viernes, 31 de agosto de 2012

SOLO PIENSO EN TI



“Para escribir en un lenguaje claro y vigoroso hay que pensar sin miedo, y si se piensa sin miedo no se puede ser políticamente ortodoxo”



Hace algún tiempo, probablemente mucho, recorté de un periódico el fragmento de un artículo que recogía la  anterior reflexión que, muchos años antes, ante un panorama tan desolador como el que tenemos en este momento, escribió George Orwell.

Sé que fue hace bastante porque la cartera, entre cuyos departamentos lo guardé, quedó fuera de uso hace tanto como un par de veranos. Tengo la vieja rareza de no desembarazarme de carteras, bolsos y monederos hasta que se convierten en auténtico material de derribo, por eso, cada cierto tiempo, cuando el cesto de los escombros me reclama el que está en uso en ese momento, recupero alguno que, por el motivo que sea, pasó a ocupar su espacio en el cajón de los “complementos en espera”. No es extraño que entre los compartimentos encuentre tarjetas de visita que he olvidado a quien responden, comprobantes de pago de establecimientos que ni siquiera recuerdo, alguna fotografía de carnet robada y, como hoy, recortes que no llegan al palmo.

Pero, no quisiera irme de lo que realmente he pensado al releer el texto de Orwell. No es fácil, estoy en un periodo tan desordenado que me cuesta concretar el pensamiento y dejo a lo visceral, a lo emotivo, que ordene como quiera, o como pueda, cuatro ideas que conviven conmigo desde siempre y que intento mantenerlas pese al vaivén de los malos modos, de las malas épocas.

Son días de romper lazos o de estrecharlos por la simple cadencia del dejarse llevar, de puntos suspensivos y algún que otro punto y final.

He vuelto a salirme del renglón, de ese del que quería hablar, de esa línea del descrédito, del asco y la vergüenza, que siento ante lo que veo, ante lo que escucho.

Leo en la prensa hacia dónde vamos y me repugna. Algo tiene que pasar, alguien tiene que devolvernos la moralidad, los principios, la esperanza perdida por el descrédito y el retorcimiento de un sistema que, por caduco y retorcido, ha dejar de ser socialmente útil.

Mientras, seguiré indolente, dejándome llevar. Sin conseguir escribir lo que Orwell me ha hecho pensar.


The Doors - Orange County Suite

miércoles, 29 de agosto de 2012

DESCONFÍA


Cuando las pruebas dan un resultado contundente en algunos extremos pero no respecto de todos ellos, desconfía. Y yo desconfío, mucho. Posiblemente porque, en lo profesional, aprendí pronto que lo aparente pocas veces es real y que las verdades a medias, casi siempre, esconden grandes mentiras que ocultan acciones mucho más repugnantes que las presuntamente acreditadas con esas medias verdades. 
Medias verdades que, casi siempre, necesitamos convertirlas en absolutas para poner un punto y final que la necesidad, humana por otro lado, demanda para poder seguir.

Sin embargo, algo no huele bien. Nada bien y yo, hoy con lo que veo, aún desconfío, pese a quien le pese, aunque sea políticamente muy incorrecto decirlo.

The Stranglers - European Female






viernes, 24 de agosto de 2012

EL ARTE DE PERDER



"Sabes que muchas veces he querido irme, he dicho firmemente que me iba y luego he tenido que desdecirme tantas otras tantas, porque volvías a mí y yo creía de cada vez que volvías era porque me echabas de menos y era tu forma -el estilo escurridizo que te caracteriza- de decirme que me querías...
Me has dicho que lo que te gusta de Isolde...el amor puro e infinito que siente por Tristán. Y me has dicho que Tristán la ama en total correspondencia. Eso es a lo que aspiro. A lo que he aspirado contigo desde que te conocí, te he amado como Isolde, te he dado hasta la camisa, y más que tuviera y tú que quisieras... Pero dedicarse a jugar, a veces, lleva a banalizar lo que de verdad importa. Y otras veces, es un desesperado gesto de intentar ocultar la seca y pavorosa aridez que sufre nuestro solitario corazón, desgarrado por la pena de no poder incardinarse en el corazón de otro. Es la sonrisa de Pierrot, congelada en una mueca que más que risa da terror. Amar...o jugar, ese es el dilema."


miércoles, 22 de agosto de 2012

GUARRI-BUFETT LIBRE


De un tiempo a esta parte han proliferado una clase de restaurantes que más que darte de comer, te “echan de comer”. Para acceder a ellos debes hacer una cola inmensa, plagada de personas que con ánimo festivo vociferan y exclaman a grandes voces las bondades del llamado “buffet” libre. Los odio. Mucho.

Como la moda no incomoda, esos mal llamados restaurantes crecen y se multiplican por todos los rincones de la ciudad, incorporando exóticos simulacros de cocina que van desde la pasta italiana, a los asiáticos woks, pasando por dudosos mariscos de ultramar. Junto a sus puertas, terroríficas colas bajo el reclamo de carteles que anuncian que por módicos precios te dan de comer.

Pero para la que suscribe, la comida, además de un acto esencial para la vida humana es también, en gran medida, un acto social, un momento de gran disfrute y descanso cuando se rodea no sólo de las personas adecuadas (no siempre imprescindibles), sino del ambiente y las viandas apropiadas. No hablo de lujos, ni de manjares exquisitos, sino de lugares que se nos hagan agradables por el motivo que sea, que el ambiente sea distendido, sin tensión y  que la comida sea deliciosa incluso en su más absoluta sencillez.

Es por eso que no soporto esas masificaciones que discurren paralelas a vitrinas que mantienen la comida precocinada bajo una refrigeración brutal o unas lámparas infrarrojas que la recalientan hasta casi hacerle cobrar, milagrosamente, vida propia. En alguna ocasión he llegado a pensar que alguna gamba posada en un plato de paella terminaría saludando ávidamente a los futuros comensales que se debatían frente a ella entre la paella y el arroz negro.

De ahí que yo no tenga ningún resquemor en afirmar que más que darte de comer, te “echan de comer”. En las pocas ocasiones que, entelerida, he tenido que sentarme en la mesa de alguno de estos tugurios, la comida ha sido la mar de desagradable, no he probado bocado, incluso cuando la compañía era estupenda. 

El volumen del personal vociferando desde las barras mientras rellena, incansablemente, vasos con líquidos elementos que brotan de unas fuentes estratégicamente situadas que van licuando polvo y agua como si fuera ambrosía, donde los manteles brillan por su ausencia y las servilletas lo hacen en toda espledorosa celulosa; presidido todo por esa nauseabunda sensación de que la gente no come, ni se alimenta, sino que engulle (porque es barato) a base de estrafalarias combinaciones calóricas, me horroriza.

Comer es esencial pero también un gusto y un placer. Un puchero en una mesa con mantel y servilleta no es comparable a esas bazofias que simulan exquisitez y sofisticaciones culinarias que no son más que barbaridades gastronómicas. Por poner un ejemplo, he visto paellas valencianas que parecían arroz hervido en una cloaca del Rajastan, raviolis de pera, prosciutto y chocolate que daban miedo, junto a unos fetuccinis tiesos como la mojama, makis que servirían para apuntalar una mesa y otras presuntas delicatesen a precio de fanfarria.

Pero todos tenemos nuestra cruz, yo también, una en forma de cuñado que le apasionan esos antros y que, por mor de no crear un cisma familiar, tolero una vez al año, sabiendo que será otra quien, el resto de meses y días, se verá convidada a comer en semejantes cochiqueras. 

A mí,  salvo un triste día en el mes de agosto durante el cual me gano el cielo, no me busquen por ahí.

domingo, 19 de agosto de 2012

ESTACAS Y ORILLAS

 

Clavé un trozo de madera en la orilla del rio Po y esperé a que el agua lo meciera. Lo contemplé sentada sobre unos troncos que la corriente había arrastrado silenciosamente hasta aquel recodo del rio.  

Lo había estado sujetando con fuerza, intentando transmitir a ese trozo de madera inherte, seco, todo lo que tenía en mi interior. Mis pesares, mi sueños, la esperanza en una vida, mi vida. Cerré los ojos para que nada distrajera ese momento, ese gesto que nacía de la necesidad de compartir la angustia que, a fuerza de tiempo,  estaba sedimentando hasta convertirme el alma en un lecho doliente. Sólo cuando me pareció que lo había conseguido, la clavé en la tierra mojada y esperé. Saqué de mi bolsa la cámara de fotos, retraté aquella tontería a los ojos ajenos y respiré.
Hoy tengo una estaca y un lugar. Puedo volver allí cuando quiero. Allí, ese punto indeterminado inmortalizado en una imagen impresa en papel satinado, es el retorno a esa orilla, donde me reencuentro con quien soy, sin disfraces. Allí, en ese lugar impreciso, olvido que el mundo es un lugar hostil.

© Fotografía: naq

Jorge Drexler - Todo se transforma

martes, 14 de agosto de 2012

MARTE Y VENUS


Cuando uno se para, el resto del mundo sigue girando, y mientras uno se ensimisma contemplándose el ombligo, por pura necesidad, por narcisismo, o por lo que sea, puede que el ombligo del resto, tan esférico como el nuestro, necesite unos ojos que lo contemplen e incluso de una mano que se pose sobre él. 
Cientos de miles de cabezas asomadas al vacío, contemplando ombligos cuasi perfectos debe ser una estampa curiosa. 
Veo su llamada 24 horas más tarde de que la realice, lo mismo que su correo. Cosas de andar por mundos esféricos, alejada del ruido que produce el teclado ocioso. Mi propia naturaleza de anguila. Descuelgo el teléfono y con una torpeza inexcusable pregunto cómo sigue todo. Su voz, entrecortada, pronuncia un definitivo murió ayer. Las manos no se enlazan a través de las ondas, los abrazos tampoco. Es domingo.

Su tren recorre los 690 kilómetros que separan Madrid de Barcelona presidido por la somnolencia que las perdidas definitivas nos inoculan para adormecer el dolor. Otro, el mío, bordea la costa. La tensión laboral de última hora me destempla los nervios y hago esfuerzos de contención para no arrojar contra la ventana sellada el legajo de un desastre más. Es martes.

Pienso en su ombligo, en el mío. La humedad es atroz. Agosto empieza a ser un mes funesto, negro como la pez. 
Atravieso la ciudad de mar a montaña. Mientras pulso el timbre, un mensaje en mi teléfono: ¿Dónde estás?

Existen refugios urbanos que nada tienen que ver con cuatro paredes con las que rodearse. Porque el refugio verdadero siempre es humano. El alivio lo dan las personas y cosas como éstas:

- Un paracetamol cuando la fiebre no arrecia y uno no sabe si es de pura pena o del aire acondicionado de un tren inhumano.
- Compartir un helado mientras se repasa una biografía a base de imágenes en blanco y negro,  mirando de frente a un futuro donde las  ausencias empiezan a pesar en exceso. 
- Hablando de lo cercana e imprevisible que es la muerte, de lo doloroso que es un divorcio aunque sea lo que uno más desea en el mundo. 
- Hacerse cruces por lo incomprensible que es el sexo masculino en cuestiones sentimentales, y  por  lo endebles que son algunos lazos que uno creía indestructibles. 
- Sorprendernos de lo poco que somos cuando nos convertimos en ceniza, y de la vida que somos capaces de dar a otros cuando nuestros órganos ya no nos sirven de nada.
- Descubrir un pasado titiritero y reírse de esas escopetas de madera que apuntaban a un globo terráqueo de papel maché.
- Pergeñar el argumento de una novela destinada al éxito, o al menos creerlo así porque tienes fe en quien tienes enfrente.
- Colocar pilas de libros que nadie leerá nunca porque son infumables.
- Escuchar el piano de Joaquín Turina
- Estremecerse por culpa del miedo a la enfermedad que planea sin descanso.
- Respirar sin miedo a que te falte el aire porque alguien soplará para tí en cuanto silbes.

Y son estas cosas (algunas absurdas, otras fundamentales, habladas entre cuatro paredes que podrían incluso desparecer), las que producen, aunque sea momentáneo, el alivio del que sabe que el mundo gira, pero que su ombligo, esférico, casi perfecto, tiene unos ojos distintos a los propios que lo miran, porque debe ser así y el otro, el que mira, quiere que así sea.

El afecto es eso, simplemente eso, aunque no devuelva la vida a nadie.



Dedicado a CSG

lunes, 13 de agosto de 2012

RESTOS DE UN NAUFRAGIO CUALQUIERA



Frótame los ojos con tu lengua hasta que no pueda verte. Lame mis oídos hasta que no pueda oirte. 
Acaríciame el vientre y vete.

*************
 No es tu sexo lo que en tu sexo busco
sino ensuciar tu alma:
    desflorar
con todo el barro de la vida
lo que aún no ha vivido.
- El que no ve-

domingo, 12 de agosto de 2012

MONTPELLIER


Al llegar a medio camino, sin avisar, cambiamos de sentido y le damos la espalda a lo que sea que tenga que venir. Emprendemos la marcha con un ligero tirón, como los de antes, sólo que la máquina que tira no es de vapor. Cuento cinco personas en todo el vagón y no me cuesta nada pensar que el resto del tren viaja vacío. 

Atravesamos campos de trigo tronchados por un viento africano que nos aplastó el ánimo y la voluntad. Al respirar, pienso en ese aire que ayer nos llenaba los pulmones de tierra caliente. 

Miro el reloj y de reojo, por el ventana, veo lo que parecen unas golondrinas sobrevolando, a ras de suelo, los restos de lo que fue un inmenso manto de espigas, hoy quebrados por el lebeche inmisericorde. Durante unos minutos, y hasta que las pierdo de vista, sigo el trazo de su vuelo cada vez más lejano, más insignificante.

Sólo son las diez. Mientras hace girar su copa,  me pregunta qué es lo que esperaba. Apenas puedo contestarle que cierta apariencia de indiferencia, y que la apariencia pareciera de una firmeza inquebrantable, sólo eso, pero no sé hacerlo mejor.

Mantengo en la boca el último sorbo de un vino áspero, el único que encontramos entre las cajas a medio deshacer de una cuarta mudanza. Le aumento la temperatura retrasando el momento de tragarlo, convirtiendo mi aliento en mi propio Poniente abrasador. Me entretengo, sabiendo que, cuando la última gota se deslice por la garganta, un ligero mareo me enturbiará la vista, enmudeceré y que la pared que nos sirve de improvisado respaldo a unas sillas que no existen, desaparecerá dejándonos sin un mísero punto de apoyo. Y, al final, una gota resbala dejando un trazo rojizo en la copa, y en la garganta, la astringencia que no sólo da el vino, sino también algunas urgencias. 

Perdemos teorías, posiciones en una inmensa partida amañada por unos dioses barbaros. Las pierdes tú, las pierdo yo, pero ellos también, no te quepa duda. Lo dice mientras sonríe y con su dedo, como si fuera un pincel, extiende la última gota que escapa de unos labios sellados, tintándolos de grana.

No queda nadie en el vagón y, a lo lejos, empiezan a vislumbrarse las luces de mi estación. Ni siquiera sé cuando bajó el último pasajero, ni cuando se cerró la noche. A punto de llegar, aun puedo escucharle preguntar si, después de todo, importa. Y no, no importa, aunque a ratos matemos el tedio inventando que importa casi una vida.

sábado, 4 de agosto de 2012

TATTOOS


Por casualidad descubro que en el año 1991, en un glaciar de los Alpes austriacos, encontraron a Ötzi, (el Hombre de Hielo), una momia del neolítico que aún conserva la piel (que imagino que a estas alturas, más que piel, debe ser cuero, mejor que el de Ubrique), y que en su momificada espalda luce 57 tatuajes.

¡Horreur! No por la momia, no por el hielo, no por Urbique, sino por esos cincuenta y siete prehistóricos tatuajes. No me gustan los tatuajes, ni pequeños, ni grandes, ni gigantes. Ni las flores, ni las ninfas, ni los ninjas, ni esos puntos delatadores, ni los códigos de barras.

Nada, que no, que no me gustan aunque sea una cosa que ahora anda mucho de moda (y ya se sabe que la moda no incomoda). En cuanto veo a uno impreso en cualquiera de esas partes que la gente se empeña en mostrarnos lo quieras o no; no  puedo dejar de imaginarme que esa rosita pequeña, mona, acotada, que decora primorosamente ese cachete culero que sobresale de unos shorts que los enemigos del buen gusto han puesto de moda este verano, se convertirá en una enorme y disociada coliflor cuando esas ancas, por edad y naturaleza, se ensanchen. Y lo mismo me ocurre cuando veo esos símbolos celtas o esos grafismos japoneses que cubren los musculados torsos, bíceps y pantorrillas de unos tipos que empezaron a quitarse el pelo en cuanto descubrieron la crema depilatoria en los baños de sus madres. Símbolos que adornaran barrigas mejilloneras que la naturaleza pondrá en su sitio en cuanto los anabolizantes pasen a mejor vida.

Pero la moda es la moda y las calles se nos llenan de simbología china, japonesa, celta, a todo meter, sin que sepamos exactamente el significado de  lo que un día, en plena euforia decoradora, unos tuvieron a bien escribir, grabar, sobre la piel yerma que los discípulos de esta moda que arrasa por doquier entregaron con gusto.

No seré yo quien diga que no se tatúen, que cada uno haga lo que quiera. Pero por mor de la reciprocidad global y habida cuenta que la mitad de la población española va decorada con ideogramas orientales, que vaya usted a saber lo que significan, espero poder ver algún  día a hordas de guiris caminando por Las Ramblas o bañándose en L’Empordà, que más orgullosos que Sansón con su melena, luzca en todo el pechamen un tatuaje, elaborado con una bonita y elegante letra gótica que ponga “Arroz pa tós”

jueves, 2 de agosto de 2012

ORIGAMI MON AMOUR



No solo de pan vive el hombre, de vez en cuando también necesita un trago.
Woody Allen

Podríamos inventarnos que no nos conocemos, que durante semanas, a medianoche, nos cruzamos en el pasillo apenas iluminado por un neón camino de la máquina expendedora de botellines de agua mineral y que allí, furtivamente, cruzamos la mirada huidiza de los insomnes sin decirnos absolutamente nada. Y así, perdidos como Bob y Charlotte, descubrimos, esperando simplemente agua, que las afinidades se generan incluso desde la abismal distancia que separa a Marte de Venus. Pero nos falta una inmensa habitación de hotel, cruzar más de dos silencios cómplices y una ventana desde la que ver amanecer en Tokio. 

Tecleas organizando una vida entera, casi a oscuras, olvidando el cigarrillo que cuelga asomado al vacío desde la esquina de la mesa y que se consume sin que lo acerques a tus labios ni una sola vez. Tú enredado en tu teclado, en silencio. Yo enredada en el mío, en idéntico mutismo. Sin cruzar una sola línea, ni una sola palabra, inventamos a la par, casi sin querer, la historia de dos tipos desconocidos perdidos en una ciudad a la que no hemos dado nombre, que se encierran en una habitación de hotel con una botella de agua y arrinconan la soledad mientras abandonan el mundo componiendo figuritas de origami hasta el amanecer. Como tú, como yo. 



miércoles, 1 de agosto de 2012

PLATÓN Y DIAZEPÁN



Me aburres. Mucho. Tu discurso trasnochado, repetido es un insufrible suplicio para mi delicado hígado. Las mismas palabras, las mismas manidas ideas vomitadas unas y otra vez. Me aburres hasta decir basta. 

Bienvenido al paraíso del fracaso, dijo. Deberías marcharte de vacaciones por toda la eternidad. De aquí ya no te rescata ni Platón ni el diazepán.

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"Con Mariona la pelea más seria de todas fue la última, la más absurda también. Habíamos acabado de cenar en el apartamento de la calle Lagasca, en Madrid, y el ambiente entre los dos se había ido cargando de terrible malestar. Aún así acabábamos de vivir un momento poético cuando nos asomamos a la calle y miramos hacia la luna, que estaba –o nos pareció- muy alta ese día. La luna siempre es romántica y en ocasiones ayuda a las parejas con problemas. Pero sólo existió ese momento, luego yo lo estropeé todo al comentar que la luna no se dejaba archivar porque nunca fracasó en nada. Ella, que para mí estaba aquel día especialmente guapa, con el pelo corto, más corto que nunca, pelo castaño y abundante, con muchos rizos al estilo africano, me miró de repente con odio y me dijo que no soportaba mi manía de comentarlo todo. Me defendí desatinadamente porque empecé a invocar la categoría religiosa del comentario en la tradición judía. Y ella tuvo un ataque de risa, primero, y luego de ira absoluta contra mí y contra las categorías religiosas".


 *Fragmento inédito del monólogo de Vilnius en el congreso de San Gallen, excluido a última hora por V-M de la edición final de Aire de Dylan.