Intento imaginar qué dirías si supieras que llevo semanas sentándome frente a la pantalla del ordenador, abriendo un archivo que escribo para borrar cada frase que intento añadir. Escribir para borrar. Así, una vez, dos veces, quinientas veces. Me levanto de la silla y me pongo a hacer cualquier otra cosa que me distraiga la cabeza. Cuando la tarde me pesa, me voy a la calle y empiezo a caminar hasta que me canso. Y entonces dudo entre deshacer el camino o coger un taxi porque me duelen los pies y porque justo en ese momento en el que no tengo papel, ni batería en el móvil para crear una nota, algo asoma en la cabeza que creo que tiene sentido y que se perderá porque lo habré olvidado en cuanto cruce el portal. Y me cago en la tecnología y en la mala suerte de no tenerte cerca. Y al final, derrotada por la contrariedad que construyo con los pequeños fracasos que voy acumulando, vuelvo caminando, aunque me duelen los pies o precisamente por eso, porque de esa manera, concentrada en el dolor que me marca el paso, dejo de sentir como si el mundo nos hubiera dado la espalda y tú pelearas tu vida y yo la mía. Una batalla perdida de antemano aunque tuvo su gracia Puede que hoy vuelva a sentarme para, una vez más, no escribir nada. y dar mil vueltas a la idea del aire y la nada y esperar, como el que espera un soplo de aire caliente en diciembre, que seas tu quien lo hagas sabiendo que, con toda probabilidad, tu pantalla, si aun existe, seguirá tan vacía como la mía.
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