jueves, 11 de diciembre de 2014

BEJÁRAT


Con tu belleza matadora, cien veces bella, más y más, tú siempre, 
siempre, a todas horas, de frialdad fundida estás.


Al aterrizar sabía que lo primero que debía hacer era cubrirme las orejas y destapar muy bien los oídos. Nada que perderse aunque sea muy poco lo que se comprende. El lenguaje universal de los signos, las sonrisas a tiempo que desarman las muecas del que no sabe que una buena risa alivia mucho, y cuatro cosas más, sirven para, entre otras muchas, andar varios grados bajo cero sin abrirse la crisma, asistir a una tertulia operística improvisada en un café en el que bien podría encontrarse el fantasma de Boris Pasternak, para sentarse en un escañó parlamentario y levantar el trasero muy rápido no vaya a ser que las cosas aquí sean como en casa y se nos pegue algo raro, para endilgarse algún que otro vaso de pálinka sin desmayarse; y constatar que la distancia no es el olvido, que las desgracias del mundo siempre provienen del mismo sitio, que sin dos nunca hay tres y que eso también vale para ti. Sigo con los oídos bien abiertos, los ojos un tanto entornados por aquello de que la niebla, como el humo, a veces nos ciega, esperando una tormenta que se sobrelleva como se puede a base de frotarse las manos y olvidar que las tardes no existen.




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