"¿Qué puedo decirte de los seres humanos? me sorprenden tanto por sus buenas
cualidades como por las malas. Son extraordinariamente diferentes,
aunque todos conocen un idéntico destino. Imagínate a un grupo de gente
bajo un temporal: la mayoría se afanará por guarecerse de la lluvia,
pero eso no significa que todos sean iguales. Incluso en esa tesitura
cada cual se protege de la lluvia a su manera".
Una
bandada de gansos sigue el curso del Danubio que se arrastra entre unas
corrientes vertiginosas, casi invisibles. Pongo mi mano a modo de visera para
evitar que la lluvia emborrone el espectáculo de estos pájaros formando una uve
casi perfecta que buscan una salida al mar. Les sigo hasta que los pierdo de vista.
El día
se ha levantado sombrío, como corresponde al mes de diciembre. La lluvia azota
los cristales de este café desde el que intento escribir unas cuantas notas
sobre los “agujeros negros” en las relaciones personales, pero me siento
incapaz de hacerlo en este ordenador prestado, con el cielo que ha adoptado una
tonalidad verdosa y la estrepitosa humedad que lo envuelve todo. Empiezo hasta
cuatro veces, todas ellas de un modo distinto, todas ellas igual de absurdas. Y al final, mientras bebo un vaso
de vino caliente que reconforta, pero que a buen seguro me provocará un fuerte
ardor de estómago, la idea queda apuntalada y a medias, a la espera de que con
el ánimo menos apagado algo de claridad se presente y explique la perplejidad que por sí misma me provoca.
Para
las cuestiones tangibles casi siempre tenemos una explicación que se basa en un
cúmulo de reglas de la física y de la química a las que los científicamente
analfabetos nos sometemos dócilmente, resguardados por la fe ciega de las
“verdades” que otros acordaron como principios universales. Sin embargo, ¿Qué
ocurre con aquello que no se puede ver? ¿Con aquello que se escapa de lo
material y vaga por ahí sin circunscribirse a ninguna regla de la lógica, de la
física o de la química?
Desde
el río, una brisa fría se abre paso y hace ondear las banderas y estandartes
que engalanan la ciudad. Es la misma brisa que obliga a arrebujarse dentro del
abrigo y a caminar de un modo humilde, casi sumiso, con la vista clavada en el
empedrado húmedo y destartalado para poder seguir adelante, caminando y buscando el modo en el que
expresar que en el universo hay cientos de agujeros negros destinados a
centrifugar de un modo colosal las inconclusas relaciones personales, las complejas
reacciones humanas. Agujeros que giran de un modo magnánimo para que se vaya
desvaneciendo, cada día un poco más, la extraña sensación de no controlar
absolutamente nada. No obstante, la fuerza que emana de todo lo inmaterial, de
lo emocional, no desaparece nunca aunque se transforme y, al final, concentrada
en algún lugar del universo indestructible, acabará convertida en polvo que nos volverá a cubrir de nuevo y nos devolverá, aunque de un modo quedo, sosegado, la misma pregunta, la única que siempre ha preocupado al ser humano: ¿Por qué?
¿científicamente analfabetos? . No es posible. Como si diGEras, escribir sobre las nubes, o eso
ResponderEliminarMuy analfabeta.
EliminarUn maravilloso retrato en blanco y negro. Un magnífico agujero brillante para verse cada cual a sí misma. Estupendo.
ResponderEliminar(Me sentía Jesica Lange en "La caja de música")
Muchas gracias Nené :)
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