Se siente extraña. Lo sostiene entre los brazos, sin ganas, como el que sostiene un muñeco. Llegó con la desgracia y ahí estaba, perpetuándola. Pronto se dió cuenta que no le quería. No podía soportar verlo dormir placidamente después de destrozarle los pezones a base de succiones que parecían querer arrancarle la vida.
Colocaba su mano en el pecho para intentar calmar el dolor, pero éste venía de un lugar más profundo que el que la mano cubría.
Atenuaba el desasosiego mirándolo durante horas. Pensó que así conseguiría despertar “eso” que debía estar escondido en algún recodo y que necesariamente tenía que salir. No le ponía nombre a un sentimiento que no tenía. Sólo necesitaba que surgiera, nada más. Pero la visión de ese cuerpecillo no le decía nada, absolutamente nada.
Aquel ser nunca lloraba. Se pasaba las horas inmóvil. La mirada acuosa siempre al frente. Más que mirarla sentía que le clavaba su presencia como un reproche continuo, recordándole permanentemente su falta. Un ser diminuto que lo ocupaba todo, todo el tiempo.
Empezó a odiarlo. No recuerda cuando fue, tal vez el día que el olor a leche agria le provocó una arcada de asco que no pudo contener. Asco de todo.
Se sienta en la esquina de la cama. Lo tapa con un arrullo. Agua estancada por ojos. Se inclina y limpia con cuidado el rastro del vómito que salpicó su zapatilla, con la otra mano, arruga una bolsa de plástico, inerte, oscura, vulgar. Cierra los ojos y sólo piensa “por fin”.
cesarea evora -
Terrible condición humana.
ResponderEliminar¿Depresióin postparto llevada al límite?
ResponderEliminarBingo!
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