domingo, 29 de noviembre de 2020

FICCIÓN

 


“Llevo un par de años que ojalá los pudiera devolver".

Una pistola en cada mano -Cesc Gay



Hay canciones que cuando llegan se quedan y se convierten en favoritas. Una especie de botiquín de mano pronta que igual curan, que desmantelan de arriba abajo. Canciones para las que no pasa el tiempo y que se mantienen aunque se vayan incorporando otras. Todas van sumando y pocas causan baja. La música, algo que no tengo claro si es un invento, un descubrimiento, es fundamental. Pocas cosas se explican sin "ese" ruido excepcional que va haciendo poso y que, aunque de ahí no pueda nacer una margarita, al final, termina por explicar cosas de uno mismo por mucho que las letras, los sonidos se encuentren a años luz de nosotros mismos. Por eso somos capaces de emocionarnos con canciones que no entendemos en absoluto, con sonidos que nos son extraños y difíciles de comprender. La música también define y el repertorio va envejeciendo a la vez que lo hace uno mismo. Busco entre las listas de reproducción de Spotify y ahora, suena “Are you the one” de Nick Cave.  Cierro los ojos en un gesto un tanto ridículo, aunque nadie lo ve, y me viene a la cabeza aquello de que la vida es eso que pasa mientras escuchas, en bucle, las mismas canciones de siempre. Un frase de chiste improvisado, absurda como medianamente cierta. Fuera sigue lloviendo. Existen instantes que se construyen sobre una ficción que se sostiene por el hilo de los acordes compartidos que desaparecen cuando se hace el silencio.


lunes, 23 de noviembre de 2020

DUDUÁ


-¿Cómo se llama la medicina que me has dado?
- Besos americanos.
- Pues dame otra cucharadita.

Some like it hot- Billy Wilder



Que la realidad siempre supera la ficción no es solo una frase hecha sino que es una verdad, tantas veces contrastada, que ya no hay nadie que lo dude. Pero esa realidad insuperable, como casi todo, va por barrios. En algunos, la vida es una balsa de aceite en la que encontrar algo que se salga de lo corriente y esperable, de la línea natural que marcan los acontecimiento, es francamente extraño. En otros, la vida siempre pende de un hilo y no tiene nada que ver con el carácter aventurero del sujeto, sino con lo perra que se ponga la vida a cada minuto que va pasando. Lo más sencillo se puede convertir en lo más rocambolesco, incluso cochambroso. Hay una película de Ricardo Darín, Relatos Salvajes, que trata sobre la ventura de perder el control y de que las situaciones más corrientes, llevadas al paroxismo de la locura cotidiana, te conviertan la vida en una escombrera. 

Puede que en estos momentos, entre el Covid, la economía y la política bronca que nos acompaña, estemos a punto de pegar un pedo y saltar por los aires sin necesidad de que nadie nos ponga un kilo de dinamita frente al parquímetro. No me cabe ninguna duda que la enfermedad y el estrés nos está matando ahora, como antes, cuando nos creíamos invulnerables, lo hacía el desamor, la gripe o una mala sesión de barranquismo. Necesitamos  cosas buenas, cosas bonitas, aunque suene muy cursi. Puede que por eso, después de cinco días con un dolor de cabeza espectacular, ayer me dedicara a rebuscar entre las carpetas y notas, aquellas que nunca fueron mías pero siempre envidié. El amor es algo muy loco, tanto como el deseo, el asco y la necesidad de convertirse en la cucharilla de otro. Vivimos los tiempos del covid, que no andan lejos de los del cólera y la rabia. Las ganas de meterse en la cama, subir la colcha hasta las orejas y olvidar por un momento que los virus tienen más potencia que un misil tierra aire, es casi tan necesario como navegar por los mundos de uno, pensando que el amor, aunque sea a trompicones, está la mar de bien.




miércoles, 11 de noviembre de 2020

MEJOR UNA DE NAT KING COLE

 

«Más que en ningún otro momento de la historia, la humanidad se halla en una encrucijada. Un camino conduce a la desesperación absoluta. El otro, a la extinción total. Quiera Dios que tengamos la sabiduría de elegir correctamente».

Woody Allen


Dicen los entendidos que el nivel de ansiedad acostumbra a ser el mismo dentro del ciclo vital de cada uno, aunque eso no quita que, en momentos puntuales y por cuestiones circunstanciales,  se eleve durante algún tiempo para, al poco, volver  a la normalidad de cada uno.  Hay gente de naturaleza ansiosa y otros, en cambio, pueden permanecer en modo zen sin que nada les produzca un especial malestar. Esos mismos expertos (calificativo del que ahora hay que huir como del fuego), señalan que el desencadenante del incremento de la ansiedad no tiene que ser, necesariamente, un hecho grave, ni siquiera importante. El barómetro interior de cada uno es distinto, y el resorte de esa angustia, que a veces uno ni siquiera sabe de dónde viene, puede ser de una gran insignificancia a los ojos de otro. Supongo que en algún lugar entre la minucia y la gravedad de lo que desencadena la ansiedad se encuentra la frontera del trastorno mental. No es difícil imaginarlo.

El ser humano es extraño dentro de su imperfecta perfección. La ansiedad, estos días, es la sopa que nos comemos a todas horas y no siempre es fácil de tragar. Zozobrar sin intentar caer e intentar mirar hacia delante, deseando que acabe este año, que parece que lo ha mirado un tuerto, acabe de una vez y desear, como si fuera un premio de la lotería,  que lo malo no nos traiga lo peor. Conviene hacer acopio de lo que a cada uno le temple el ánimo. Aliviar  la inquietud como se pueda y esperar, con cierta presencia de ánimo, para que alguien tire de la cadena y el boñigo que nos ha caído en este maldito año bisiesto, desparezca por la bajante. Entonces, como el que no quiere la cosa, puede que la ansiedad vuelva a ser algo soportable.




domingo, 8 de noviembre de 2020

TIC TOC


 


Entre todo este estorbo que nos ha tocado vivir, hay que rescatar todo aquello que nos saque de la indolencia.  Dejar de lado lo que ocupa, pero no llena, y amarrarse a la necesidad de no caer en el desdén. Manteniéndome en ese empeño, he encontrado un artículo que Isabel Coixet escribió a su hija para su veinte aniversario. Lo llamó “Feliz cumpleaños”.  Habla del emocionante momento en que llegó al mundo, sin llorar, con los ojos muy abiertos y como, de manera inmediata, puso sus brazos diminutos sobre su cuerpo y, en ese preciso instante, sintió su piel increíblemente suave y la invadió una emoción imposible recoger de ninguna manera. Leerlo así, desde la lejanía, no hace al momento menos impresionante. Todos tenemos algunos de esos instantes que, sin rebuscar, aparecen por la asociación de ideas, de imágenes, de olores y que tienen la capacidad de transformar la tosca realidad en un lugar distinto, aunque ese cambio, como un espejismo, dure tan solo unos minutos. La piel de un recién nacido huele a almendras dulces y su desaparición, innecesaria e indecente, huele a vacío.