martes, 31 de diciembre de 2013

YOU MUST REMEMBER THIS, A KISS IS STILL A KISS, A SIGH IS JUST A SIGH. THE FUNDAMENTAL THINGS APPLY


"The world was simple then back when hearts were brave and love was true".


Un año más que se nos escurre entre las manos. Mañana no comienza absolutamente nada, la vida continúa igual que siempre, sin necesidad de propósitos, promesas y demás historias que no cumpliremos jamás. Mañana continuaremos con nuestra vida, con la que nos forjamos, no en los trescientos sesenta y cinco días que conforman un año, sino en ese espació de tiempo que se comprende desde  el inicial instante en que inspiramos el primer oxígeno y aquel otro que inevitablemente llegará con nuestra última expiración.

Mientras, la vida sigue, por eso en un día como hoy, a la espera de que oscurezca para que mañana vuelva a amanecer, no se me ocurre otra cosa que desearles que mañana "la vuelvan a tocar".

Sigamos, mañana más y mejor.




domingo, 29 de diciembre de 2013

PORQUE SERÁ LO QUE QUIERAN QUE SEA


El Derecho es el conjunto de normas bajo las que se regulan las conductas y comportamientos humanos, así como las consecuencias que aquellas y aquellos van a tener. Las normas no son más que convenciones sociales. Tales normas son las que, en lo particular, atribuyen a los ciudadanos los derechos que le corresponden, son los llamados derechos subjetivos, entendidos como las facultades reconocidas a una persona para que pueda llevar a cabo, ejercitar, unos determinados actos o comportamientos.

Cuando uno piensa en los derechos propios, incluso en los del vecino, la pregunta que se termina por formular es: ¿Cuál es la base sobre la que los derechos se sostienen? La respuesta es solamente una, sobre la convención, sobre lo que la sociedad haya convenido al respecto en cada momento.

Y ahora, sentado lo anterior, cabe empezar a discutir qué pasa con el aborto, pero sin perder de vista que la cuestión del aborto no es un problema jurídico, inicialmente, sino de otro calado bien distinto, médico, ético y moral que lo convertiremos en un derecho, o no, en función de que convencionalmente las mayorías que imperan en cada Parlamento así lo decidan, colocando los argumentos no jurídicos en un lado u otro de la balanza, y decidiendo a qué se debe dar relevancia y a qué no se le debe dar, con independencia de lo que cada uno considere, o incluso, en ocasiones, por encima del propio sentido común (que como no me canso de repetir, parece ser el menos común de todos los sentidos). El Derecho, en el sentido fáctico de la Ley, es una cuestión de fuerzas políticas, no nos engañemos.

Porque lo aceptable o inaceptable de una conducta, lo reprobable o encomiable de una actuación, depende, casi siempre, de lo que la norma establezca y de que esa norma sea aceptada por el grupo dominante en cada momento. Así de simple.


El debate está servido.


viernes, 27 de diciembre de 2013

TO ME YOU ARE PERFECT -LOVE ACTUALLY-


                                                                                   
                                                                                             "Te quiero incluso cuando estás enferma y asquerosa"




Es navidad y hay algunas películas que, aunque pueden verse en cualquier época del año, no hay nada como echarles un vistazo estos días para que las disfrutemos más allá de lo normal, de lo que lo haríamos en pleno mes de agosto. Nada puede sustraerse al influjo navideño, de esas corrientes dulzonas que nos arrastran a lugares que una vez creímos conocer y que, a los que hemos cumplido algunos años, nos parecen que dejaron de existir allá por el pleistoceno. Así que si deciden sumergirse en alguna de estas películas que les digo, no intente alejarse de la melaza con la que vienen impregnadas.


Siguiendo la anterior consigna, me he rendido y, un año más, caigo en la redes de la encantadora "Love actually", una historia de historias de amor. Sí, de esas maravillosas historias de amor que, durante unas horas, nos llevan hasta una felicidad e ilusión ajena porque en esta película, como la propia banda sonora con su "Love is all arround" de Bill Nighy, ya nos advierte de que el amor está en todas partes. En mi opinión, esta cinta, milímetro a milímetro, avanza y se termina convirtiendo en una de las mejores películas sobre la navidad. 




"Love actually" es una película coral, donde las historia se van superponiendo. Algunas son absolutamente disparatadas y otras, casi pidiendo permiso, se nos muestra con unas grandes dosis de realidad, pero todas, absolutamente todas, son historias de amor, de felicidad sentada en el contrapunto de los momentos amargos que viven algunos de sus protagonistas. Pero es navidad y por tanto la felicidad debe prevalecer, e incluso lo más dramático debe quedar eclipsado por los seres tan absolutamente maravillosos en los que nos transformamos cuando nos acompaña el amor.




Dicho lo anterior y por centrar un poco, decir que corría el año 2003 cuando Richard Curtis y Ben Elton, guionistas de la televisión británica escribieron esta película que fue interpretada, entre otros, por Hugh Grant, Liam Neeson, Colin Firth, Rowan Atkinson, Claudia Schiffer o Keira Knightely. Un buen plantel de actores que podemos encontrarlos trabajando juntos en otras producciones. Un plantel de actores en una ambientación totalmente británica que nos conquista y nos deja sentados mientras la pantalla nos engulla y pasemos a formar parte de esa gente maravillosa que, dentro de sus vidas corrientes y vulgares, reencuentran, descubren, buscan el amor. 

Historias cruzadas de afecto, ternura, de toda clase de amor. Del amor de hermano que renuncia a todo por hacerse cargo del que lo necesita; del amor del mejor amigo que renuncia a él para que la amistad no muera;  de ese amor al infiel que atormenta pero no cede a nada; del primer amor que sólo se da en la infancia; del amor de los amigos, de la compañía querida.
Porque el amor, a veces, duele, aunque casi siempre esperemos de él que nos haga explotar el corazón, alejándose de penas y sufrimientos.  




Hay muchas opciones para comerse los polvorones y los turrones, una de ellas puede ser viendo cine y, si deciden que esta última es una buena opción, no descarten "Love actually", porque es navidad, porque hay personas maravillosas y porque, aunque a veces cueste creerlo, si tienen dudas y se preguntan si aquello que desean es posible, no duden en contestarse: “¿Por qué no? Es casi navidad".


Sean felices.


domingo, 22 de diciembre de 2013

SAL


“A veces escribo cartas para no sentirme atado, para no aferrarme a remilgos
 que yo quisiera abolidos de mi vida".


No somos diferentes. Somos como todos, inquilinos en la vida de otro, dueños a medias de la nuestra, propietarios de nada. Nos disfrazamos para jugar a ser únicos, sabiendo que los ternos caerán sin hacer ruido porque nada dura para siempre, ni siquiera el silencio. 

Somos agua que se transformará en sal, sal que se transformará en rocalla. Como tú, como yo, algo suicidas.


viernes, 20 de diciembre de 2013

THE LAST FRIDAY I'M IN LOVE


El insomnio es una lucidez vertiginosa 
que convertiría el paraíso en un lugar de tortura".
E.M. Cioran.
                                        

¿Qué hace una chica como tú en un sofá como éste? A las cuatro de la mañana, con los ojos como platos, hay que estar muy pirado para hacer variaciones musicales de cualquier tonadilla que te pase por la cabeza. Como estoy en el sofá, con el netbook entre las piernas (la vida sólo es perfecta en las películas), busco en la red canciones que adapto a chorradas varias. Siempre he dicho que lo del no dormir, no por gusto sino por una maltrecha relación con Morpheo, es un suplicio que, con los años, se aprender a rentabilizar sin grandes dramas.

La desesperación es un animal agazapado que se cría sobre un colchón cuando vas dando vueltas en la cama y los dígitos del despertador parpadean retándote, sin que puedas hacer nada por volver a conciliar el sueño.

Las noches son largas y muchos los fantasmas que la pueblan cuando uno no aprende a encender a tiempo la luz de la mesilla de noche. Los insomnes sabemos que no hay nada peor que permanecer a oscuras y que el mejor remedio contra la falta de sueño es adoptar la vertical, para volver a adoptar la horizontal en el sofá, o en la bañera, servirse algo caliente y ponerse a leer o a componer nuevas canciones que mantengan la rutina del no sueño sin agobios, ni rencores con nadie.

A punto de terminar el año, y sin ganas de balances ni de cosas similares, porque no sirven para nada, veo que me quedan por leer un par de novelas que compré a principios del mes de septiembre y que sin motivo aparente han quedado sobre la mesa aparcadas por otros libros que llegaron a casa con los brincos compulsivos de la que suscribe.

Tengo la música puesta y, como una anda viejuna, "The Cure" es una buena opción. Así que mientra la pierna derecha sigue su ritmo, solo me queda desear los buenos días, que no llegarán hasta dentro de unas horas, a los hijos del insomnio.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

LA VIDA Y NADA MÁS


Mi barrio es un barrio normal de una gran ciudad, donde la gente madruga para ir a trabajar, en el que los niños, en inviernos como éste, se cubren con gorros y bufandas mientras caminan cogidos de las manos de sus padres, de sus abuelos, que les llevan a la escuela antes de que ellos mismos empiecen su jornada laboral. Niños que a esas horas, medio dormidos, caminan ajustando su paso a los minutos que corren sin demora. Esta mañana era una mañana como cualquier otra,  o al menos lo era antes de llegar a la esquina de casa, antes de que una buena dosis de realidad acabara de despejarme del todo.

Sobre la acera resta el cuerpo sin vida de un hombre del que nadie sabe nada. Un hombre que junto con los niños y con los que vamos a trabajar, formaba parte del paisaje de mi calle. Unos y otros convertidos en parte del decorado de la ciudad. Pero hoy yace sobre el suelo su cuerpo. La muerte inesperada y ajena, vista de cerca, siempre impresiona. Nos deja mudos y acostumbramos a encubrirla para olvidarla  porque no va con nosotros. 
Inspirar inevitablemente y contener la respiración, pero hacerlo no evita que el aire, que huele a heno viejo, me queme por dentro. Puede que lo que huela así sea la muerte ajena, la desconocida, la que rompe la rutina de un vecindario cualquiera.

Una cinta de plástico cerca su fin. Sus cosas, un petate sucio y maltrecho que alguien ha colocado en el hueco de un árbol. La curiosidad es intrusa y mientras unos miran, los otros se afanan para que todo vuelva a la normalidad. En apenas unos minutos, sobre la acera, no queda más que el resto de una manta sintética de falso oro y plata y la cinta que ahora barre la acera.

Nadie se acordará de ti cuando estés muerto. 

Mientras cruzo la calle, desviándome de la aglomeración que murmura sobre lo que nadie sabe porque de los mendigos nunca nadie sabe nada, veo las manos de un chico que se sujeta la cabeza y se lamenta sin consuelo apoyándose contra el capó de un coche mal estacionado. La vida sigue, pero el mundo es menos mundo.

No puedo evitar preguntarme ¿Quién le pensará? Uno no deja de existir mientras se le recuerde, aunque el recuerdo habite en la cabeza  del que, sin querer, puso punto final a tu vida. La multitud se dispersa y la vida continúa, pero no es cierto, aunque la calle quede despejada, limpia y la circulación poco a poco recupere su ritmo. El día se ha vuelto espeso, se pega entre los dedos. 


Nacemos en estado puro y la vida nos transforma sin que podamos aventurar un destino de esplendor. En ocasiones, el azar juega al balompié y cocea sin compasión. 
Nos descomponemos en cien mil átomos condenados a desparecer. Pero ese último instante, antes de que todo se vuelva tremendamente oscuro, tremendamente vacío, la imagen de aquellos a los que amamos sin condiciones, nos acompañará en el último paso, estoy segura de eso; de lo mismo que lo estoy de que la muerte no es definitiva hasta que ya nadie te recuerda.



martes, 17 de diciembre de 2013

OTRO MITO DEL CINE QUE NOS DEJA. JOAN FONTAINE




El 2013 está siendo un año fatal en muchos aspectos,  también cinematográficamente hablando  El domingo, 15 de diciembre, murió Joan Fontaine. Para aquellos a los que nos gusta el cine clásico no deja de ser una gran pérdida. Cada vez quedan menos actores y actrices de aquel Hollywood de oro.

Recupero, como minúsculo homenaje personal a la actriz, un texto que escribí hace ya algún tiempo sobre una de las películas que protagonizó en su día, "Rebeca". Hoy volvemos a Manderley

*****

De vez en cuando me gusta volver a Manderley para perderme entre los muros de esta mansión que contienen los secretos inconfesables de un oscuro personaje, Maximillian de Winter (Laurence Olivier) y la imperante y permanente personalidad de Rebeca, primera esposa de Maximilian. Ambos, uno en presencia y la otra en su ausencia, configuran el peso específico del ninguneo de la segunda esposa del contradictorio y tiránico de Winter. Una joven mujer con rostro pero sin nombre (Joan Fontaine), que vive a la completa sombra de la primera esposa muerta en extrañas circunstancias y a la sombra de un esposo atormentado que vive sumido en el recuerdo. 




Rebeca es una presencia gigante en toda la película, alguien que no se ve, que no se oye, pero que existe hasta el punto de ser el personaje principal de toda la trama. La presencia que atormenta a de Winter y que terminará por convertir a la sosa, juvenil y dulce “sin nombre” (Joan Fontaine) en una mujer decidida a salvar su matrimonio, pase lo que pase, y pese a quien le pese, haciendo desaparecer de un modo definitivo la presencia de la difunta Rebeca que impide su felicidad y la de su esposo.

No es menos espectacular la presencia de la ama de llaves, la Sra. Danvers (Judith Anderson), una figura oscura, con una controvertida adoración a la difunta señora, que se convierte desde un primer momento en la defensora de su memoria, en su férreo adalid para que a pesar de su trágica desaparición siga gobernando Manderley. Nadie debe ocupar su lugar, sólo existe una Señora de Winter. Una obsesión enfermiza que llevará al enfrentamiento absoluto  entre las dos mujeres.



De Winter es la imagen de un hombre permanentemente afligido, torturado obsesionado. Sin embargo, pese a aquella aparente querencia por Rebeca su odio era más profundo que la estima que algún día tuvo, sentimiento que oculta tras una aparente frialdad y desprecio por su joven esposa.  El pasado existió y ahí debe seguir como algo sagrado, consagrado frente al mañana esperanzador que le impide continuar. Pero Maximilian odia profundamente a Rebeca porque ella, en sí misma, es la personificación de la vida corrupta y engañosa; de la vida aparente en una sociedad en la que no caben los fracasos matrimoniales. 


"Rebeca" es una historia impresionante, siniestra y desasosegadora. Una historia de amor y de odio, ambientada en un terrorífico paisaje, con una atmósfera tan densa y siniestra que llega a asfixiar, no sólo a los personajes, sino al espectador.

Es una película oscura, inquietante, en la que la principal protagonista es, aunque parezca contradictorio, la presencia de una personalidad ausente pero arrolladora que llena todos y cada uno de los minutos de esta historia. que Alfred Hitchcock plasmó magistralmente a partir de la novela escrita por Daphne Du Maurier. Una película cuya fuerza radica en la fuerza y personalidad de los personajes.

Hitchcock se nos muestra una vez más como un genio del cine, nos entrega una historia que consigue mantener al espectador en un estado de suspense y angustia permanente.

Una obra maestra del cine, sin duda alguna.




domingo, 15 de diciembre de 2013

LIBRERÍA CANUDA


"Cada tic tac es un segundo de la vida que pasa, huye y no se repite. 
Y hay en ella tanta intensidad, tanto interés, que el problema es solo saber vivirla. 
Que cada uno lo resuelva como pueda".

En el escaparate durante meses lució un rotulo “Liquidació negoci".  No es ni la primera ni la última librería que veremos caer. Es la ley de la oferta y la demanda y aunque no nos guste, nos entristezca, es así. El mercado es feroz. Hoy ya está cerrada.

Busqué entre las pilas de viejo y mientras abría y cerraba algunos ejemplares el polvo rancio se me coló en la garganta. Una recia combinación de letras olvidadas, moléculas suspendidas en el aire y cierta nostalgia indefinida,  cierra a cal y canto la posibilidad de articular ni media palabra. Es lo espeso de lo antiguo, de la solera y del conocimiento que se pierde a pasos agigantados. Sin duda, aquel paseo entre estantes y repisas a punto de derrumbarse iba a ser el último.





Me produjo cierta molestia mezclarme con los oportunistas que buscaban, sin encontrar porque allí no han estado jamás, los últimos chollos en sombras eróticas y demás munición que sirve para herir de muerte a la buena literatura. Pero sus pasos no llegan más que a media librería, nada de lo que había en ella puede interesar a quien acude únicamente por el reclamo de la llamada improvisada de un rótulo que anuncia una rebaja por muerte y no sabe ni dónde entra.

Fue un último paseo sabiendo que aquellos era los últimos pasos del que recorre un melancólico cementerio a modo de despedida. Las cosas no siempre están en el lugar en el que deben estar.

Desde aquel día no había vuelto a pasar por delante de su puerta, ayer lo hice. Una sombra extraña cubre la pared de lado a lado, es como si el reflejo de Níobe se escurriera entre lamentos por la húmeda fachada de una piedra gris que se ha vuelto negra.

Ahora ya, duerme el sueño de los justos.


martes, 10 de diciembre de 2013

MINIMALISMOS XXXII




Para algunas cosas, como la que te pasa por la cabeza cada mañana, solo cabe un tipo paso, el del cangrejo y una gran dosis de humildad.


sábado, 7 de diciembre de 2013

DICIEMBRE


"No te debo nada, no me debes nada. Las cosas vienen como viene,
 y se van de la misma manera que llegan".


Hace un día estupendo, el frío de los días pasados parece un mal sueño y la mañana se despierta templada, el mar en calma y tu aliento tibio promete la luna. Somos los primeros en llegar. Aparcamos cerca del paseo sin que tengamos que dar ni una sola vuelta, la fortuna a veces son cosas así. Diciembre no parece mes para improvisar un almuerzo cerca del mar, pero la extravagancia no entiende de días, ni de oportunidades adecuadas. Las olas llegan a la orilla sin apenas resuello, todo parece acompasarse con el ánimo sereno.

Sobre las rocas, alejados de miradas curiosas, improvisamos un fortín. Del bolsillo de la pechera te asoma la cazoleta de la pipa que parece apuntar a la bahía como la señal de un vigía siempre atento. Parpadeas intentando fintar al sol, o quizá esquivar alguna idea inoportuna.

Coloco la mano sobre la frente como una improvisada visera. Miro al mar para despistar al ángel de silencio que se pasea por el rompeolas. Desde aquí, con un leve movimiento de la cabeza, puedo ver las dunas que aparecen nítidas como en un espejismo. Improvisas una canción que tarareas mientras abres una botella de vino del bierzo que me hace sonreír.

Nos recostamos esperando que lleguen los demás. Charlamos. Mañana será mañana y no nos deberemos nada porque lo que se entrega con gusto nunca es una prenda. Volveremos a empezar, será un nuevo día de diciembre.


martes, 3 de diciembre de 2013

¡QUÉ RICO!


"¿Tripas dentro o tripas fuera, como Judas? Veo que está confundido. 
Si no le importa, yo elegiré por usted".


Mi padre era de los que afirmaba que la prensa seria se distingue de la amarillista en el peso del soporte que la contiene, en la cantidad de papel que gastan para contarnos algo. Algo de razón tenía, pero en la actualidad, tal y como está el tema, no tengo claro si el amarillismo se bate en el exceso o en el defecto de papel. Esta mañana, leía en la prensa que un tipo, alemán para más señas, ha sido juzgado por matar a su pareja sexual y comérsela. El canibalismo está servido. No es la primera vez que aparece en los diarios una noticia de este calibre y contenido, y tampoco es nuevo que el país en el que sucede el hecho sea la civilizada Alemania. Por lo visto no tienen suficiente con el entrecot de ternera, ni las deliciosas bratwursts.

El comer carne humana es algo que no se estila en nuestra civilización, salvo en aquel metafórico arrumaco del “te comería a besos”, “cómeme el coco negro", o cosas similares que nos pasan por la cabeza cuando nos idiotizamos por cuestiones de las bajas pasiones. Sin embargo, algún componente tremendamente irresistible debe tener lo de comerse aquel que tenemos entre las piernas o entre los dientes, dicho sea de paso, vista la frecuente reiteración en el comportamiento de nuestros vecinos del norte. Pero una es mediterránea y clásica, así que el tema no me pone, en realidad, sólo de pensarlo, se me dispara una ligera nausea amén del colesterol. Debe ser por eso que en pleno furor mi desaforado ánimo canino no pasa de lametones bienintencionados, succiones ardorosas y mordisquitos apasionados. No me imagino zampándome el cachete trasero de mi compañero de juegos amatorios, ni royendo su fémur con un placer desaforado hasta poner los ojos en blanco, ni sorbiendo las cuencas de sus ojos hasta que me tiemblen las piernas de puro gusto. No lo veo, no.

Debo decir que el periódico en el que venía la noticia, uno de tirada nacional, era bastante gordo, tanto que, mientras me relamía la última gota del café, por un momento me ha pasado por la cabeza la disparatada idea de que esa hojas de papel, amarillista por supuesto, deben de venir muy bien para envolver el osobuco de un amante bien dispuesto. 


domingo, 1 de diciembre de 2013

BRINDIS AL SOL


"Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo
 y no deseo con exceso lo que no tengo".


Cada final de noviembre, desde hace ya bastantes años, asisto a la cena que organiza una buena amiga, celebra su cumpleaños. No importa demasiado si la celebración cae antes o después del día que nació, es lo de menos, la fecha, como dice, es sólo un inconveniente menor. Como cada año, los invitados somos los mismos, los que ella considera sus mejores amigos y que, entre nosotros, algunos no pasamos de ser eternos conocidos que, una vez al año, celebran el cumpleaños de una de sus mejores amigas.

El grupo de los mejores amigos de mi amiga se compone de gente de lo más variopinta. Un grupo que sólo se reúne una vez al año para celebrar el número de años que a su anfitriona se le antoje, las velas de la tarta no coincide necesariamente con los años que indica su documento de identidad. En función de cómo tenga el karma, así será el número de años que celebre. Esta vez, ha adelantado unos cuantos por mor de no poder cumplirlos, rezaba la invitación.

Ayer, los mejores amigos de mi amiga, lo pasamos bien. Nos tomamos unas copas a su salud y a la nuestra; hicimos unos cuantos brindis para ahuyentar los malos tragos que la vida se ha encargado de repartirnos en los últimos tiempos sin hacer distinciones; nos deseamos las mayores bendiciones y un futuro con sobresaltos controlados. Es cosa de la edad, sin duda alguna.

Pero hoy es hoy, y mientras los restos de las candelas aun humean sumergidas en los jarrones que ayer las resguardaban, cuando los restos de la tarta esperan que un par de cucharas infantiles acaben con ella; nos llegan noticias del otro lado del Mediterráneo. Y no, no son buenas noticias. Está claro que los deseos son meras expectativas vitales lanzadas al sol, o a la luna, y que una vez allí, circulando impulsadas por aventuradas corrientes de aire, van dando volteretas hasta caer del lado que el destino, que a veces tiene un humor muy negro, ha escogido para ti o para tu vecino. Por eso, puede que, al final, adelantar la celebración de los años que están por venir, sin que importe que esa fiesta tengamos que repetirla de aquí algún tiempo, no sea tan mala idea. Celebramos por adelantado y eso que nos llevamos en el coleto. 


viernes, 29 de noviembre de 2013

LAS FORMAS Y LA CONTENCIÓN

 

Los procedimientos, al igual que las formas, sirven para muchas cosas, entre otras para saber donde está cada uno en cada momento, y como debe seguir caminando sin darse de bruces con lo que se va encontrando por el camino, aún cuando sea algo inesperado. 
Con las formas, como digo, pasa lo mismo, algunos las consideran encorsetadas, poco naturales e incluso demasiado ñoñas en la sociedad de la velocidad y del tuteo continuado en la que vivimos. Pero yo, de natural jovial, necesito las formas y me siento muy cómoda cuando mi interlocutor las mantiene de la manera más normal del mundo. Lo anterior no está reñido, en absoluto, con ser afable, comunicativo, auténtico e incluso muy cordial pero, la existencia de las formas marca, sin ser necesario que lo hagamos evidente y expreso, hasta donde puede uno llegar con los excesos de confianza y en el trato con el que tiene enfrente. 
Cuando he sucumbido a los “cantos de sirenas” que emiten los que no creen en las formas, que en realidad son unos auténticos malecuados por muy de "seda" que se vistan y se intenten embadurnar de la pátina de la intelectualidad, mis relaciones personales se convierten en un desastre. Soy de natural facilón y es posible que me pierda ante la falta de coordenadas que los cánticos mal llevados me provocan. Por eso necesito las formas, porque me gustan, porque muestran distancia y respeto frente al que tienes delante y porque, en mi caso, me sujetan cuando yo sola tiendo a desbocarme equivocadamente. No se trata de vivir encorsetado, pero tampoco de lanzarse a trivializar nuestros modos y costumbres con el que primero pica a nuestra puerta. Esto, que a mí me parece tan evidente, no es fácil de hacer comprender para algunas personas que identifican el mantenimiento de las distancias prudenciales con un ataque de “bordería”, incluso de soberbia, del que sólo quiere que no se le abalancen en su vida. 

Y es que hoy en día, las cosas van demasiado rápido y se circula por la banda ancha de la verdadera mala educación y de la falta de modos. Sólo hay que sentarse en un restaurante y observar,subir a un autobús y esperar para ver lo que ocurre entre los distintos pasajeros, escuchar una conversación en una peluquería, par comprender lo necesario que es mantener las formas y los buenos modos.
En nuestra vida,en la del día a día, en nuestras relaciones con los demás, ocurre lo mismo. No termino de entender que la gente entre en un sitio y no de los buenos días, no entiendo que cuando salgan de ese mismo lugar no se despida. No entiendo a los que no miran a los camareros mientras piden lo que van a comer; no entiendo a los que se alejan pegando portazos; no entiendo a los que acuden invitados a una casa ajena y no son capaces de llamar posteriormente para agradecer la velada que le han dedicado; no entiendo a los que sistemáticamente llegan tarde haciendo esperar a otro, no entiendo a los que no se disculpan cuando se equivocan, no entiendo a los que no son capaces de agradecer la preocupación que por ellos se muestra, no entiendo a los que se empeñan en hablar a un volumen inapropiado por su móvil sólo para que los demás escuchemos lo interesante que es su vida, no entiendo a los que se empeñan en tutearme y llamarme por mi nombre cuando no creo haber ido a cenar con ellos ni una sola vez. En definitiva yo ya no entiendo nada. 

Las formas son esenciales, y el aprendizaje de las mismas debería ser tan obligatorio en las escuelas como aprender que no siempre, ni siquiera en matemáticas, dos más dos son cuatro. Y debería ser obligatorio también el aprendizaje temprano de la contención. A esto último debería apuntarme yo misma antes de que termine el día y olvide hacerlo, pues ya va por dos veces, en poco tiempo, que me asedia el descontrol por no guardar las distancias, lo que me ha llevado al lio psicalíptico en el que ahora vivo.


martes, 26 de noviembre de 2013

SINERGIAS


"Ciertos recuerdos son como amigos comunes, saben hacer reconciliaciones".


Esta historia me la contó una mujer en uno de los viajes que frecuentemente hago en tren. Aquella tarde, el compartimento estaba prácticamente vacío, al fondo, una mujer joven que intentaba encajar una bolsa de viaje en el portamaletas. Unos cuantos asientos por delante del mío, un hombre grueso, de pelo cano, del que poco más puedo decir porque no se movió de su butaca en todo lo que duró el viaje.

Aun no habíamos dejado atrás la estación que, a mi lado, apareció aquella mujer buscando un asiento. Tenía todos los que quería y más pero se sentó muy cerca de mí, al otro lado del pasillo y, por el cristal, pude ver como sobre la mesilla desplegaba un sinfín de artilugios y objetos, sin ni siquiera haberse quitado el abrigo.


El tren empezó a abrirse paso a través de la oscuridad de las primeras horas de la noche. Dejamos atrás las luces de la ciudad y el barullo de las grandes estaciones.  El silencio se hizo absoluto. Los trenes ya no traquetean, se deslizan sobre railes relucientes y dejan tras de si una estela de aire que ya ni tan siquiera adornan con una ligera y melancólica carbonilla.  


No recuerdo muy bien como comenzó la conversación. No tenía ganas de enredarme en una charla casual y sabía que si  aquella desconocida comenzaba a hablar, ya no podría detener en todo el viaje, siempre es así. Estaba cansada después de todo un día de ajetreo y lo que me apetecía era apoyar la cabeza, cerrar los ojos y no volverlos a abrir hasta llegar a mi destino. Con voz templada me pidió la hora, al minuto me preguntó de dónde era y si volvía a casa. Contesté un desganado sí y fue ahí donde, sin saber cómo, empezó su historia.


Los últimos cuarenta y cinco años había vivido cerca de Casablanca y ahora, cumplidos ya los sesenta y siete, viuda, sin hijos,  y con las ataduras de la edad madura, volvía a su ciudad natal. Pronunció aquel “volver a casa” con cierto abatimiento y buscó, entre la decena de cosas que había dejado sobre la mesa, una pitillera con la empezó a jugar, sin mirarla ni un solo momento.  Se hizo un silencio que dudé en romper, pero no hizo falta, un golpe de viento secó sacudió el ventanal, sacándola de su ensimismamiento. Continuó su relato. Su marido había muerto hacía apenas un par de años y la pena, aunque no había desaparecido, la vida seguía. Ahora, le quedaba un mundo en el recuerdo y un padre nonagenario que la llamaba a su vera antes de morir.


Me mostró la pitillera y con una ternura desmedida me la alcanzó medio abierta para que leyera una inscripción. La terminé de abrír con cuidado, en su interior, cuatro iniciales rodeadas de una cenefa delicada. Para mí no tenían significado alguno, sin embargo, sabía que estaba bordeando la intimidad no sólo de Isabel, sino la del antiguo propietario de aquel objeto. Las iniciales respondían a las de su madre y a las del hombre al que siempre amó, según me dijo. Durante más de diez minutos habló de aquella mujer que la había traído al mundo, de su vida apasionada, de la dificultad de vivir contra corriente y de su pérdida tan temprana, ella apenas la recordaba más que por algunas fotografías y cartas de juventud. Le pregunté por su padre. Algo se apagó en sus ojos y sus manos volvieron sobre la mesa. Su madre había vivido una historia de amor escandalosa y ella, que ahora era mayor que lo que su madre llegó a ser nunca, era el producto de aquel amor de juventud, desmedido y oculto. Nada extraño pensé. La vida está llena de relaciones así, de amores fugaces, intensos, de hijos que son hijos de otros, y así se lo dije. Sus ojos se volvieron profundos y su voz un quiebro. El amor de su vida, el de su madre, había sido el esposo amado de la mujer que ahora tenía sentada apenas a un metro de mí. Me resultaba difícil de creer, debió de verlo en mi cara, y continuó el relato mientras el cristal de la ventana, que tenía a su espalda, me devolvía el reflejo de los árboles que bordeaban las vías, convirtiéndolos en puntos imprecisos, volátiles y casi irreales. 


Su madre se había enamorado a los dieciocho años de un militar que andaba de paso por la ciudad, fueron los meses más intensos de su vida, según supo con los años. Al tiempo, aquel hombre marchó y ella, con una hija en el vientre de la que aún no sabía su existencia, no quiso esperar, decidió casarse con quien, desde siempre, la había pretendido. Fue su manera de matar su amor. El pasado quedó enterrado bajo toneladas de minutos, quebraderos de cabeza y nunca más se supo. 


Con los años, Isabel, mi compañera de fortuna, terminó en Casablanca, trabajando en el Instituto Francés. Allí conoció a Alfonso, un hombre veinte años mayor que ella que le robó el sentido y le entregó la vida. Tras enviudar, casi cuarenta años después, entre los objetos de su esposo, aquella mujer que ahora hablaba como si lo hiciera por primera vez, encontró una caja llena de recuerdos, entre ellos una fotografía, escrita por el dorso. Aquel papel amarillento y desmembrado le devolvió la imagen de su madre y de un joven y sonriente Alfonso, enlazados por la cintura como sólo se cercan los enamorados. En la misma caja, unas cartas sin enviar, la pitillera con la que volvía a jugar mientras hablaba y el tormento de la sangre envuelto en un invisible celofán.


No podía dar crédito. Continuó hablando de escenarios, del amor puro, de lo mucho o poco aque vale la sangre que se transforma en un liquido elemento moralizante, de las sinergias vitales, de realidades desconocidas que pululan por el mundo y que, aunque acaben ocultándose bajo la hojarasca, se revuelven para que no se olviden. Nada importa salvo el amor, fue lo último que le oí decir, mientras guardaba en una enorme bolsa todo el atrezzo que había dejado sobre la mesilla desplegable. La vi bajar, perderse en una estación en mitad de la nada. Había llegado a su destino y a mí, aún me quedaba una hora de viaje.


Nunca sabré si lo que aquella mujer me contó era cierto o no, pero puedo asegurar que durante horas consiguió retener mi atención y consiguió, aquella absoluta desconocida, mantenerme pendiente de una vida que puede que, en realidad, inventara para mí.