Mostrando entradas con la etiqueta Jack Johnson. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jack Johnson. Mostrar todas las entradas

domingo, 24 de enero de 2021

Y AL DÍA SIGUIENTE, BOSTEZÓ

 


El día que se confirmó la noticia del confinamiento bajé las revoluciones del pensamiento. Me miré en el espejo y descubrí algunas vetas más grises que plata que no tenía controladas. Arranqué unas cuantas desafiando a la maldición de la proliferación descontrolada cada vez que arrancas una. Me sujeté el cabello con una cola floja y me pedí la paciencia que no tengo. La cosa va para largo y el desgaste va a ser grande, así que abrí la ventana, dejé que el aire me llenase los pulmones y deseé, con la misma intensidad que deseo que el cartero no toque el timbre de me interfono, que nadie hubiera estornudado tan fuerte como para llegar al balcón. Las gotículas son el mal y siembran el dolor en el mundo. Lo escuché en un programa de radio y ahora, con todo lo pasado, vivo convencida de su maldad y su existencia disoluta.  Meses después, nada es mejor. El aire huele a polución y los pájaros que se apostaban en las balaustradas han desaparecido. Por primera vez tengo miedo y me abrigo más de lo normal. Ya no miro el tiempo, ni sigo el estado de la polución ambiental.  Los datos de contagio y fallecimientos se han convertido en el buenos días habitual y han arrinconado la música de primera hora. Algo irracional se nos ha cruzado en la vida y no sabemos, no sé, dónde encajarlo. Lo normal ya no existe. En unas semanas volverán los días tibios sin que hayan desaparecido el frío siniestro  que se nos ha colando dentro. Creímos que lo banal desaparecería, era una oportunidad. Pero la realidad es tozuda, retorcida y poderosa. La fotografía que nos quedará de todo esto es la de la malsana necedad.





martes, 20 de noviembre de 2018

NOSOTROS, LOS INÚTILES


- El espejo se ha roto. 
- Ya lo sé, me gusta así. Así me veo tal y como me siento. 


El apartamento - Billy Wilder






Estoy esperando que llegue el fontanero. Es un hombre muy dispuesto que siempre acude con rapidez cuando le llamo. Nunca me ha puesto ni un solo problema para venir, sea la hora que sea, a reparar todos los estropicios que día a día se van produciendo en esta casa que maldita sea la hora en que alquilé. No sé la de veces que ha venido en el último año. En todas ellas vestía una de mono viejo que dejaba al aire unos brazos que en otro momento debieron de ser fuertes y ahora son poco más que pellejo y hueso, hoy viste igual pero arrastra los pies. Nunca me había fijado en eso. Le dirijo al baño, otra vez la cisterna pierde agua. Se detiene frente al inodoro mirando el botón que regula el flujo de agua. Se queda quieto, en silencio, y por un momento temo que certifique la defunción del baño y me condene al infierno de una obra más que el propietario no va a pagar.
Se mueve en silencio, apenas me pide que le encienda también la luz del pasillo porque su propia sombra le dificulta el trabajo. Intento imaginar los años que debe tener el hombre, no me hago a la idea, quizá Matusalén fuera su hermano menor. Me pregunto cómo puede seguir trabajando, qué clase de penuria le tendrá encadenado a ir de chapuza en chapuza. Un golpe seco me devuelve a la realidad, se ha roto la tapadera de la cisterna y ahora sí que pienso que el fin del mundo ya está aquí, que tendré que pagar el destrozo del que a fin de cuentas no tengo culpa alguna, pero que deja la cuba al aire y así no se puede quedar eternamente. Pero le miro inclinado sobre la cisterna, sin levantar la cabeza, con los pies rodeado de trozos de loza y no me atrevo a rechistar, me bloqueo, y aunque mi lado perverso y vengativo piensa en apretarle la cabeza dentro del tanque hasta que se ahogue, solo voy a por la escoba y el recogedor. Empiezo a calcular el coste que la reparación me va a suponer y en lo tiritando que tengo la cuenta en el banco. Por debajo de mis pensamientos y del arrastre de las cerdas de la escoba, escucho una disculpa y aunque sigo con ganas de matar, no puedo por menos que aceptarlas y sentirme una miserable. Siento vergüenza y rabia, quizá no a partes iguales, pero puede que sí. Le digo que no se preocupe, que vuelva cuando encuentre el recambio y le entrego los últimos cincuenta euros que me quedan en la cartera para que pueda comprarlo, y acabo por darle las gracias. Debí imaginar que esos brazos no soportarían el peso de la loza, debí imaginar que nada podía salir bien porque desde que puse el pie en esta casa no hay semana que no me azote una desgracia doméstica, debí imaginar que las desgracias nunca vienen solas y que a veces se acompañan de viejos que te dan pena. Miro la cisterna, sin cubierta, llena de agua correosa y pienso que esa imagen, como metáfora de la vida, no tiene precio.





lunes, 8 de agosto de 2016

FERRAGOSTO

El arroz calentado está siempre mejor que el recién hecho.
La gran belleza




Al cerrar los ojos la realidad se perdió de vista. Pero aun en mitad de esa ceguera provocada, fría y lejana, le vio esconderse entre la gente, caminando hacia atrás, esbozando una sonrisa un tanto exagerada. Ya no hay nada que hacer, pensó. Todo pasa a ser relativo para que cada uno construya su vida a su manera. El mundo vuelto del revés queda oculto tras los párpados apretados. 
Le imaginó rebuscando en los bolsillos, un gesto aprehendido por mil veces repetidos entre el tintineo de monedas menudas; pero ya no hay cajetilla, ni encendedor, ni la libre elección de matarse como cada uno quiera. La necesidad oculta el deseo y las ganas de vivir de otro modo para morirse cuando a uno le de la gana y no cuando el destino se lo mande. 
Cuatro juncos se mecen tras las dunas. Su boca, esbozada en el silencio, ya no sabe igual y correrse entre sus piernas es solo una lacónica extravagancia.



jueves, 24 de septiembre de 2015

EL RECUERDO


...y, sin embargo, lo provocas cortándote lo pies,
y se hace el daño ajeno a costa propia
Quizás basta el cansancio para odiarse a sí mismo...

Luis Rosales



El recuerdo se sienta a su vera, como una sombra diluida entre la rutina de lo cotidiano. Y ahora, entre las bambalinas que alza para ocultarle, para ocultarse, busca acomodo para desaparecer y deja el rastro de una risa hueca que esconde la melancolía que quiere pasar de puntillas para no molestar. Al mirarse, desde la distancia que marca el tiempo, siente una soledad que le es ajena, aunque puede que eso solo sea el reflejo de su vida misma. No hay lindes entre el olvido y la desaparición. 


domingo, 14 de diciembre de 2014

AGUJEROS NEGROS


"¿Qué puedo decirte de los seres humanos? me sorprenden tanto por sus buenas
 cualidades como por las malas. Son extraordinariamente diferentes, 
aunque todos conocen un idéntico destino. Imagínate a un grupo de gente
 bajo un temporal: la mayoría se afanará por guarecerse de la lluvia, 
pero eso no significa que todos sean iguales. Incluso en esa tesitura 
cada cual se protege de la lluvia a su manera".


Una bandada de gansos sigue el curso del Danubio que se arrastra entre unas corrientes vertiginosas, casi invisibles. Pongo mi mano a modo de visera para evitar que la lluvia emborrone el espectáculo de estos pájaros formando una uve casi perfecta que buscan una salida al mar. Les sigo hasta que los pierdo de vista.
El día se ha levantado sombrío, como corresponde al mes de diciembre. La lluvia azota los cristales de este café desde el que intento escribir unas cuantas notas sobre los “agujeros negros” en las relaciones personales, pero me siento incapaz de hacerlo en este ordenador prestado, con el cielo que ha adoptado una tonalidad verdosa y la estrepitosa humedad que lo envuelve todo. Empiezo hasta cuatro veces, todas ellas de un modo distinto, todas ellas igual de absurdas. Y al final, mientras bebo un vaso de vino caliente que reconforta, pero que a buen seguro me provocará un fuerte ardor de estómago, la idea queda apuntalada y a medias, a la espera de que con el ánimo menos apagado algo de claridad se presente y explique la perplejidad que por sí misma me provoca.
Para las cuestiones tangibles casi siempre tenemos una explicación que se basa en un cúmulo de reglas de la física y de la química a las que los científicamente analfabetos nos sometemos dócilmente, resguardados por la fe ciega de las “verdades” que otros acordaron como principios universales. Sin embargo, ¿Qué ocurre con aquello que no se puede ver? ¿Con aquello que se escapa de lo material y vaga por ahí sin circunscribirse a ninguna regla de la lógica, de la física o de la química?
Desde el río, una brisa fría se abre paso y hace ondear las banderas y estandartes que engalanan la ciudad. Es la misma brisa que obliga a arrebujarse dentro del abrigo y a caminar de un modo humilde, casi sumiso, con la vista clavada en el empedrado húmedo y destartalado para poder seguir adelante, caminando y buscando el modo en el que expresar que en el universo hay cientos de agujeros negros destinados a centrifugar de un modo colosal las inconclusas relaciones personales, las complejas reacciones humanas. Agujeros que giran de un modo magnánimo para que se vaya desvaneciendo, cada día un poco más, la extraña sensación de no controlar absolutamente nada. No obstante, la fuerza que emana de todo lo inmaterial, de lo emocional, no desaparece nunca aunque se transforme y, al final, concentrada en algún lugar del universo indestructible, acabará convertida en polvo que nos volverá a cubrir de nuevo y nos devolverá, aunque de un modo quedo, sosegado, la misma pregunta, la única que siempre ha preocupado al ser humano: ¿Por qué?


sábado, 29 de mayo de 2010

HABITACIONES


Frente a la agencia de viajes, observa los carteles que anuncian destinos lejanos y paradisíacos. Puede escoger cualquier lugar del mundo, tiene tiempo, unos ahorros y un trabajo al que ya no debe volver. El cristal del escaparate le devuelve su imagen, las manos en los bolsillos, el pelo revuelto y un tiempo pasado. Duda. Los destinos parecen tentadores pero, tal vez, sólo lo parecen. 
Busca su sitio, un lugar al que retirarse. Una habitación vacía, una cama en la que tenderse y dejar que el tiempo pase. Un deseo, cambiarlo todo, volver a empezar sabiendo lo que hoy sabe, confiando en impresiones aprehendidas. Una certeza, la imposibilidad de un sueño.
Da media vuelta y gira la esquina. Una ráfaga de aire levanta unas hojas secas. El invierno llegará pronto.
Vuelve a su casa caminando sobre sus pasos. El aire ya huele a lluvia. Se siente cansado, las manos siguen en el bolsillo aprentando la nada con fuerza. Mira el cielo, viran los nubarrones. La tormenta está llegando. Un aguacero caerá sobre los tejados que esconden estados tan carenciales como el suyo. 
Próxima estación, él mismo. Tan cerca y tan lejos a la vez.