miércoles, 15 de marzo de 2023
TIRANTES Y PLATANOS
domingo, 19 de diciembre de 2021
ANTIGENOS, S'IL VOUS PLAIT
No sé si debo hacer caso a las
recomendaciones que voy recibiendo. Mienten tanto que tomar una decisión, sin saber
si lo que haces responde a un criterio científico o no, es parte de ese
misterio que tal vez se desvelará cuando ya no importe. He sorteado al virus hasta
este momento con la habilidad de una recortadora covid nivel avanzado. Pero ahora,
mientras estoy sentada en la silla de pensar, garabateando las tonterías que
corresponden a una tarde de domingo desahogada, me llega un mensaje al teléfono
móvil. Ya son dos en lo que llevamos de fin de semana. La cabeza empieza a dar
vueltas, a resituarse en el lunes pasado, incluso en el viernes anterior ¿Cuándo
fue el último día que vinieron presencial?, ¿Estuve con ellos o no? Dos semanas
y media atrás, yo no era siquiera persona humana, el trabajo me desbordó y
apenas asomaba la cabeza por ningún sitio, pero la semana del puente, que no
tuve puente, ya no sé si los vi o si no lo hice. Esta semana a saber. La fuerza de la costumbre y la repetición de
actos me hace difícil encajar los momentos con la gente del trabajo salvo que
algo lo convierta en un momento estelar. No lo sé. Se abre grupo de urgencia ¿Comenzamos
con teletrabajo o no hace falta?, ¿Hay que cerrar o no hace falta? El virus ha
venido a demostrarnos, una vez más, que la vida se te desorganiza cada vez que
a lo incontrolable le da la gana. Contesto en el chat un lacónico: Esperemos
resultados e instrucciones de protocolo. Tengo que sacar al perro porque él,
que puede que sea el único que está a salvo en este momento, no conoce de
confinamientos, ni de pruebas de antígenos. Una prueba con traje de farsante que,
aunque a veces dice “No” resulta que puede ser “Sí” y que, como la cigüeña en
un predictor, te anuncian la buena nueva a base de rayitas. El número de rayitas, una o dos, marca la
diferencia y decidirá la foto de la navidad, un año más.
domingo, 4 de abril de 2021
TAKE AWAY
Llevan semanas prediciendo mal tiempo,
pero a la gente le da igual. No hay virus que pare las ganas de salir corriendo
y los que han podido han liado el petate y cogido carretera y manta. Pero
otros, quizá los extremadamente cobardones y pelados, nos hemos quedado en casa manteniendo
la distancia de seguridad, la mascarilla y las burbujas que, de tanto cambio
normativo, ya no se sabe si son de cuatro o de cincuenta y cuatro. Por suerte nos
quedan las cafeterías abiertas y algunas terrazas en las que se puede desayunar, con el
permiso de la autorizad incompetente. Es pronto, ni siquiera son las nueve, pero unos cuantos parroquianos, que
sufrimos las secuelas de aquel temor que impuso el cierre de las cafeterías antes de las diez, ocupamos las mesa de aforo limitado antes de quedarnos sin ellas. Un café, un agua y un croissant.
Más o menos lo de siempre. Al otro lado del mostrador, una señora pide un café
con leche, tres azucarillos y un brioche. Todo para llevar. Pienso que la cosa
de las restricciones ha impuesto la moda del “Take away” que tanta gracia nos
hacía cuando lo veíamos por ahí y que ahora, siguiendo con la desgracia, nos da
tres patadas. El “para llevar” implica vaso
de cartón, cucharilla de plástico y un sobre de papel con el bollo que la dependienta
coloca en una bandeja de plástico que la mujer coge con cuidado y que lleva a una
mesa al final del local, frente al ventanal. Abre una bolsa de tela que colgaba de su brazo y saca
un vaso de cristal, una cucharilla, un plato pequeño y empieza por verter el café con leche en el vaso, el brioche en el plato y todos los envoltorios
los amontona en la bandeja que arrincona en la esquina de la mesa. Casi espero
que saque una servilleta de tela o algo parecido, pero no. Me viene a la cabeza aquella película en la
que un Jack Nicholson trastornado mareaba a una camarera con sus manías y sus
cosas. Le doy un par de vueltas a mi café que se enfría en una tacita de loza.
Empieza a llover y un viento del carajo arrastra unas cuantas hojas secas que
golpean contra el cristal. La mujer sigue desayunando, sostiene en la mano una novela de tapa blanda que lee sin importarle ni ocho, ni ochenta y ocho, que me tenga atrapada. Me intriga lo que hará
cuando acabe pero dejo de mirarla, aunque de vez en cuando alzo un poco la vista por encima de las gafas para ver si sigue allí. No somos nada, escucho al vecino de mesa y pienso que eso no es
verdad. Somos tela marinera.
miércoles, 18 de marzo de 2020
LA NEVERA
«Últimamente la esposa ha estado pensando en Dios, en quien el marido ya no cree. A la esposa se le ha metido en la cabeza quedar con su exnovio en el parque. Tal vez podrían hablar de Dios. Luego enrollarse. Y luego hablar otra vez de Dios».