Por casualidad descubro que en el año 1991, en un glaciar de los Alpes austriacos, encontraron a Ötzi, (el Hombre de Hielo), una momia del neolítico que aún conserva la piel (que imagino que a estas alturas, más que piel, debe ser cuero, mejor que el de Ubrique), y que en su momificada espalda luce 57 tatuajes.
¡Horreur! No por la momia, no por el hielo, no por Urbique, sino por esos cincuenta y siete prehistóricos tatuajes. No me gustan los tatuajes, ni pequeños, ni grandes, ni gigantes. Ni las flores, ni las ninfas, ni los ninjas, ni esos puntos delatadores, ni los códigos de barras.
Nada, que no, que no me gustan aunque sea una cosa que ahora anda mucho de moda (y ya se sabe que la moda no incomoda). En cuanto veo a uno impreso en cualquiera de esas partes que la gente se empeña en mostrarnos lo quieras o no; no puedo dejar de imaginarme que esa rosita pequeña, mona, acotada, que decora primorosamente ese cachete culero que sobresale de unos shorts que los enemigos del buen gusto han puesto de moda este verano, se convertirá en una enorme y disociada coliflor cuando esas ancas, por edad y naturaleza, se ensanchen. Y lo mismo me ocurre cuando veo esos símbolos celtas o esos grafismos japoneses que cubren los musculados torsos, bíceps y pantorrillas de unos tipos que empezaron a quitarse el pelo en cuanto descubrieron la crema depilatoria en los baños de sus madres. Símbolos que adornaran barrigas mejilloneras que la naturaleza pondrá en su sitio en cuanto los anabolizantes pasen a mejor vida.
Pero la moda es la moda y las calles se nos llenan de simbología china, japonesa, celta, a todo meter, sin que sepamos exactamente el significado de lo que un día, en plena euforia decoradora, unos tuvieron a bien escribir, grabar, sobre la piel yerma que los discípulos de esta moda que arrasa por doquier entregaron con gusto.
No seré yo quien diga que no se tatúen, que cada uno haga lo que quiera. Pero por mor de la reciprocidad global y habida cuenta que la mitad de la población española va decorada con ideogramas orientales, que vaya usted a saber lo que significan, espero poder ver algún día a hordas de guiris caminando por Las Ramblas o bañándose en L’Empordà, que más orgullosos que Sansón con su melena, luzca en todo el pechamen un tatuaje, elaborado con una bonita y elegante letra gótica que ponga “Arroz pa tós”.
Buenísimo. Yo tampoco soporto los tatuajes. Y no digamos ya esa salvajada que consiste en agujerearse el cuerpo y a la que llaman "piercing". Es horroroso.
ResponderEliminarTampoco, los únicos agujeros aceptables son los naturales y uno por oreja para llevar los pendientes (imprescindibles) el resto kk.
ResponderEliminarTampoco me gustan los tatuajes.
ResponderEliminarBeso.
Uys! Pues de verdad que me alegra, confirma tu buen gusto :)
ResponderEliminarBSs