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jueves, 3 de marzo de 2022

INSOMNIO 2.0

 



Una vez más el sueño desaparece de golpe y me deja perpleja ante la oscuridad de la noche. El silencio es absoluto. Me levanto para prepararme una taza de algo caliente. El suelo de la cocina está frío. Pongo la radio y bajo el volumen para no despertar a nadie. La guerra ha vuelto a Europa, aunque desde la distancia parece sencillo orillarla. El día a día se atropella y  fingir que todo sigue igual parece sencillo. Pero Ucrania está en guerra y las consecuencias son imprevisibles. Esta noche, mientras me pregunto por la desesperante costumbre de desvelarme poco después de las tres, el ejercito ruso bombardea cerca del Maidan. La vida de ayer tan corriente, la de hoy busca refugio bajo una estación de metro. La tercera guerra mundial pende de un hilo y de la mente criminal de Putin. El futuro puede acabar antes de llegar. Estoy descalza en la cocina y sé que las enfermedades siempre llegan por los pies.



lunes, 6 de diciembre de 2021

PROBABILIDAD

 


Intento imaginar qué dirías si supieras que llevo semanas sentándome frente a la pantalla del ordenador, abriendo un archivo que escribo para borrar cada frase que intento añadir. Escribir para borrar. Así, una vez, dos veces, quinientas veces. Me levanto de la silla y me pongo a hacer cualquier otra cosa que me distraiga la cabeza. Cuando la tarde me pesa, me voy a la calle y empiezo a caminar hasta que me canso. Y entonces dudo entre deshacer el camino o coger un taxi porque me duelen los pies y  porque justo en ese momento en el que no tengo papel, ni batería en el móvil para crear una nota, algo asoma  en la cabeza que creo que tiene sentido y que se perderá porque lo habré olvidado en cuanto cruce el portal. Y me cago en la tecnología y en la mala suerte de no tenerte cerca. Y al final, derrotada por la contrariedad que construyo con los pequeños fracasos que voy acumulando, vuelvo caminando, aunque me duelen los pies o precisamente por eso, porque de esa manera, concentrada en el dolor que me marca el paso, dejo de sentir como si el mundo nos hubiera dado la espalda y tú pelearas tu vida y yo la mía. Una batalla perdida de antemano aunque tuvo su gracia Puede que hoy vuelva a sentarme para, una vez más, no escribir nada. y dar mil vueltas a la idea del aire y la nada  y esperar, como el que espera un soplo de aire caliente en diciembre, que seas tu quien lo hagas sabiendo que, con toda probabilidad, tu pantalla, si aun existe, seguirá tan vacía como la mía.



martes, 19 de abril de 2016

CORRER TRAS EL AIRE


La idea de felicidad es inseparable de la de jardín.
E. Cioran



Algunos afirman que la primera despedida es siempre la más dolorosa, pero no estoy de acuerdo. Es posible que la primera sea la que más desconcierta, la que más descoloca. Solo eso. La aparente magnificencia del drama la marca la falta de experiencia, lo enorme que parece todo cuando no se tienen, porque aún no hay edad para ello, nada con lo que comparar lo que sucede. Pero son las venideras, las perdidas que van llegando con los años, las que nos van labrando el lado más gris, las aristas que cubrimos con la cotidianidad para que no se noten en exceso. Es el menoscabo que llega, como una visita molesta, sentándose en el sillón de tu casa sin que consigas que se marche. Y al final todo se acaba convirtiendo en una suerte de nostalgia que, a veces, impide respirar. Nada frena el ir y venir de los sucesos, de la gente que llega y se va. Y en medio de ese movimiento que no cesa nunca, miles de efectos que golpean la razón y el ánimo porque, contrariamente a lo que pueda parecer, los años no engendra un callo lo suficientemente duro que amortigüe los envites de la vida. Las perdidas jamás dejan de serlo, ni de ser sentidas, solo se van disfrazando. 
Recorremos la vida escondiendo debajo de nuestra propia alfombra sus sinsabores, las desapariciones, las perdidas que nos duelen, y así vamos pasando los días, poniendo la mejor cara que la vida, mal que bien, nos va dejando. 


viernes, 26 de junio de 2015

PERPLEJA



Ciencia sin seso, locura doble.
Baltasar Gracian


En algunas ocasiones me deja perpleja la cantidad de conocimientos de algunos. Una reunión cualquiera y cientos de comentarios traídos al pelo sobre lo que sea. Da igual que la tertulia verse sobre la capacitad de flotación de un submarino de la segunda guerra mundial, que del maridaje de algunas uvas para la elaboración de excelentes caldos, que de la últimas novedades en la física cuántica. Todos sabemos de todo, y el que no pues se lo inventa y no pasa nada. El rigor es algo que ya no se estila. Y no seré yo quien diga que no he pecado de meter la pata por un exceso de laxitud de lengua, incluso de mano. Las pruebas existen, no reniego de ellas, por eso mismo a veces me dejo perpleja.



domingo, 24 de mayo de 2015

ISRAELITAS




«Cuando terminó hizo un rollo con sus papeles y los introdujo en el tubo neumático. 
Habían pasado ocho minutos. Se ajustó las gafas sobre la nariz, suspiró 
y se acercó el otro montón de hojas que había de examinar.
Encima estaba el papelito doblado. Lo desdobló; en el había escritas estas palabras
con letra impersonal: Te quiero.»

George Orwell



He pasado buena parte del día corrigiendo y volviendo a corregir parte de los capítulos de un trabajo en el que participo. Al mediodía, un descanso y, después de comer, vuelta a empezar. Puedo contar no menos de cinco borradores y aunque ninguno me satisface del todo, el tiempo apremia y no puedo seguir demorando más la entrega. He intentado hablar con él, pero nunca está cuando le busco. Su teléfono está apagado y dejarle mensajes no sirve de nada, jamás los escucha. Pero necesidad apremia y como una acosadora sin igual, insisto una y otra vez, hasta que mi móvil saca humo y el suyo también.

Consigo que me dedique parte de la tarde y aunque me mata la impaciencia, hemos discutido durante un buen rato sobre las bondades del café. Desde que lo sustituyó por el rooibos, su descreimiento sobre las gracias de nuestro antaño común brebaje no hace más que aumentar por días. Lee mis notas, mueve la cabeza y bosteza. Nunca se ha molestado por esconder lo que le aburre y en este caso, está claro que lo que ahora tiene ante sus ojos le parece un fastidio. Recoge los papeles, los coloca en el portafolio de plástico y lo empuja con cuidado hacia mí. Habla del tiempo, de la necesidad de que poden a conciencia todos los plátanos de esta ciudad que terminarán por matar a alguien con ese polen y esos troncos envenenados. Esa es una gran verdad. Sólo cuando le pregunto directamente con un desesperado “pero, ¿piensas decírmelo ya?”, se rasca la barbilla y con un “vuelve a empezar” se queda más ancho que largo. Me quedan veinticuatro horas y algo habrá que hacer, y ese algo es “volver a empezar”.

De camino a casa maldigo mi sombra, el portátil, la falta de tiempo, la espesura que me tiene agobiada desde el viernes pasado y la sinceridad de algunos, aunque sé que esto último es lo mejor que le puede pasar a cualquiera. La verdad escuece pero no mata.

Paso por delante de dos colegios electorales, en la puerta gente haciendo cola, interventores pelando la pava entre ellos, y periodistas persiguiendo sus "israelitas". Entro en un colmado y me abastezco. Compro una botella de cola, litro y medio; una revista de viajes y una barra de pan. Los domingos siempre han sido raros y éste, apretado por las premuras de las obligaciones, no iba a ser menos. Ahora faltan los resultados electorales, que mis dos capítulos ganen decencia, que la cola se desbrave y que me sepa presente.





viernes, 29 de noviembre de 2013

LAS FORMAS Y LA CONTENCIÓN

 

Los procedimientos, al igual que las formas, sirven para muchas cosas, entre otras para saber donde está cada uno en cada momento, y como debe seguir caminando sin darse de bruces con lo que se va encontrando por el camino, aún cuando sea algo inesperado. 
Con las formas, como digo, pasa lo mismo, algunos las consideran encorsetadas, poco naturales e incluso demasiado ñoñas en la sociedad de la velocidad y del tuteo continuado en la que vivimos. Pero yo, de natural jovial, necesito las formas y me siento muy cómoda cuando mi interlocutor las mantiene de la manera más normal del mundo. Lo anterior no está reñido, en absoluto, con ser afable, comunicativo, auténtico e incluso muy cordial pero, la existencia de las formas marca, sin ser necesario que lo hagamos evidente y expreso, hasta donde puede uno llegar con los excesos de confianza y en el trato con el que tiene enfrente. 
Cuando he sucumbido a los “cantos de sirenas” que emiten los que no creen en las formas, que en realidad son unos auténticos malecuados por muy de "seda" que se vistan y se intenten embadurnar de la pátina de la intelectualidad, mis relaciones personales se convierten en un desastre. Soy de natural facilón y es posible que me pierda ante la falta de coordenadas que los cánticos mal llevados me provocan. Por eso necesito las formas, porque me gustan, porque muestran distancia y respeto frente al que tienes delante y porque, en mi caso, me sujetan cuando yo sola tiendo a desbocarme equivocadamente. No se trata de vivir encorsetado, pero tampoco de lanzarse a trivializar nuestros modos y costumbres con el que primero pica a nuestra puerta. Esto, que a mí me parece tan evidente, no es fácil de hacer comprender para algunas personas que identifican el mantenimiento de las distancias prudenciales con un ataque de “bordería”, incluso de soberbia, del que sólo quiere que no se le abalancen en su vida. 

Y es que hoy en día, las cosas van demasiado rápido y se circula por la banda ancha de la verdadera mala educación y de la falta de modos. Sólo hay que sentarse en un restaurante y observar,subir a un autobús y esperar para ver lo que ocurre entre los distintos pasajeros, escuchar una conversación en una peluquería, par comprender lo necesario que es mantener las formas y los buenos modos.
En nuestra vida,en la del día a día, en nuestras relaciones con los demás, ocurre lo mismo. No termino de entender que la gente entre en un sitio y no de los buenos días, no entiendo que cuando salgan de ese mismo lugar no se despida. No entiendo a los que no miran a los camareros mientras piden lo que van a comer; no entiendo a los que se alejan pegando portazos; no entiendo a los que acuden invitados a una casa ajena y no son capaces de llamar posteriormente para agradecer la velada que le han dedicado; no entiendo a los que sistemáticamente llegan tarde haciendo esperar a otro, no entiendo a los que no se disculpan cuando se equivocan, no entiendo a los que no son capaces de agradecer la preocupación que por ellos se muestra, no entiendo a los que se empeñan en hablar a un volumen inapropiado por su móvil sólo para que los demás escuchemos lo interesante que es su vida, no entiendo a los que se empeñan en tutearme y llamarme por mi nombre cuando no creo haber ido a cenar con ellos ni una sola vez. En definitiva yo ya no entiendo nada. 

Las formas son esenciales, y el aprendizaje de las mismas debería ser tan obligatorio en las escuelas como aprender que no siempre, ni siquiera en matemáticas, dos más dos son cuatro. Y debería ser obligatorio también el aprendizaje temprano de la contención. A esto último debería apuntarme yo misma antes de que termine el día y olvide hacerlo, pues ya va por dos veces, en poco tiempo, que me asedia el descontrol por no guardar las distancias, lo que me ha llevado al lio psicalíptico en el que ahora vivo.


domingo, 28 de julio de 2013

EL AROMA DE NARCISO NO ES PARA EL VERANO


Después de la curva apareció la verja, negra, imponente, tal como Carlos se la había descrito. Cambió la marcha y dejó caer la mano sobre la rodilla. No debes preocuparte –le dijo- son amigos, no tienes nada de qué preocuparte. Había pasado un mal día, no le gustaban las sorpresas, ni las presentaciones que no llevaban a nada, pero se había comprometido consigo misma, incluso con él, sin que él lo supiera, a dar una vuelta a una historia que parecía casi muerta.
Los niños ya no estaban en casa. El trabajo empezó siendo una obligación y terminó siendo la excusa para todo. Así estaban las cosas. Habían dejado de verse, habían dejado de hablarse, de preguntarse y las conversaciones se habían acomodado a las trivialidades domésticas, en las noticias que veían mientras cenaban, poco más. Aparentemente todo bien, pero las apariencias mienten casi siempre y lo sabía. Había decidido darse una nueva oportunidad, a ella, a él, aunque él no lo supiera.

Al cruzar el umbral, unos brazos la rodearon y sintió el empalagoso roce de unos labios en su mejilla mientras se presentaba sin esperar a cerrar la puerta.
Pasaron a la terraza, el resto de invitados apuraban lo que parecía no ser la primera copa. Sintió un ligero mareo, como si todas las copas que los demás llevaban encima se hubieran deslizado hasta sus venas y ahora empaparan su cabeza. Puede que fuera la pesadez en el ambiente, o quizá sólo fuera cosa del verano.

Durante la cena no se vio una sola copa vacía. La sobremesa se alargó una eternidad y cuando las antorchas ya sólo devolvía sombras, ocuparon las butacas y las fueron reclinando poco a poco al fluir de una conversación banal. La brisa del mar, el vino y  el murmullo de las olas los llevó, uno tras otros, a adormecerse frente al mar.

Al despertar no sabía cuánto hacía que se había dormido. Le buscó con la vista y no le vio. Pensó que quizá hubiera entrado en la casa huyendo del bochorno, o ¿quizá no se encontrara bien? –se dijo-. La casa permanecía a oscuras, salvo la tímida luz que se escapaba de una puerta entreabierta.
Camino por el corredor. Sentada en el borde de la cama, sujetándose al cabezal, una espalda desnuda; y entre las piernas su cabeza descansa besándole los muslos.


Salió a la terraza de nuevo, sin prisa. Se tumbó, y esperó que la brisa arrastrara el perturbador aroma de aquella espalda desnuda y supo, por fin, que las cadenas habían quedado en un cabezal a unos cuantos metros de su espalda.

lunes, 30 de julio de 2012

COSAS ABSURDAS (I)

 

En las últimas semanas, día sí y día también, revuelvo los armarios buscando unas gafas que perdí hace ya algún tiempo. Unas gafas estupendas que me sentaban tremendamente bien y que un día, de la noche a la mañana, desaparecieron dejándome colgada de la desazón que me produce saber que en casa existe un agujero negro por el que se cuelan las cosas más inverosímiles, desde las más intrascendente, a las más valiosas. De todas ellas son dos las que me obsesionan. Una, las gafas; la otra, innombrable, espero que sólo ande escondida, jugando al ratón y al gato para cuando menos lo espere aparecer de nuevo y que mi vanidad crezca unos cuantos enteros antes de que me muera.

Las noches se han transformado en un trasiego de objetos inanimados que parecen burlarse silenciosamente de esta obsesión por encontrar un par de gafas trasnochadas. Pero no puedo evitarlo, o no quiero hacerlo.

Vacío el cajón de la ropa interior y entre el ingente algodón, el tacto de la seda me consuela pensando que el otoño volverá. Miro entre las bufandas, en los bolsillos de las chaquetas de invierno y las manos, acaloradas por un julio estúpido, alcanzan la temperatura de la fusión del plomo. Y sigo buscando en la bolsa de las medias, bajo el canapé, en los bolsos que cuelgan detrás de la puerta, en el carrito del baño, entre los esmaltes de las uñas, sin suerte.

Y en este peregrinar entre objetos cotidianos al final lo que menos importa es si las gafas, que sustituí la misma semana que aquellas otras desaparecieron, aparecen o no porque lo que busco en realidad es ese momento que yo perdí creyendo estar donde debía y que otro utilizó para desvanecerse y convertirse en humo.

No pierdo la esperanza, seguro que andan por aquí, es cuestión de paciencia, seguir buscando y sé que cuando las encuentre lo veré todo más claro, hasta lo de ese tiempo perdido.


Angus & Julia Stone - All of me

lunes, 18 de junio de 2012

HACHAZOS


Le doy un mordisco a la manzana y la vuelvo a dejar sobre la mesa procurando que no mache los dos últimos folios que me quedan en casa. A veces, creo que mi mesa la gobierna un formidable agujero negro que engulle toneladas de papel y algunas de mis notas, dejando, para mi propia desesperación, las ilegibles, las escritas con el trazo rápido que no servirán absolutamente para nada más que para amontonarse unas junto a otras y favorecer la gula del abismo que habita este estudio.

Alguien me dijo una vez que la mejor manera de entender un problema es diseccionarlo. Vuelvo a la manzana, una fruta que detesto, y dibujo un pentagrama y una clave de sol. Me pregunto por la necesidad de colocarse en un bucle del que conozco el principio y el final.

Una gota de jugo se desliza por la muñeca hasta desprenderse y convertir su nombre en un borrón. No hago esfuerzo alguno para evitar el desastre y el líquido se propaga como un virus devorando cualquier grafismo.

Sigo mordisqueando hasta llegar al corazón, pensando en lo poco me gustan las manzanas, en lo insípido de su sabor, en la ausencia de aroma y en el estúpido matahambres en que las hemos convertido. Llegará el día en el que en esta casa no entre ni una más, pero mientras eso no pase, y las notas indescifrables se acumulen en la esquina de esta mesa de cristal, será mejor creer que no existe, continuar dibujando pentagramas como sólo una analfabeta musical puede hacerlo, y viviendo a través del papel que no desaparece.
 
"Un libro debería ser como un hacha ante el mar congelado que tenemos dentro".  
F. Kafka

sábado, 18 de febrero de 2012

INDOLENTIA


Andamos de descanso. La actividad cerebral bajo mínimos, sólo la imprescindible. Es difícil escribir nada así. Porque, junto a esa casi nula actividad, hay una terrible indolencia. Sí.  Vencerla es difícil cuando la fuerza de voluntad es tan escasa como la mía.  Me refugio en la agenda. Estos días las entradas y salidas dependen de los horarios de Dalhman, todo se coloca en fracciones de no más de tres horas, las mismas que pasan entre toma y toma.

Bajar al centro a comprar la prensa, un café apresurado mientras miro el reloj. Hace menos frio que ayer, y menos que anteayer, pero las motocicletas son para el verano. Vuelta a casa, tres horas de nuevo, las suficientes para que todo huela a bizcocho, para que Billie Holiday ponga la banda sonora y me pierda un rato de la mano de “El último encuentro” de Márai. Y vuelta a empezar, paréntesis para comer y que se llene la casa en busca de café y libros. Y de nuevo, otro paréntesis que da tiempo para perderlo en una sesión de cine de tarde. A veces me sorprendo de los bodrios que soy capaz de ver.

 Sin perder tiempo, toca empezar de nuevo y ahora, estamos en el último paréntesis y aprovecho para calentar la tetera, colocar un par de terrones de azúcar que mordisqueo mientras busco una cuchara y una servilleta de papel y anoto dos ideas tontas que deben pesar como el plomo porque terminan esparcidas sobre el mármol, expulsadas del cordón que sujetaba las cuatro hojas muertas de la intendencia, en las que he dejado el rastro de un día medianamente absurdo.

No ha pasado nada extraordinario, ni pasará. Un sábado como el anterior, como el que llegará la próxima semana. Un sábado, extraordinariamente normal, con los paréntesis de Dalhman y la idea equivocada de que el mundo es una línea recta cuyo horizonte es un precipicio a la nada.

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"Porque la amistad no es un estado de ánimo ideal.  La amistad es una ley humana muy severa.  En la antigüedad, era la ley más importante, y en ella se basaba todo el sistema jurídico de las grandes civilizaciones.  Más allá de las pasiones, los egoísmos, esta ley, la ley de la amistad, prevalecía en el corazón de los hombres.  Era más poderosa que la pasión que une a hombres y a mujeres con fuerza desesperada; la amistad no podía conducir al desengaño, porque en la amistad no se desea nada del otro; se puede matar a un amigo, pero la amistad nacida entre dos personas en la infancia no la puede matar ni siquiera la muerte, puesto que su recuerdo permanece en la conciencia de los hombres, como permanece el recuerdo de una hazaña, en el sentido fatal y silencioso de la palabra, donde no resuenan ni sables ni espadas: una hazaña, como cualquier otra actitud desinteresada".


Angus & Julia Stone - Black Crow

domingo, 22 de enero de 2012

MIENTRAS DUERME EL SUEÑO DE LOS JUSTOS


Por un momento, mientras insertaba en el puerto del ordenador el cable del disco extraíble, que se suicidó hace unos meses, he sentido el cosquilleo de la esperanza. No sé qué es lo que me ha hecho creer que un tiempo de barbecho en la estantería le resucitaría cual Lázaro, y de modo milagroso, volvería  de la aparente muerte súbita que le supuso la precipitación al vacio hace ya algún tiempo.

Han sido unos minutos de contenida expectación y, a la vista está, que no ha habida vuelta desde el más allá de los discos duros muertos. Sin embargo, sé que aún camina hacia su “luz blanca” porque, cuando lo conecto, gruñe débilmente y aún expira el aire caliente que le orea las entrañas.

Pero sigue en un coma profundo. Dentro, más de dos mil fotografías, algunas de principios del siglo XX, otras bastante más recientes, algunas cartas y el borrador de dos libros de relatos que duermen, como si de Blancanieves se tratara, el sueño de los justos.

En un intento desesperado por devolverlo a la vida, por extraer su esencia y conservarla conmigo, lo destriparon manos cuidadosas que certificaron su muerte. Pero soy difícil de convencer cuando quiero conservar junto a mí las cosas que quiero, aunque sean odiosas.

Desconecto el cable con cuidado, lo envuelvo alrededor el disco, lo guardo en la caja y lo devuelvo a esa especie de urna acristalada que debe conservarle en estado aparentemente inmortal durante algún tiempo más. 

La agitación con la que comencé la mañana se ha ido apagando poco a poco y ahora, después de comprobar que no es sencillo recuperar a los muertos, me  dispongo a esperar sin prisa. Forzosamente llegarán tiempos en los que la ciencia avance y pueda recuperar los gigas de vida que se contienen en algo tan muerto como un disco duro y entonces, de nuevo, vuelva al estante en busca de un tesoro que iba camino de la luz y no llegó nunca.