martes, 24 de marzo de 2020

NADA ES CORRIENTE


"Philip Roth expresa muy bien la diferencia. Para los viejos (o los desahuciados) el tiempo que importa es el futuro que les queda, mientras que para los jóvenes está constituido por el pasado".


A pesar de los pesares. Aurelio Arteta






Todo parece tan inocente y todo es tan peligroso que da miedo. Me levanto pensando en que ya han pasado unos cuantos días del Estado de Alarma y cuento los días en que me he quedado en casa sin salir para nada. Quisiera poder decir que no me he movido, que vivo un confinamiento total, pero no es así. En el reparto de obligaciones, que he asumido con gusto, está el hacerme cargo de mi madre. La edad la ha tratado bien, a sus ochenta y cinco años es totalmente autónoma, vive sola y aunque tiene sus cosas, que de vez en cuando nos asustan, siguen ahí al pie del cañón. Y cruzamos los dedos para que todo siga en calma, que nada se mueva de donde está, que pueda seguir en casa. Queremos que viva todo lo que sea posible, que disfrute como hace ella, con una ilusión casi infantil, de las cosas que más le gustan. Por eso no sale de casa. Su clausura es cosa de necesidad que conlleva el no hablar prácticamente con nadie, el no compartir nada y el alterar las rutinas de su vejez fijando su vida entre la cocina y el butacón del salón. Mis salidas para atenderla no son solo una obligación, son la única manera, posiblemente egoísta, que encuentro de dar salida a mi propia necesidad de saber que está bien, que no le falta nada, que la temperatura se mantiene a raya y que el ánimo no decae pese a los funestos mensajes que se repiten una y otra vez en la televisión. Alguien debería decirle a los medios que muchos ancianos han reducido su contacto con el mundo exterior a ver la televisión. La falta de mano en el tratamiento de las noticias, de la información que se está ofreciendo, está siendo colosal. Cada programa, cada noticia dada, es un anuncio a su propia sentencia de muerte.
Y mi madre, como la madre de muchos otros, como las madres de casi todos, está sufriendo, aunque no se resigna a que el decaimiento pueda con ella y sonríe, desde lejos, cuando le digo cualquier cosa, o le avanzo que le he desinfectado los cartones de leche que le subo del supermercado. Pero sufre por sus hijas, por sus nietos, por su bisnieta llegada en el peor de los momentos. Y sufre porque parte de la familia intenta sobrevivir en mitad del ojo del huracán y las videoconferencias, hechas siempre a más de metro y medio, nunca son suficiente. Sabe que, en esta tómbola, ninguno estamos a salvo y ella menos que nadie. Sabe que cada día que pasa es un día menos, pero un día menos para todo. Son días difíciles. Lo corriente ha desaparecido.




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