Por un momento, mientras insertaba en el puerto del ordenador el cable del disco extraíble, que se suicidó hace unos meses, he sentido el cosquilleo de la esperanza. No sé qué es lo que me ha hecho creer que un tiempo de barbecho en la estantería le resucitaría cual Lázaro, y de modo milagroso, volvería de la aparente muerte súbita que le supuso la precipitación al vacio hace ya algún tiempo.
Han sido unos minutos de contenida expectación y, a la vista está, que no ha habida vuelta desde el más allá de los discos duros muertos. Sin embargo, sé que aún camina hacia su “luz blanca” porque, cuando lo conecto, gruñe débilmente y aún expira el aire caliente que le orea las entrañas.
Pero sigue en un coma profundo. Dentro, más de dos mil fotografías, algunas de principios del siglo XX, otras bastante más recientes, algunas cartas y el borrador de dos libros de relatos que duermen, como si de Blancanieves se tratara, el sueño de los justos.
En un intento desesperado por devolverlo a la vida, por extraer su esencia y conservarla conmigo, lo destriparon manos cuidadosas que certificaron su muerte. Pero soy difícil de convencer cuando quiero conservar junto a mí las cosas que quiero, aunque sean odiosas.
Desconecto el cable con cuidado, lo envuelvo alrededor el disco, lo guardo en la caja y lo devuelvo a esa especie de urna acristalada que debe conservarle en estado aparentemente inmortal durante algún tiempo más.
La agitación con la que comencé la mañana se ha ido apagando poco a poco y ahora, después de comprobar que no es sencillo recuperar a los muertos, me dispongo a esperar sin prisa. Forzosamente llegarán tiempos en los que la ciencia avance y pueda recuperar los gigas de vida que se contienen en algo tan muerto como un disco duro y entonces, de nuevo, vuelva al estante en busca de un tesoro que iba camino de la luz y no llegó nunca.
Carlos apareció en el blog de Anita una de las mañanas tibia más tibias de un invierno templado, creo recordar que fue a mediados de enero de 2012.
ResponderEliminarBienvenido Carlos :)
ResponderEliminarVaya, el tibia de más le quita mucho encanto al comentario. En fin, malditos errores, espero que sea la intención lo que cuente. Sigo.
ResponderEliminarEn la foto que acompañaba a la entrada de aquel día, se veían los lomos de algunos de los libros de Anita. Carlos pudo distinguir “Adios al orden”, un libro de Rafael Herrera. Al lado sólo se podía distinguir el inicio de una palabra Cassa y el logotipo de la editorial. Carlos dedicó el resto del día a intentar identificar aquel libro.
ResponderEliminarEfectivamente ese libro es el de Rafael Herrera. EL otro, le dejo un poco más de tiempo pero si ve que no sale del embrollo, dígalo, no tengo inconveniente en decirle cual es.
ResponderEliminarNo se preocupe, el "tibia" no le quita ningún encanto. Siga.
Pues no salgo. Supongo que Cassa será el inicio de Cassandra, la diosa griega, no?
ResponderEliminarEs un libro que Daniel Cassany, "Describir el escribir".
ResponderEliminarCon razón lo no encontraba. Gracias Anita.
ResponderEliminarTambién puedes confiar en la religión, pero creo que haces bien creyendo en la ciencia, algún día lo conseguirán.
ResponderEliminarPara los que somos de letras, la ciencia es tan misteriosa como el milagro de los "panes y los peces" yo, por ahora, confiaré en eso, en que la cienca avance.
ResponderEliminarBueno verte por aquí, otra vez.
:)
Anita, es posible que esté tan muerto que ni el paso del tiempo sea capaz de devolvértelo, pero también es posible que espere junto a ti el día en que la ciencia le muestre el camino. Por si acaso hablale de vez en cuando
ResponderEliminarLo haré Ximo. Ahora, de vez, en cuando, cuando lo miro, juro en arameo y mi mala estampa :)
ResponderEliminarCuando era joven no se me resistían los discos duros muertos.
ResponderEliminarNi a mí Kenit, ni a mí :)))
ResponderEliminar