miércoles, 18 de marzo de 2020

LA NEVERA





«Últimamente la esposa ha estado pensando en Dios, en quien el marido ya no cree. A la esposa se le ha metido en la cabeza quedar con su exnovio en el parque. Tal vez podrían hablar de Dios. Luego enrollarse. Y luego hablar otra vez de Dios».


Departamento de especulaciones. Jenny Offill






Lo de teletrabajar es un horror que algunos consideran una bendición. No es mi caso. Tengo por costumbre salir pronto a trabajar, haciendo un alto obligado para tomar el primer café de la mañana mientras echo un vistazo a la prensa o leo cualquier otra cosa para después, con tranquilidad, seguir hasta la oficina. Y allí, hasta que el cuerpo se rinde y hay que volver a casa. La vuelta también tiene lo suyo, una especie de ritual de desconexión. Camino, no demasiado rápido, respirando al ritmo de la música que me regala los auriculares. Vuelvo con calma, sin pensar en nada trascendente, aunque a veces sí. Todo eso forma parte del ritual diario que estos días de confinamiento ha volatizado, convirtiéndome en una doliente que anda tazón en mano y de estancia en estancia, va preguntando a los demás qué están haciendo. Los días que vienen se han convertido en un compás de espera cubiertos de incertidumbre. Sabemos que todo esto pasará, pero no sabemos a qué precio. Nos duele todo, la familia, la economía, los amigos que están lejos y el saber que puede que después de ésta algunos no levanten cabeza. Mejor no mirar la cuenta bancaria.
La rutina se comprime y el horizonte se topa en la puerta de la cocina. Pero la suerte se encuentra en la libertad que se acomoda en el patio donde, por suerte, los geranios siguen su curso sin marchitarse.  
Trabajar en casa requiere un hábito que no tengo.  Por eso, entre escrito y escrito, pongo la lavadora; me siento y escribo otro rato más y, al poco, me levanto porque tengo que poner a descongelar el pescado de mediodía mientras contesto una llamada que podía esperar. Y cuando cuelgo, antes de volver a mi mesa, me entran unas ganas atroces de ir a la nevera y trocear la barra de chocolate que alguien, antes que yo, casi ha finiquitado. En casa no se está mal, hay paz social, nos mantenemos sanos, la nevera está llena y tenemos una buena provisión de libros y películas para entretenernos. Pero nos falta la costumbre. 
Miro por la ventana y veo que la buganvilia necesita un repaso. Puede que mañana, antes de asaltar la nevera y hacer el seguimiento del drama que nos ha tocado vivir, la pode un poco, aunque quizás sea un poco tarde para ello.  





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