lunes, 30 de marzo de 2020

MAÑANA


"Pero ante William Stoner el futuro se mostraba brillantes, cierto e inalterable. Lo veía, no como un flujo de eventos, cambio y potencialidad, sino como un territorio que se extendía ante él ala espera de ser explorado".
Stoner. John William






En muchas ocasiones he pensado en disponer de tiempo. Tiempo para hacer todas esas cosas que aparco porque la vida no me da, porque la obligación pasa por delante de casi todo y al final, cuando termina el día, queda el arenoso “quizá mañana” que se va quedando clavado en el pecho mientras lo apartas de un manotazo para seguir. Pero ahora, pese a que hay que seguir trabajando como se puede, las horas son más propias, aunque el reparto continúe siendo un desastre. Tengo pilas de libros pendientes de leer, un bueno montón de fotografías que ordenar, un montón de cosas que rondan por ahí y que siempre aplazo a la espera de tiempo. Tiempo que ahora tengo y que sin embargo no aprovecho porque hasta ahora, intentando seguir un relativo orden, no he conseguido desconectar de lo que está pasando, de la inquietud que provoca saber que hoy estas bien y que mañana, sin tiempo, tampoco esta vez, puede que estés a las puertas de la muerte. La suma de toda es inquietud al futuro incierto de cómo podremos seguir adelante, cómo mantener lo poco que hasta ahora nos ha dado cierta seguridad.  La familia, la casa, el trabajo, la vida, en definitiva. Y es en ese runrún, tan improductivo como a veces infantil, se consumen las horas y la concentración. Vagar por casa, asomando por las habitaciones, con la intención de que el ánimo no decaiga, que nos mantengamos bien, de que nuestros abrazos valgan también para aquellos a los que la distancia no nos permite abrazar.
Tengo pilas de libros por leer, un buen puñado de personas con las que quiero hablar, de las que necesito saber que están bien, que me alienten mientras yo las aliento a ellas. Este es un buen momento para hacerlo. De momento la suerte está de este lado y la casa es un refugio en el que nos mantenemos a salvo y tranquilos.
Todo esto pasará y cuando pase, tendremos que vivir de otra manera. El mundo se ha dado la vuelta como un calcetín para demostrarnos lo diminutos y lo frágiles que somos. En los próximos meses nos tocará demostrar que hemos aprendido la lección, que el agradecimiento hacia todos aquellos que se han estado sacrificando para que nuestra preocupación no salga a la calle, mientras ellos lo hacen por nosotros, es real y permanente.
Somos lo que somos y terminaremos siendo polvo, pero, hasta que ese momento llegue, conviene que tengamos claro que el tiempo es finito e impredecible y que hay cosas que no debemos aparcar. De poco sirve guardarlas en la guantera o en la retaguardia de nuestra existencia para ocuparnos de ellas quien sabe cuándo. Hoy estamos y mañana, maldita sea, puede que no.






martes, 24 de marzo de 2020

NADA ES CORRIENTE


"Philip Roth expresa muy bien la diferencia. Para los viejos (o los desahuciados) el tiempo que importa es el futuro que les queda, mientras que para los jóvenes está constituido por el pasado".


A pesar de los pesares. Aurelio Arteta






Todo parece tan inocente y todo es tan peligroso que da miedo. Me levanto pensando en que ya han pasado unos cuantos días del Estado de Alarma y cuento los días en que me he quedado en casa sin salir para nada. Quisiera poder decir que no me he movido, que vivo un confinamiento total, pero no es así. En el reparto de obligaciones, que he asumido con gusto, está el hacerme cargo de mi madre. La edad la ha tratado bien, a sus ochenta y cinco años es totalmente autónoma, vive sola y aunque tiene sus cosas, que de vez en cuando nos asustan, siguen ahí al pie del cañón. Y cruzamos los dedos para que todo siga en calma, que nada se mueva de donde está, que pueda seguir en casa. Queremos que viva todo lo que sea posible, que disfrute como hace ella, con una ilusión casi infantil, de las cosas que más le gustan. Por eso no sale de casa. Su clausura es cosa de necesidad que conlleva el no hablar prácticamente con nadie, el no compartir nada y el alterar las rutinas de su vejez fijando su vida entre la cocina y el butacón del salón. Mis salidas para atenderla no son solo una obligación, son la única manera, posiblemente egoísta, que encuentro de dar salida a mi propia necesidad de saber que está bien, que no le falta nada, que la temperatura se mantiene a raya y que el ánimo no decae pese a los funestos mensajes que se repiten una y otra vez en la televisión. Alguien debería decirle a los medios que muchos ancianos han reducido su contacto con el mundo exterior a ver la televisión. La falta de mano en el tratamiento de las noticias, de la información que se está ofreciendo, está siendo colosal. Cada programa, cada noticia dada, es un anuncio a su propia sentencia de muerte.
Y mi madre, como la madre de muchos otros, como las madres de casi todos, está sufriendo, aunque no se resigna a que el decaimiento pueda con ella y sonríe, desde lejos, cuando le digo cualquier cosa, o le avanzo que le he desinfectado los cartones de leche que le subo del supermercado. Pero sufre por sus hijas, por sus nietos, por su bisnieta llegada en el peor de los momentos. Y sufre porque parte de la familia intenta sobrevivir en mitad del ojo del huracán y las videoconferencias, hechas siempre a más de metro y medio, nunca son suficiente. Sabe que, en esta tómbola, ninguno estamos a salvo y ella menos que nadie. Sabe que cada día que pasa es un día menos, pero un día menos para todo. Son días difíciles. Lo corriente ha desaparecido.




viernes, 20 de marzo de 2020

PRIMAVERA





Sin darnos cuenta, entre el rumor del temor que nos rodea, ha llegado la primavera.  En otro momento, algo tan sencillo como un cambio de estación nos parecería irrelevante pero ahora, cuando solo podemos verla desde la ventana, no debemos dejarla pasar sin rendirnos, aunque sea un poco, a la necesidad de dar importancia a las cosas pequeñas, incluso circunstanciales. 
Ha llegado la primavera y con ella la imprescindible necesidad de pensar que todo esto pasará y que las cosas irán bien. Colocarse en lo positivo es obligado. No podemos dejarnos vencer por la tristeza, por la sensación de que todo es un inmenso desastre. Tenemos el deber de facilitar la vida a los que nos rodean y a nosotros mismos. 
Esta mañana he tenido que salir a trabajar. Blindada con guantes y mascarilla, he bajado al anden del metro temiendo por el riesgo que corría entrando en un vagón en el virus campa a su aire que, aunque nadie lo ve, todos sabemos que está ahí. Pero no temo por mí, temo por otros, por los míos. Es un temor que no nace de la bondad, sino de la incapacidad mal llevada de no controlar lo que no está en mis manos y del miedo al sufrimiento de los que quiero. Y pensando en eso, en lo lejos que parecen algunas cosas, en la fragilidad del ser humano, he atravesado la ciudad, observando el gesto grave de mis compañeros de trayecto. Nadie habla. El silencio impresiona. La gravedad se ha instalado en nuestro día a día y nos va a tocar vivir con ella, junto al olor a hidro-alcohol y a las miradas perdidas de nuestros vecinos. 
Pero ha llegado la primavera y eso, al menos hoy, es un regalo del que conviene disfrutar, aunque sea a través del cristal de las ventanas de nuestras casas. Esas que a ratos nos aíslan y a ratos, aunque parezca extraño, nos unen con los que, como nosotros, esperamos que todo esto pase pronto y podamos volver a nuestras rutinas, a nuestras calles, a nuestra vida. 







miércoles, 18 de marzo de 2020

LA NEVERA





«Últimamente la esposa ha estado pensando en Dios, en quien el marido ya no cree. A la esposa se le ha metido en la cabeza quedar con su exnovio en el parque. Tal vez podrían hablar de Dios. Luego enrollarse. Y luego hablar otra vez de Dios».


Departamento de especulaciones. Jenny Offill






Lo de teletrabajar es un horror que algunos consideran una bendición. No es mi caso. Tengo por costumbre salir pronto a trabajar, haciendo un alto obligado para tomar el primer café de la mañana mientras echo un vistazo a la prensa o leo cualquier otra cosa para después, con tranquilidad, seguir hasta la oficina. Y allí, hasta que el cuerpo se rinde y hay que volver a casa. La vuelta también tiene lo suyo, una especie de ritual de desconexión. Camino, no demasiado rápido, respirando al ritmo de la música que me regala los auriculares. Vuelvo con calma, sin pensar en nada trascendente, aunque a veces sí. Todo eso forma parte del ritual diario que estos días de confinamiento ha volatizado, convirtiéndome en una doliente que anda tazón en mano y de estancia en estancia, va preguntando a los demás qué están haciendo. Los días que vienen se han convertido en un compás de espera cubiertos de incertidumbre. Sabemos que todo esto pasará, pero no sabemos a qué precio. Nos duele todo, la familia, la economía, los amigos que están lejos y el saber que puede que después de ésta algunos no levanten cabeza. Mejor no mirar la cuenta bancaria.
La rutina se comprime y el horizonte se topa en la puerta de la cocina. Pero la suerte se encuentra en la libertad que se acomoda en el patio donde, por suerte, los geranios siguen su curso sin marchitarse.  
Trabajar en casa requiere un hábito que no tengo.  Por eso, entre escrito y escrito, pongo la lavadora; me siento y escribo otro rato más y, al poco, me levanto porque tengo que poner a descongelar el pescado de mediodía mientras contesto una llamada que podía esperar. Y cuando cuelgo, antes de volver a mi mesa, me entran unas ganas atroces de ir a la nevera y trocear la barra de chocolate que alguien, antes que yo, casi ha finiquitado. En casa no se está mal, hay paz social, nos mantenemos sanos, la nevera está llena y tenemos una buena provisión de libros y películas para entretenernos. Pero nos falta la costumbre. 
Miro por la ventana y veo que la buganvilia necesita un repaso. Puede que mañana, antes de asaltar la nevera y hacer el seguimiento del drama que nos ha tocado vivir, la pode un poco, aunque quizás sea un poco tarde para ello.  





sábado, 14 de marzo de 2020

BICHOS Y DEL COVID-19





Ha llegado el momento de los problemas de verdad. Hasta ahora jugábamos a los quejicas, a protestar y crear fantasmas y miedos donde no debía de haber otra cosa que el fluir de una sociedad adulta. Los más mayores de nuestra sociedad vivieron si no una guerra, una posguerra que les obligó a enormes sacrificios. Pero nosotros, los baby boom y generaciones posteriores, hemos sido los niños bonitos, los señoritos de la abundancia y de las libertades que han inventado el sufrimiento social porque teníamos bastante poco de que quejarnos. Somos los malcriados de una sociedad occidental y moderna donde las necesidades están cubiertas. Pero la vida nos ha puesto ahora en la tesitura de una pandemia que nadie esperaba y que nos obliga de verdad, y por primera vez, a ser cuidadosos, a ser solidarios y  a dejar de comportarnos como unos seres caprichosos.
Tenemos que reorganizar nuestro día a día, cuidarnos nosotros para así cuidar de los demás. Ahora más que nunca, con nuestros mayores expuestos a sufrir las consecuencias de algo nos cuesta entender, que nos va a costar controlar, nos toca atenderles de la mejor manera posible. Se lo debemos.
En España viven muchos ancianos solos que estos días aun lo va a estar más. Es hora de echar mano de la imaginación, de la creatividad y de la solidaridad. Nuestros mayores nos necesitan. Cuidarles desde la distancia, cuando no se pueda de otra forma, también es cuidar. Debemos seguir atendiéndoles cuando lo precisan, extremando las medidas de higiene, de distancia y sanitarias que nos vayan anunciando y escucharlos porque ellos, como nosotros, saben que son los más expuestos y que les puede ir la vida con ello. Hacerles la compra, controlarles las medicaciones y recordarles que deben tomarse la temperatura, llamarles por teléfono, instalarles conexiones a internet en tabletas y portátiles para que pueda conectarse cuando lo precisen y sientan la necesidad ver y ser vistos; y si se puede, sin las circunstancias médicas lo permiten, acercarse a su casa y darles nuestra compañía.
Todo eso, que es muy sencillo, les puede aliviar en estos días. Ellos nos han cuidado, han cuidado a nuestro hijos. Ahora les toca a ellos ser quienes reciben nuestras atenciones de una manera exquisita.
Por primera vez tenemos un reto importante de verdad. Comportarnos como seres humanos decentes, solidarios y evitar que esta catástrofe que nos toca vivir se nos lleve por delante. A ver si por una vez sabemos estar a la altura.



lunes, 9 de marzo de 2020

NI VÍCTIMAS, NI SUMISAS




"Yo quiero librar el feminismo de las propias feministas. Con lo que me identifico es con el feminismo de antes de la guerra, el de Amelia Earhart, el de Katharine Hepburn, que me produjo un impacto tremendo”, escribió en Feminismo pasado y presente (Turner Minor). “En esos tiempos había mujeres que tenían independencia, que tenían confianza en sí mismas y que eran responsables de sus actos, sin culpar a los demás de sus problemas”.

Camille Paglia





Que el populismo ya está aquí  para envenenarlo todo, es una realidad que ya no escapa a nadie salvo, tal vez, a los que viven dentro de él, para y por él, y quieren hacernos creer que su ideología es la que nos conviene. No comulgar con esta nueva religión, que ha aparecido para protegernos a todos, te convierte en un apestado social. En nombre de este mal entendido movimiento la sociedad se tambalea hacía extremos que nos hace mucho más vulnerables. Todo se retuerce, todo se infantiliza y todo se descalifica para, desde el desconocimiento y la barbaridad,  invadir cualquier esfera pública o privada con  falta de rigor y de responsabilidad.
Estamos viviendo tiempos de lenguaje perverso, de posturas llamativas que  van calando poco a poco en parte de la sociedad. Ayer vimos, por segunda vez, la bochornosa expulsión de la manifestación del 8M, de las mujeres que forman parte del único partido político de España que va a tener, en breve, a la única Presidenta de su organización. Ayer, las que se dicen oprimidas y víctimas ninguneadas por la sociedad machista, actuaron del modo  que ellas misma rechazan. En el feminismo, para algunas, no cabe la diversidad y se convierten en ideólogas de la infinitésima ola.  Ayer mismo lo pudimos ver, mujeres excluyendo a mujeres, que reclaman igualdad y justicia, pero desde las antípodas políticas.
Se vende humo, eslóganes vacíos como la cuenca de un ciego, que van calando en los colectivos y les borran la capacidad de análisis y pensamiento. En la aplicación e interpretación del Derecho ocurre exactamente lo mismo. Gran parte de la ciudadanía olvida que el 15 de junio de 1977 se celebraron elecciones generales a partir de las cuales, el pasado quedaba atrás, y la vida democrática de este país volvía a caminar. Y olvida, también, que la Constitución Española es el pilar de nuestra libertad y seguridad.  Los principios de seguridad jurídica y tutela judicial efectiva; el derecho a la vida, a la integridad física y mora, a la libertad de expresión se sustentan sobre la decisión de los ciudadanos que un día creyeron en este país, en su recuperación y en la voluntad de ser iguales.
Pero estamos dando palos de ciego. Olvidando que tenemos la gran suerte de vivir en uno de los países más seguros del mundo, en que los derechos y libertades se respetan y que pueden ser invocados ante los Tribunales en caso de ser conculcados. Pero todo eso no vende, queremos pintar de desgracia y de fascismo el panorama que nos rodea. Por eso es completamente inaceptable el comportamiento de los políticos que una vez tras otra se empeñan en envilecer, retorcer y mentir sobre lo que pasa en este país. La desconexión social empieza a ser una enfermedad de difícil cura. Se actúa de una manera disfuncional y temeraria, fomentándose el enfrentamiento para en realidad terminar imponiendo el pensamiento único a fuerza de capones. Pero, pese a toda esta distopía en la que nos ha tocado vivir, tenemos la suerte de que aun hoy podemos defender la dignidad de la persona, los derechos que nos son inherentes. Con la pérdida del respeto a los derechos de los demás y a la Ley entramos en un bucle del que va a ser difícil de salir.  La paz social requiere de ser cautelosos y vigilantes de los que, en nombre de la democracia ya la libertad, pretenden coartárnosla quebrantando  el derecho a la libertad de expresión (salvo si es la suya) y el derecho a defender posiciones distintas. Si no conseguimos reconducir la locura simplista en la que estamos cayendo estamos abocados a fracasar socialmente.  Ayer, lamentablemente, unas cuantas mujeres excluyeron a muchas otras por no pensar como ellas en un gesto obsceno de perversa invocación de la igualdad y la libertad.
El juego sucio del populismo va avanzando y nosotros, poco a poco, vamos retrocediendo, escuchando consignas que se disfrazan de progresismo y para convertirnos en mujeres mansas y sumisas a una ideología que nos considera víctimas y discapacitadas para decidir por nosotras mismas.
Pero por suerte somos muchas que creemos que las cosas no se hacen así y no funcionan así. La igualdad real es un derecho y una necesidad, y es por ella por la que debemos trabajar, sin necesidad de criminalizar a nadie que no sea un delincuente que infringe lo dispuesto en el código penal, sin discriminar a quien no piensa igual, sin pancartas ni gritos de macho violador y sin victimismos de salón. El humo solo es humo por mucho bombo que se le dé. Por eso no podemos consentir que en nombre de un populismo ignorante y deslegitimado, se nos considere lo que no somos. Entretanto, seguiremos al pie del cañón, trabajando mano a mano defendiendo el derecho a la libertad y la igualdad, mientras otros se empeñan en doblegarnos a sus oscuros intereses.





lunes, 2 de marzo de 2020

DOMINGO SIN DESPERTADOR



 «Desde el momento en que uno tiene vida interior, ya está llevando una doble vida»

La vida secreta de las palabras




Tengo tanto lío pendiente que el viernes pensé que iba a morir. Intento ordenarme los días, seguir la agenda a rajatabla y al final, cuando menos lo espero todo revienta por los aires. Me sube la tensión, me resfrío con una facilidad pasmosa, los sudores menopaúsicos se ceban conmigo y duermo tan mal que eso ya no es dormir. El remedio llega el domingo, aunque sea sacrificando horas al ocio para dárselas a la obligación. Este año apuntaba ser una boñiga, la cuestión bisiesta tiene esas cosas. El refranero es claro, no engaña y si existe por algo será. Año bisiesto año siniestro. Pero quiero tumbar la semana y el mal fario que la acompaña. Detrás de las carreras y los plazos hay algo más. Y aunque todo es para ayer, el mañana no existe y la vida puede acabar hoy, con un poco de suerte alcancemos la prórroga y ganemos algo de tiempo con los penaltis.

Salgo al patio en pijama con una chaqueta encima, refresca pero no demasiado y aunque no es la más elegantes, tiene bolas, es la que prefiero para andar por casa, con el pelo revuelto y las ganas en el bolsillo trasero. Barro, arranco hojas muertas y planto seis macetas de pensamientos que compré ayer en el chino de la esquina. Corren malos tiempos para todo lo que viene de China pero Juan, o Wuan, que sé yo, nos vende las macetas desde hace mil años y no hay virus suficiente como para dejar de comprarle las flores, las simientes, lo que tenga en cada momento. El sábado por la mañana me lleve media docena, cinco de pago y una que, en modo bonus track, me regala. Es la primera que tiene el detalle y es de agradecer, aunque creo que es él el que nos agradece que sigamos haciendo la misma ruta, entrando en su floristería pese a que la cosa está fea. Así que para mayor gloria del patio unas cuantas macetas con pensamientos chinos quedan repartidas por las cuatro esquinas. Las riego un poco, no demasiado.

Dejo abierto para que corra el aire, es pronto y en casa duermen. Enciendo la cafetera mientras me ducho, el aroma del café me relaja siempre. Dejo que el agua, caliente en exceso, se deslice por la espalda, sin prisas, sin nada. La cabeza vacía y el cuerpo tibio. Rescato la toalla de encima del radiador donde lleva desde ayer, una mala costumbre según parece, pero de la que no pienso apearme mientras encuentre un radiador y tenga una toalla. Me bebo el café antes de que se enfríe del todo y empiezo a ordenar, poco a poco, como dijo el doctor, las cosas pendientes, lo que debo recordar, lo que debo anotar, y desalojo todo lo que ocupa pero nada aporta. Echo un vistazo a las redes sociales y todo sigue igual. Es un  alivio saber que lo que allí ocurre, lo que se escribe escupiendo veneno, es solo una exageración de la vida. Una extravagancia más de la época que nos ha tocado vivir. Coloco las carpetas sobre la mesa, los lapiceros afilados y una botella de agua que me beberé entera ante de que llegue el mediodía y lo aparque todo porque quiero preparar pescado al horno y una guarnición rica que nos haga olvidar las fiambreras de la semana. 
La reconciliación humana llega los fines de semana, aunque a veces haya que tirarle un poco de la oreja. Al fondo, se escucha el grifo del agua caliente. El altavoz me devuelve una y otra vez las notas templadas de un piano. Es domingo, y simulamos no tener prisa.