"No te debo nada, no me debes nada. Las cosas vienen como viene,
y se van de la
misma manera que llegan".
Hace un día estupendo, el frío de los días pasados parece un mal sueño y la mañana se despierta templada, el mar en calma y tu aliento tibio promete la luna. Somos los primeros en llegar. Aparcamos cerca del paseo sin que tengamos que dar ni una sola vuelta, la fortuna a veces son cosas así. Diciembre no parece mes para improvisar un almuerzo cerca del mar, pero la extravagancia no entiende de días, ni de oportunidades adecuadas. Las olas llegan a la orilla sin apenas resuello, todo parece acompasarse con el ánimo sereno.
Sobre las rocas, alejados de
miradas curiosas, improvisamos un fortín. Del bolsillo de la pechera te asoma la
cazoleta de la pipa que parece apuntar a la bahía como la señal de un vigía siempre atento. Parpadeas intentando fintar
al sol, o quizá esquivar alguna idea inoportuna.
Coloco la mano sobre la frente como una improvisada visera. Miro al mar para despistar al ángel de silencio que se pasea por el rompeolas. Desde aquí, con un leve movimiento de la cabeza, puedo ver las dunas que aparecen nítidas como en un espejismo. Improvisas una canción que tarareas mientras abres una botella de vino del bierzo que me hace sonreír.
Nos recostamos esperando que
lleguen los demás. Charlamos. Mañana será mañana y no nos deberemos nada porque lo que se entrega con gusto nunca es una prenda.
Volveremos a empezar, será un nuevo día de diciembre.
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