"Pero ante William Stoner el futuro se mostraba brillantes, cierto e inalterable. Lo veía, no como un flujo de eventos, cambio y potencialidad, sino como un territorio que se extendía ante él ala espera de ser explorado".
Stoner. John William
En muchas ocasiones he pensado en
disponer de tiempo. Tiempo para hacer todas esas cosas que aparco porque la
vida no me da, porque la obligación pasa por delante de casi todo y al final,
cuando termina el día, queda el arenoso “quizá mañana” que se va quedando
clavado en el pecho mientras lo apartas de un manotazo para seguir. Pero ahora,
pese a que hay que seguir trabajando como se puede, las horas son más propias,
aunque el reparto continúe siendo un desastre. Tengo pilas de libros pendientes
de leer, un bueno montón de fotografías que ordenar, un montón de cosas que rondan
por ahí y que siempre aplazo a la espera de tiempo. Tiempo que ahora tengo y que
sin embargo no aprovecho porque hasta ahora, intentando seguir un relativo
orden, no he conseguido desconectar de lo que está pasando, de la inquietud que
provoca saber que hoy estas bien y que mañana, sin tiempo, tampoco esta vez, puede
que estés a las puertas de la muerte. La suma de toda es inquietud al futuro
incierto de cómo podremos seguir adelante, cómo mantener lo poco que hasta ahora
nos ha dado cierta seguridad. La familia,
la casa, el trabajo, la vida, en definitiva. Y es en ese runrún, tan improductivo
como a veces infantil, se consumen las horas y la concentración. Vagar por casa,
asomando por las habitaciones, con la intención de que el ánimo no decaiga, que
nos mantengamos bien, de que nuestros abrazos valgan también para aquellos a
los que la distancia no nos permite abrazar.
Tengo pilas de libros por leer,
un buen puñado de personas con las que quiero hablar, de las que necesito saber
que están bien, que me alienten mientras yo las aliento a ellas. Este es un buen
momento para hacerlo. De momento la suerte está de este lado y la casa es un
refugio en el que nos mantenemos a salvo y tranquilos.
Todo esto pasará y cuando pase, tendremos que
vivir de otra manera. El mundo se ha dado la vuelta como un calcetín para
demostrarnos lo diminutos y lo frágiles que somos. En los próximos meses nos tocará
demostrar que hemos aprendido la lección, que el agradecimiento hacia todos aquellos que se han estado sacrificando para que nuestra preocupación no salga a la calle, mientras ellos lo hacen por nosotros, es real y permanente.
Somos lo que somos y terminaremos
siendo polvo, pero, hasta que ese momento llegue, conviene que tengamos claro
que el tiempo es finito e impredecible y que hay cosas que no debemos aparcar.
De poco sirve guardarlas en la guantera o en la retaguardia de nuestra
existencia para ocuparnos de ellas quien sabe cuándo. Hoy estamos y mañana,
maldita sea, puede que no.
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