George se dio cuenta de que Ruth estaba pensando en eso, pero no se atrevía a confiar en su criterio. Se alteró y se puso colorado, y Ruth le puso la mano en el brazo.
ANITA BROOKNER, Un debut en la vida
Me lanzó una especie de maldición gitana que yo no escuché,
pero las malas lenguas que por entonces nos unían me ofrecían día tras día la
última versión que entre ellos circulaba. Parar el carrusel de maledicencias no
fue tarea menor, tener preparada la permanente respuesta de “no me interesa”,
fue algo así como un mantra que tuve que repetir en muchas ocasiones. Por aquellos
días a menudo pensaba en si alguien tan insignificante como yo (y como el
otro), podía recibir tal alud de insultos, halagos y preguntas interesadas, qué no sería de
aquellos que por una razón u otra tenían una relevancia que yo no he tenido
jamás. Hay gente que lleva mal el perder un mínimo de atención y protagonismo, y algo de todo
eso hubo en el giro que tuvo todo aquello. Y aunque, en realidad, era yo la
expulsada de la casa del Gran Hermano, el hecho de que no hiciera comentario
alguno, que no rabiara por lo que otro habría considerado una injusticia y me
dedicara a sacar adelante lo mío, que bastante tenía, incrementó las dosis de
agresividad indirecta que lanzaba contra mi persona. Con el tiempo, bastantes meses, aquel
tsunami de noticias desconcertantes, que evitaba como podía, fue difuminándose
hasta desaparecer. Este viernes me
encontré a una persona conocida de aquellos tiempos y, en los pocos minutos
que da un encuentro casual, nos pusimos al corriente de nuestra vida, nuestras
familias, nuestros actuales trabajos y sobre las aficiones que habíamos
compartido. Hacia al final, me preguntó si sabía qué había sido de Menganito, al que también había perdido la pista,
le dije que lo ignoraba. Esa es la verdad, no hay otra. Despareció como lo
hacen las volutas de humo, dejando el
leve aroma del tabaco que primero se extraña pero que luego se vuelve rancio y que el tiempo termina por borrar. Volviendo a casa, recordé algunas de las cosas que entonces ocurrieron, las verdades dichas a
medias, las mentiras esbozadas con apariencia de realidad, la sensación de injusticia, y la impresión de
que todo aquello, con el terremoto que supuso, en realidad no existió. Como tampoco debió existir
la maldición gitana que todos mentaban porque, a día de hoy, aún como, conozco y no le guardo ningún
rencor en mi inmensa irrelevancia.
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