Ya no busco excusas para no salir de la cama. No saldré. Me doy la vuelta y me fundo con el colchón hasta formar un solo cuerpo abrazado a la almohada. Un cuerpo muerto. Suena el despertador por tercera vez, vuelvo a pararlo. Me tapo la cabeza con la colcha. Soy un bulto quieto dentro de la cama. Por la persiana se cuelan ya los primeros rayos de luz, una incomodidad que se refleja en el techo de la habitación, que me molesta, me desagrada. Pienso que uno no puede morirse durmiendo si no cierra bien la persiana. Supongo que por eso hoy tampoco será. Oigo mi nombre. No me muevo. Yo me llamaba así ayer pero hoy ya no. Azrael aletea entre estúpidos destellos que me deslumbran si no cubro los ojos con las manos. No voy a salir de la cama, ni siquiera esta incomodidad va a conseguir que salga de mi agujero. Oigo mi nombre de nuevo y algo que no llego a comprender, tengo la cabeza totalmente cubierta. Me cuesta respirar. Una puerta se cierra. Giro sobre mi misma y mi peso descansa sobre el costado acorchado, la cabeza sobre la mano, los ojos cerrados. No hay ninguna razón para moverme. Adormecida sólo oigo los lamentos de Azrael. Quizá mañana vuelva.
¿Azrael? ¡Ay, Anita, deberías cuidar más tus relaciones...!
ResponderEliminarVenga, arriba, tanta tontería y tanta leche, vamos.
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