmann estaba absorto en la contemplación de la hiena cuando el propietario del zoológico ambulante llegó y le habló. El propietario era un pálido hombrecillo de naríz aplastada, que en el pasado había sido estudiante de Teología hasta que tuvo que dejar la Facultad por un escándalo y había ido cayendo, paso a paso, cada vez mas bajo.
-Su excelencia hace muy bien en mirar a las hienas -dijo-. Ha sido una gran cosa traer una hiena hasta Hamburgo, donde nunca había habido antes. Todas la hienas son hermafroditas y en Africa, de donde proceden, en las noches de luna llena se reúnen, se juntan en un círculo y copulan; cada animal toma el doble papel de macho y hembra. ¿Lo sabía usted?.
-No -dijo el conde Schlimmelmann con un ligero movimiento de disgusto.
-¿No cree su excelencia -dijo el empresario- que, a la vista de este hecho, debe ser más duro para la hiena que para otros animales estar encerada en una jaula? ¿Sentirá un doble deseo o estará, porque se reunen en ella las complementarias cualidades de la creación, satisfecha y en armonía? En otras palabras, ya que todos somos prisioneros en la vida ¿somos más felices o más desgraciados cuanto más talento poseemos?
-Es curioso -dijo el conde Schlimmelmann, que estaba absorto en sus propios pensamientos y no prestaba atención al empresario- comprobar que tantos cientos, hasta miles de hienas han vivido y han muerto para que podamos, finalmente, traer aquí a este espécimen, para que el pueblo de Hamburgo pueda saber lo que es una hiena y que los narturalistas puedan estudiarla.

Avanzaron para mirar las jirafas de la jaula vecina.
-Los animales salvajes -continuó el conde- que corren por las tierras salvajes no existen realmente. Este existe, le hemos dado un nombre, sabemos cómo es. Los otros pueden no haber existido; sin embargo, son la inmensa mayoría. La naturaleza es extravagante.

El empresario se echó hacia atrás su gorro forrado de piel, debajo del cual no había ya ni un cabello.-Se ven mutuamente -dijo. 
-Hasta eso se puede discutir -dijo el conde Schlimmelmann después de una corta pausa-. Esas jirafas, por ejemplo, tienen manchas cuadradas en la piel. Las jirafas mirándose entre sí, no saben lo que es un cuadrado y en consecuencia no lo ven. ¿Se puede decir de ellas que se ven unas a otras?El empresario miró un momento a la jirafa, y luego dijo: -Dios las ve.
El conde Schlimmelmann sonrió. -¿A las jirafas? -preguntó
-Oh, sí, excelencia -dijo el empresario- .Dios las ve y le gusta lo que hacen. Las ha hecho para complacerse. Está en la Biblia, excelencia -dijo el empresario- .Dios ama a las jirafas que ha creado. Dios ha inventado el cuadrado al igual que el círculo. El ha visto los cuadrados de su piel y todo lo demás que les concierne. Los animales salvajes, excelencia, son quizá una prueba de la existencia de Dios. Pero cuando vienen a Hamburgo -concluyó poniendose el gorro -el argumento se pone más problemático.
El conde Schlimmelmann, que había ordenado su vida según las ideas de otras personas, caminó en silencio para mirar las serpientes, que estaban junto a la estufa. El empresario, para divertirle, abrió la jaula donde estaban encerradas e intentó despertar a la serpiente que había dentro; por fin el reptil, lenta y soñolientamente, se enroscó en su brazo. El conde Schlimmelmann miró al grupo.
-Desde luego, mi buen Kannegieter -dijo con una risita desabrida-, si estuviera usted a mi servicio, o si yo fuera rey y usted ministro mío, lo cesaría en el acto.
El empresario lo miró nervioso.
-¿Por que, señor? -dijo y deslizó la serpiente en la jaula-. ¿Por qué, señor? Si es que puedo preguntarlo -añadió al cabo de un momento.
-Ah, Kannegieter, no es usted un hombre tan sencillo como pretende -dijo el conde-. ¿Por qué? Porque, amigo mio, la aversión hacia las serpientes es un profundo instinto humano, la gente que lo tiene se ha conservado viva. La serpiente es la más peligrosa entre los enemigos del hombre, ¿pero quien, salvo nuestro propio instinto de lo bueno y de lo malo puede decirnoslo? Las garras de los leones, el tamaño y los colmillos de los elefantes, los cuernos del búfalo saltan a la vista. Pero las serpientes son hermosos animales. Las serpientes son redondas y lisas, como las cosas que nos gustan en la vida, de exquisitos colores suaves, graciosas en sus movimientos. Solo para el hombre bueno esa belleza y esa gracia resultan repugnantes, huelen a perdición y le recuerdan la caída del hombre. Algo en su interior le hace apartarse de la serpiente como del diablo, y a eso se llama la voz de la conciencia. El hombre que acaricia a una serpiente lo puede hacer todo -el conde Schlimmelmann se rió un poco de sus propios pensamientos, se abotonó su rico gabán y se volvió para salir del cobertizo.
El empresario se quedó un momento sumido en profundos pensamientos.
-Su excelencia -dijo finalmente-, necesitáis amar a las serpientes. No hay vueltas que darle. Según mi experiencia en la vida os lo puedo decir y, por supuesto, es el mejor consejo que puedo daros; Amad a las serpientes. Tenedlo en cuenta Excelencia, que casi cada vez que le pedimos al Señor un pescado nos da una serpiente."
 -El zoológico ambulante-





domingo, 17 de abril de 2011

ENSIMISMAMIENTOS


Cuando llevábamos más de tres horas descendiendo por el rio, me di cuenta que no había atado ni uno sólo de los cabos que, al subir, me habían entregado para que, a modo de línea de vida, me sujetara a las argollas que un chico, apenas un niño, me había señalado con grandes gestos. Eran nuestro salvoconducto, en caso de volcar, evitarían que la corriente nos arrastrara hasta alejarnos de la barca. No até nada, aún no sé qué es lo que me llevó a ser tan imprudente. Ni até las cuerdas, ni las fije a mi chaleco, ni las sujeté a ninguna argolla. Me dejé llevar. 
Me senté en una silla de madera clavada a un tablón y esperé aún no sé a qué. Me ensimismé.
La capacidad para abstraerse es infinita. Olvidé donde estaba y olvidé que por mor del ensimismamiento había sido muy imprudente. 

Puedo trasladar esa experiencia a la vida cotidiana. Pienso en la necesidad de ir con “líneas de vida” que nos sujeten  a la realidad para evitar que los revolcones que  inevitablemente nos da el destino, la mala suerte, o la propia imprudencia, nos arrastren hasta el fondo del cauce.  
Pero, también en seco,  la capacidad de abstraerse es infinita y olvidamos, por mor del ensimismamiento, escoger un par de argollas a las que sujetarnos. Y así nos va, tragando, en ocasiones,  más agua de la que debíeramos sin comprender que es lo que hizo que no sujetaramos la cuerda cuando debimos.
©Fotografía naq

BCN 02:00 A.M.

BCN 02:00. Una noche en la Gran Ciudad.  Vuelvo a casa después de una deliciosa cena, una copa y un regreso un tanto aventurero. Si fuera Cenicienta no habría salvado ni el zapato, pero la ventaja de no pertenecer al mundo de los cuentos está en  que la calabaza la he podido cambiar por un gin-tonic en buena compañía; los compases de un vals principesco por los acordes de Suzanne Vega; y un cuartucho oscuro, humedo y terrible, por el salón de mi casa nada oscuro, nada húmedo y en absoluto terrible.

Dejo las llaves sobre la mesa, me quito los zapatos y, porque sé que hoy nadie va a protestar, los dejo en medio del salón.
Doy una vuelta, pequeña. El espacio es reducido pero más que suficiente. Miro las fotografías que hay encima de la estantería, las que hay encima de la librería, y me recreo en la que yo misma enmarqué.  Una fotografía en blanco y negro, finales de los sesenta, la cabeza de un niño que, en estilo crawl, intenta avanzar contra corriente. Un instante rescatado de una caja de zapatos olvidada que hoy preside mi casa.
Ni una pizca de sueño. El silencio roto por las notas apagadas que se escuchan a través de la pared. Un edificio de insomnes perpetuos.
La noche va a ser larga, lo sé. Creo que voy a poner, de nuevo, a Suzanne Vega en el CD,  a transformar esta mesa en un collage de fotos rescatadas y a preparar su próximo regalo. Después, sin demora, voy a escribir una carta que debo y en la que llevo pensado desde hace semanas. Ya va siendo hora.  
Voy a empezar por conectar la cafetera, a preparar la taza de loza azul y a esperar a que se caliente el agua. Sin duda, un buen comienzo. 
Click.

jueves, 14 de abril de 2011

INDIGNADOS ESTAMOS YA

Desde hace algún tiempo corre por las librerías el libro de Stéphane Hessel "Indigne Vous" convertido en un best-seller. Confieso no haberlo leído y no creo que lo haga. No lo haré porque dada la situación actual, no hace falta que nadie me diga que me indigne, lo hayo yo solita y, no puedo evitarlo, con motivo del estado, no sólo económico, sino político y social, ya ando calentita. Por eso no creo que el libro del Sr. Hessel vaya a despertar mi indignación.

En mi comunidad, considerada una de las más prósperas del país, entre muchas de las bestialidades, incoherencias y burradas socioeconómicas que venimos sufriendo, la última que nos han anunciado, y ya están aplicando, son los recortes sobre las coberturas sanitarias. Una merma más en el estado del bienestar que venimos sufriendo en los últimos tiempos.

No voy a leer el libro porque ya estoy más que indignada.

Cuando la mayoría de los ciudadanos andamos apretándonos el cinturón, los que nos mandan continúan manteniendo sus innecesarios privilegios que se traducen en un incremento del gasto público, y adoptando las más estúpidas decisiones políticas, encaminadas única y exclusivamente a mantenerse en el pollete sin tener en cuenta a sus ciudadanos, generando gastos que no se dicen nada con la época de carestía que todos padecemos.

Por ejempo ¿Es necesario que existan tantos coches oficiales? ¿Es necesario el abono de dietas que en la mayoría de ocasiones no son necesarias y responden sólo a la comodidad del alto funcionario o autoridad en cuestión?¿Es necesario que se reparta la prensa escrita en todos los departamentos de la Generalitat, con el gasto que ellos comporta, cuando desde las dependencias de sus despachos tienen acceso a internet y tienen a su disposición la información correspondiente? ¿Es necesario el establecimiento de pensiones vitalicias cuando, en mor de un servicio público retribuido (no lo olvidemos), una persona accede a un determinado puesto de gobierno por un tiempo tan escaso como pueden ser dos legislaturas? ¿Es necesario cambiar el nombre de los Departamentos, Consellerías, etc, cada vez que cambia el partido político que nos gobierna, con el consiguiente cambio, por ejemplo de papel, sobres, carpetas, letreros, etc.? ¿Es necesario establecer legislación, como por ejemplo la de tráfico, en la que en un año se varíen los límites de velocidad para, transcurrido un tiempo, volverlo a cambiar, con el gasto en señalización, etc, que ello supone, porque se han dado cuenta que lo acordado por otros era inútil?
Podría añadir mil detalles y situaciones que pueden parecer anecdóticos pero que en realidad no lo son. Si empezamos a sumar menudencia con menudencia vamos a ver la cantidad de dinero público que malgastamos por la mala cabeza de quienes nos gobiernan.

Me indigna leer que en la sanidad pública catalana, entre otras cosas, se van a hacer recortes cerrando quirófanos, plantas de hospitales, etc. y quien dice sanidad, dice justicia, servicios sociales y otras muchas cuestiones que afectan a todos los Pérez o Mitjavilla, que viven por aquí.

Hasta hace muy poco tiempo en España podíamos presumir de un sistema sanitario de los más avanzados del mundo. En estos momentos, podemos empezar a temblar y a cruzar los dedos, ya veremos como salimos de ésta.

Y es que con la salud y el bienestar de los ciudadanos que, religiosamente pagan sus impuestos, no se juega.

Por eso no voy a leer el libro de Hessel, ya ando bastante indignada todos los días después de leer la prensa, de escuchar las noticias y de ver la que está cayendo a mi alrededor.


coldplay - cloks










miércoles, 13 de abril de 2011

BLACKFIELD -UN VIAJE A LA NADA-


Llevaba meses arrastrando un pesar nada incierto. Conocía el motivo a la perfección y por eso cuando, pese a esforzarme por evitarlo, me vencía la melancolía y mi mano, adquiriendo vida propia, le buscaba a través de un número seriado, lo cerraba todo, y salía a la calle. Esos días,  con una temperatura que congelaba y paralizaba cualquier pensamiento amenazante, hice adquisiciones verdaderamente valiosas en lo inmaterial. 
Llené los momentos de melancolía de objetos y paseos que carecían de ningún otro valor que el de ser adquiridos pensando, olvidando, recreando un pasado que no iba a volver jamás, nunca. Le había perdido de manera definitiva.

Sin embargo, aún sintiendo la opresión que la pena me imprimía, llegué a barajar la posibilidad de que esa tristeza, que me acompañaba las veinticuatro horas del día, me estuviera regalando los mejores momentos, pese a la permanente presencia de su ausencia. 
Empecé a rehuir  la compañía de los de siempre. Tener que simular un estado de normalidad en el que no me encontraba se convertía en una tortura;  tener que contestar preguntas para las que no tenía respuestas, una pesadilla atroz.
Una oportuna afonía y una sordera pertinaz me proporcionó unos forzosos momentos de aislamiento que agradecí de manera incomprensible para los demás. 

Con los días, decidí poner tierra de por medio, marcharme a Blackfield, llevarme ese estado en el que ahora vivía, dejando sobre la mesa la promesa escrita de volver cuando consiguiera recuperar parte de lo que otros querían de mí. Una promesa de dedos cruzados en la espalda. 
Y en ese viaje a los humedales del norte, cerca de la nada, descubrí que la pena puede llegar a vivirse como el miedo; que la pena inyecta la desidia en el cuerpo y en el alma, y que las desgracias van más allá del propio hecho en sí mismo; que la desgracia, la desventura más grande, no consiste sólo en tener que vivirla, sino en reflexionarla, dotarla del sentido o del sinsentido que nuestro pensamiento le conceda, y seguir viviendo con ella.

Regresé a los pocos días. Antes de marchar, dejé sobre el tocador de la habitación, el ejemplar de “Una pena en observación” que me acompañó durante mi viaje a ninguna parte. Quizá otro viajero, con el mismo pesar que a mí me había llevado hasta ese lugar, encontrara el consuelo del que se siente borracho, conmocionado por la pena de una pérdida atroz.


 
© Fotografía Ramon Ignasi Canyelles

-Una pena en observación-  C.S. Lewis (1961)

lunes, 11 de abril de 2011

DE PAREJAS ABIERTAS Y OTRAS MILONGAS


Cuando alguien que es más convencional que un tutú con medias rosas, en el marco de una relación amorosa, suelta aquello de que se siente un poco asfixiado,  que necesita espacio, el receptor del mensaje puede apostar que el “olor a muerto” lo desprende él. Si transcurrido cierto tiempo, por lo general poco, el mismo sujeto convencional del tutú aboga por “abrir la pareja”, que al receptor no le quede duda alguna, sus cuernos son visibles a distancias kilométricas, hasta el google earth es capaz de localizarlos en el inmenso globo terráqueo.  Vamos que la cornamenta, materializada o no en el momento del fatídico enunciado, es digna del mayor alce del Canadá.
Y es que la petición de tener una relación de pareja abierta, por lo general y casi siempre en lo particular, encierra la gran trampa del que no sabe como mandar a paseo a otro al que ya no se ama y se escuda en aperturas que lo único que encierran es el gran temor a poner un punto y final a lo que ya está caduco.  Así de claro. 
Lo del emparejamiento abierto es algo así como tener carta blanca para mantener una aventura con otra persona distinta a la pareja. Todo muy civilizado, eso sí, desde el punto de vista del aperturista que es quien se ha colocado en la posición de ventaja,  porque el otro, de habitual, anda a por uvas y no comprende la petición de aquel con el que se supone tiene una relación.
No nos engañemos, los sentimientos amorosos son exclusivistas.  Queremos que ése a quien amamos nos dedique, en exclusiva, sus atenciones, sus caricias, sus gestos, sus miradas, todo lo que conlleva la carga emotiva y sensual de esos sentimientos que sentimos por otro. Por eso, la “apertura” a otros de esas atenciones,  sólo nos parece bien cuando somos nosotros quien decide hacer el reparto según más  nos apetezca, pero no nos parece igual de bien cuando lo que toca es sufrir que la persona amada se dedique al reparto de eso que querríamos para nosotros solos.
Siempre he pensado que los que hablan de relaciones de "pareja abierta" y se manifiestan como adalides del aperturismo,  que tanto pueden estar  con menganito, como con fulanito, en realidad no aman a nadie, sólo se quieren a sí mismos y esperan una especie de adoración continua de aquellos a los que dispensan sus atenciones,  pero poco más. Al menos es así en el entorno en el que vivimos, tal vez, en Jandikjinstan o en Bundinganka la cosa  sea distinta pero aquí, en esta piel de toro, las cosas son así. No conozco a nadie que, amando a otro, le haga demasiada gracia que la persona amada dedique atenciones amorosas a otro que no sea él mientras mira a otro lado esperando que termine el reparto y le toque la tanda. 
Pienso que el  amor no entiende de aperturismos,  salvo que de amor quede poquito y lo que quede sea otra cosa, llamémosle como queramos y que pareja y amor no siempre van a la par, mal que nos pese.
Y es que la que suscribe que es de tendencia apasionada, exclusivista, con tendencia a amores excesivos, cuando ama no entiende de más apertura que la del escote, ni de otra que no vaya encaminada a encontrar la piel del otro para perderse en ella sin que quepa que esa piel la comparta nadie más. Será que una es rarita.

domingo, 10 de abril de 2011

UN GIORNO PARTICOLARE


Un buen puñado de horas bajo el influjo de unos calcetines verdes, unas medias de lunares y el abrasador sol de la primavera postnuclear. 
Unas cuantas horas presididas por: Un hipopótamo, tres jirafas, seis monos espantosos, cinco  zumos de piña, cuatro bolsas de patatas onduladas (nunca sin ondular), dos bolsas de palitos al aceite de oliva, cuatro huevos kinder, dos delfines, tres avestruces, dos bolsas de pipas, un par de cervezas, tres coca-colas zero, un bote de crema solar "Isdin" protección 50, los resguardos de los billetes de avión, cuatro hamburguesas, cuatro helados de vainilla. Algunas carreras, dos rasguños en las rodillas, dos llantos desbordados y mil risas contagiadas. Un autobús, dos cabras, seis conejos y la exclamación permanente de "mamma mia".

Y al final, unos calcetines verdes, unas medidas de lunares que duermen en la parte trasera tras descargar mil amores antes del adiós. Estoy muerta pero, sin duda, volvería a repetirlo. Al final eso es lo que queda.




© Fotografía AN=NA

sábado, 9 de abril de 2011

EXTRAÑO


He invertido mi reloj vital, son las cuatro de la madrugada. No puedo perder un segundo. Lo quiero todo. Mil lugares, mil sitios, mil charlas, mil “tú” y absorberlo de manera indisoluble, partícula a partícula. Sólo así sé que en el último segundo no me apenará que el mundo prosiga indiferente cuando yo no esté, Me llevaré parte de él conmigo. Pienso en azul y en Skandia sky. Es extraño. 

viernes, 8 de abril de 2011

PENSAMIENTOS Y PAJAS MENTALES (II)


Hace algunas noches, me ensimismé con un documental de la televisión, hablaba de neuropsiquiatría. Un excelente reportaje en el que se trataban las cuestiones de un modo tan llano que hasta el más tonto del pelotón podía seguirlo sin ningún problema.
Al terminar, miré el reloj. Las tres de la mañana y los ojos como platos. Las horas brujas siempre me pasan rápido. Supe que no me iba a dormir y, como ando en época “un poquito más así”, se me disparó, sin poder evitarlo, un monólogo que a buen seguro iba a terminar en paja mental.
Calenté agua, coloqué la bolsita y, sentada en la terraza, parí una, otra más, paja mental.

Los humanos, contrariamente a los monos, a los que nos parecemos casi como dos gotas de agua, reinventamos el pasado e imaginamos el futuro, como formas alternativas a lo que somos. Mentiras de la vida, sin duda alguna.
Pero pensar en el pasado, practicarle la cirugía estética e imaginar un mañana que desconocemos, requiere poder situarse en ese momento preciso que ya ha pasado e imaginar ese que pensamos va a llegar.
Siempre me han sido sencillos los saltos hacia delante, pero nunca me dio por dar saltos hacia atrás, nunca me dio por imaginar, simular un pasado distinto al que tengo. Quizás, en algunos momentos, me acerco más al simio que a la mujer racional, intelectualmente y emocionalmente desarrollada que se supone que soy.
Nunca tuve problemas por imaginar futuros. Sin embargo, debe ser el chip de la racionalidad y que las suelas se me pegan al suelo de una manera cada vez más firme, que los desmanes imaginativos, respecto de mi persona y mis  cosas, siempre han sido muy comedidos. Y la realidad no termina distando demasiado de lo imaginado y en lo sustancial uno y otro convergen.

Con la perspectiva del tiempo, y con un reloj que me descuenta a pasos gigantes, soy incapaz de imaginar futuros y sólo vivo y me represento en el momento actual. No tengo espacio para más, no doy tampoco para más.
A fin de cuentas, nunca tuve la capacidad para “colocarme”, ni siquiera mentalmente donde no me correspondía.
Ahora lo pienso y puede que me haya perdido “algo”, o quizá no y sea por eso que esta “falta”, esta “imposibilidad” de situarme donde no me toca, de una manera propia, me hayan convertido, sin querer, en una lectora compulsiva y desordenada.
Pero ésto sólo es una paja mental. Sólo cosas y eso.

martes, 5 de abril de 2011

PENSAMIENTOS Y PAJAS MENTALES

 

Somos esencialmente pensamiento. Nos creamos, construimos nuestro yo,  a través del pensamiento. Un acto íntimo y estrictamente individual.  Nadie puede pensar por nosotros, es lo único que de verdad tenemos. Nadie puede robarnos nuestros pensamientos, es lo único que poseemos de verdad. Podemos ocultarlos, disfrazarlos, regalarlos o mostrarlos al mundo como si de un hallazgo para compartir se tratara, pero son sólo nuestros.
Un pensamiento, en ocasiones difuso, que discurre bajo la influencia, no sólo de lo externo, sino incluso de lo internamente pensado pero, definitivamente, nuestro.
El pensamiento impostado, adoptado por la conveniencia del agrado, no perdura. No es nuestro, no es esencial.  Quizá por eso, el de verdad, el nuestro, el que nos es propio, no lo podemos controlar y  fluye imponiéndose a cualquier otra idea que intentemos calcar. Y es que lo impostado, adoptado sin  convencimiento real, no cuadra en las lindes de nuestro propio yo.
El pensamiento va por libre, podemos intentar domarlo, pero esa doma no lo bloquea, no lo evita.  Pero no nos engañemos, el pensamiento es libre pero no original. Porque a ciencia cierta que  lo que yo haya pensado, pienso o piense en el futuro,  ya ha sido pensado por la  infinidad de hombre o mujeres que me han precedido en el tiempo. De eso estoy plenamente convencida. No hay nada original bajo la capa del sol. Puede que algunos sepan o puedan expresarlo mejor, de un modo más o menos elaborado, preciso, cautivador o bello, pero no será nuevo. Esa idea,  vacía de artificio, seguro que fue pensada por alguien en el pasado.  A fin de cuentas, ni siquiera somos lo originales que creemos ser. 
Empiezo a pensar que los pensamiento son como los millones de motas de polvo que cubren la superficie que poblamos, porque ese polvo no es más que  esa materia que no se crea ni se destruye, sólo fluye y se desplazada por el espacio y por el tiempo para seguir cubriéndolo todo. 
Nada nuevo, nada que no obtenga respuesta, a fin de cuentas el hombre sólo se formula preguntas sobre aquello que puede responder y, si no lo encuentra, se lo inventa.

Pd: Ahora, después de leer esto, si alguien ha llegado al final, habrá comprendido lo de la paja mental. Pero es lo que tiene estar a las ocho de la mañana en un butacón esperando con un sobre que no sabes si contiene una prórroga.

lunes, 4 de abril de 2011

MINIMALISMOS XXI


Uno se esfuerza hasta donde el esfuerzo le merece la pena. Y uno se interesa mientras el interés se mantiene.


Depeche Mode - Enjoy The Silence `04




©Fotografía naq

domingo, 3 de abril de 2011

TIME TO TIME


Lo he vuelto a hacer. He pasado gran parte del día fotografiando bicicletas. Mala cosa. Como no quería volver a caer en el ritual de descargar, ordenar, clasificar y esas cosas que me llevan a pensar y preguntarme que hago fotografiando bicicletas decidí parar.  Me senté en una terraza, esperé a que el sol me iluminara y decidiera por mí el siguiente paso y, lo hizo. He borrado la tarjeta llevándome por delante todo lo que durante el día he inmortalizado para volverlo mortal con un simple click.
Sencillo. 
Y ahora, vuelta a empezar.

     "Su reloj marcaba las nueve y media y se encogió al pensar en el tiempo que había perdido. Se levantó y echó a correr a medio galope en dirección oeste, asombrado de haber recuperado sus fuerzas, pero maldiciéndose por las horas que había desperdiciado en ello. No tenía consuelo. Hiciera lo que hiciera ahora, le parecía que siempre llegaría demasiado tarde. Podía correr cien años y seguiría llegando justo cuando las puertas se cerraban"
-Trilogía de Nueva York-  Paul Auster
© Fotografía naq

sábado, 2 de abril de 2011

SUN SHINE o LA PRIMAVERA YA ESTÁ AQUÍ


Este ha sido realmente el primer fin de semana primaveral del año. No había tiempo que perder, tenemos poco. Primero, cuatro cosas, de esas que no pueden esperar y después, a gozar del sol, de los paseos aplazados por la lluvia, por el frio del invierno y de conversaciones sostenidas con los palillos de los minutos escasos.  
Ha sido un buen sábado, quizá no redondo (el eterno inconformismo), pero esencialmente bueno. 
Estar con tu gente, disfrutar de las cosas pequeñas, del sabor de los primeros berberechos al sol, del vermut de siempre, de las gafas de sol por necesidad, de todas esas cosas menudas  que nos devuelven media vida. Una vida que, a diario, dejamos pegada a rutinas, trabajos estresantes y situaciones rocambolescas.
Son las once de la noche, estoy cansada y  tengo agujetas, pero bienvenido sea todo ello. El Camino de Ronda está donde siempre, las calas siguen en su sitio, el salitre sigue sabiéndome igual de bien. 
Me despido de todo ello y vuelvo a casa llevándome conmigo, de nuevo, lo mínimo que es siempre lo máximo. Un botiquín de supervivencia que, en ocasiones, olvido que existe.
Quizás, por eso, en  los días como hoy,  uno se transforma, por unas horas, en incombustible y siente la necesidad imperiosa de prologarlo al máximo. Y eso es lo que me dispongo a hacer, estirar las horas.
Ahora que el silencio ya se ha instalado en casa. Tengo sobre la mesa tres películas que guardé para una ocasión como la de hoy, un libro que me apetece un mundo empezar y el Ipod cargado de música. Así que voy a bajar la luz, y empezaré la cara B de un día que amaneció limpio, despejado y acabará de la misma manera cuando los parpados digan basta.

frank sinatra - you are the sunshine of my life

ALONE TOGETHER

 

Desde el taburete puedo ver toda la ciudad. Nada ha cambiado, tal vez alguna torre más, las grúas de la especulación interrumpida, pero la línea del mar continúa siendo la misma, confusa, inmensa, terriblemente azul.   
Un salto al pasado. El mismo lugar, la misma fotografía, la misma sensación de eterna quietud. Quiero pensar que sólo ha pasado tiempo, nada más. Los años y una distancia insalvable en lo corpóreo, nos  ha llevado a lugares distintos. El mío aquí, el suyo no lo sé. Pero a veces, de vez en cuando, sin motivo aparente,  regresa de ese limbo difuso en el que se escondió cuando dejó de ser quien era. Y lo hace para que no olvide que podemos vivir eternamente mientras alguien nos recuerde. Por eso sé que está vivo aunque su presencia se limite a ser una mirada sobre una ciudad que ha continuado creciendo, a ser una inspiración quieta que evita que todo se pare, a ser el olor de unos pinos que bordean la maltrecha carretera que asciende hasta este lugar, a ser el recuerdo de quien fue.
 ©Fotografía: naq