«Últimamente la esposa ha estado pensando en Dios, en quien el marido ya no cree. A la esposa se le ha metido en la cabeza quedar con su exnovio en el parque. Tal vez podrían hablar de Dios. Luego enrollarse. Y luego hablar otra vez de Dios».
Departamento de especulaciones. Jenny Offill
Lo de teletrabajar es un horror que algunos consideran una bendición.
No es mi caso. Tengo por costumbre salir pronto a trabajar, haciendo un alto
obligado para tomar el primer café de la mañana mientras echo un vistazo a la
prensa o leo cualquier otra cosa para después, con tranquilidad, seguir hasta la
oficina. Y allí, hasta que el cuerpo se rinde y hay que volver a casa. La vuelta también tiene lo suyo, una especie de ritual de desconexión. Camino, no demasiado rápido, respirando al ritmo de la música que me regala los auriculares. Vuelvo
con calma, sin pensar en nada trascendente, aunque a veces sí. Todo eso forma parte del ritual diario que estos días de confinamiento ha volatizado, convirtiéndome en una doliente que anda tazón en mano y de estancia
en estancia, va preguntando a los demás qué están haciendo. Los días que vienen
se han convertido en un compás de espera cubiertos de incertidumbre. Sabemos que todo esto pasará, pero no sabemos a qué precio. Nos duele todo, la familia, la economía, los amigos que están lejos y el saber que puede que después de ésta algunos no levanten cabeza. Mejor no mirar la cuenta bancaria.
La rutina se comprime y el horizonte se topa en la puerta de
la cocina. Pero la suerte se encuentra en la libertad que se acomoda en el patio donde, por suerte, los geranios
siguen su curso sin marchitarse.
Trabajar en casa requiere un hábito que no tengo. Por eso, entre escrito y escrito, pongo la lavadora;
me siento y escribo otro rato más y, al poco, me levanto porque tengo que poner
a descongelar el pescado de mediodía mientras contesto una llamada que podía
esperar. Y cuando cuelgo, antes de volver a mi mesa, me entran unas ganas atroces de ir a la nevera y trocear
la barra de chocolate que alguien, antes que yo, casi ha finiquitado. En casa no
se está mal, hay paz social, nos mantenemos sanos, la nevera está llena y tenemos una buena provisión
de libros y películas para entretenernos. Pero nos falta la costumbre.
Miro por
la ventana y veo que la buganvilia necesita un repaso. Puede que mañana, antes
de asaltar la nevera y hacer el seguimiento del drama que nos ha
tocado vivir, la pode un poco, aunque quizás sea un poco tarde para ello.
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