Frente a la agencia de viajes, observa los carteles que anuncian destinos lejanos y paradisíacos. Puede escoger cualquier lugar del mundo, tiene tiempo, unos ahorros y un trabajo al que ya no debe volver. El cristal del escaparate le devuelve su imagen, las manos en los bolsillos, el pelo revuelto y un tiempo pasado. Duda. Los destinos parecen tentadores pero, tal vez, sólo lo parecen.
Busca su sitio, un lugar al que retirarse. Una habitación vacía, una cama en la que tenderse y dejar que el tiempo pase. Un deseo, cambiarlo todo, volver a empezar sabiendo lo que hoy sabe, confiando en impresiones aprehendidas. Una certeza, la imposibilidad de un sueño.
Da media vuelta y gira la esquina. Una ráfaga de aire levanta unas hojas secas. El invierno llegará pronto.
Vuelve a su casa caminando sobre sus pasos. El aire ya huele a lluvia. Se siente cansado, las manos siguen en el bolsillo aprentando la nada con fuerza. Mira el cielo, viran los nubarrones. La tormenta está llegando. Un aguacero caerá sobre los tejados que esconden estados tan carenciales como el suyo.
Próxima estación, él mismo. Tan cerca y tan lejos a la vez.
No hay nada peor que la pérdida de ilusión, que el deseo de abandonarse a la vida, o a la muerte, el darte igual todo, la inmovilidad... ¡Hay que sacudirse los fantasmas de encima! No hay vuelta atrás, no se puede empezar de nuevo sabiendo lo que hoy sabemos, y la no aceptación de esto es el principio del fin, así que mejor volver a la agencia de viajes en busca de uno de esos tentadores destinos, que tal vez cambien el propio.
ResponderEliminar