A estas alturas del partido, el tema
nacionalista, independentista, separatista, federalista, unionista y todos los
–istas que vengo oyendo a mi alrededor durante las últimas semanas empiezan a
cansar en sobremanera. Es agotador
levantarse todos los días con las proclamas que unos y otros se lanzan mientras
el ciudadano de a pie intenta sobrevivir a una crisis que nos engulle a pasos agigantados.
Nos marean con discursos tendenciosos, unos y
otros, hasta el punto de que la radicalización de las posturas se convierte en un
modo, que roza lo enfermizo, para poder levantar cabeza.
Se malmete en la vida diaria, se reinventa la
historia en un sentido y en otro sin ningún rubor. Olvidamos la posibilidad del
reconocimiento de las diferencias dentro de una misma casa, lo mismo que ocurre
en todas las “familias” (a la mía propia me remito, nunca unos hermanos fueron tan
distintos entre ellos).
Estudié en lengua castellana toda mi educación
básica y las clases de catalán siempre estuvieron presentes, aprendí la
geografía española de cabo a rabo (sé donde nace el Ebro, donde desemboca, los
afluentes del Duero, el sistema montañoso de la península), al igual que la
catalana (conocíamos la comarca de La Garrotxa, los afluentes del Noguera Pallaresa y la capital del arte románico pirenaico. Aprendí a leer con Gonzalo de Berceo, con Josep Pla, con Mercé
Rodoreda, con Juan Ramón Jiménez, con Pérez Galdós, con Baltasar Porcel, con
Montserrat Roig y disfrutábamos, en un recreo segregado por sexos, de las
“Inquietudes de Shanti Andía”. En el bachillerato, opté por letras puras: griego,
latín, literatura castellana y literatura catalana. No hubo ningún problema
jamás, nunca fueron incompatibles, simplemente complementarias.
Nunca sentí ningún tipo de discriminación ni
en Barcelona, ni en Madrid, ni en ningún otro lugar en el que por la razón que
sea he tenido que instalarme. Nunca he tenido problema alguno por ser
catalanoparlante desde mi más tierna infancia. Creo dominar las dos lenguas
con cierta soltura. El bilingüismo es mi medio. En una misma mesa puedo
dirigirme a quien tengo sentado a mi derecha en castellano, y hacerlo en
catalán con quien se sienta a mi izquierda, y esta situación, aquí, donde yo
vivo, es lo habitual.
Con el tiempo, mientras compaginaba mis
estudios universitarios con los trabajos menos cualificados que uno pueda
pensar, empecé a simultanear estudios en ciencias políticas e historia. Las
clases eran en catalán y en castellano, indistintamente, y comprendí, leyendo
sin prejuicios, de un lado y de otro, cual es mi realidad histórica.
La situación artificial que vivimos, creada
por unos intereses que nada tienen que ver con la identidad de nada, ni de
nadie, además de alienante, empieza a provocar una fractura social nunca vista
con anterioridad y empieza a no poder hablarse de determinadas cosas sin que alguien, despectivamente, te tache de esto o de lo otro.
Y al final, una parte de la sociedad catalana,
se siente como aquel niño al que le preguntan si quiere más a papá o a mamá, y
el crío, con cierto temor, contesta que los quiere a los dos por igual. Por
eso, estos días, mientras ambos tiran de nuestros brazos,
hacia un lado y otro, sin pensar que terminarán descoyuntándonos, no puedo, ni
quiero, olvidar quien soy, de dónde provengo, ni hacia donde voy, sin olvidar,
tampoco, que son los intereses creados, que se ocultan a base de las burradas
que unos y otros sueltan, los que nos dejan y nos dejarán a los pies de los
caballos.
Y en esta tesitura, de la globalización ni
hablamos, claro.
Charlie Haden -
Sí.
ResponderEliminarUn abrazo.
Maravilloso su relato. Es la vida misma. Un abrazo
ResponderEliminarlástima de radicalismos, en un sentido y otro. yo haría la consulta ya, de una vez, en cataluña y país vasco, no entiendo tanto obstáculo, y si es que sí perfecto, sin problema, tampoco iba a cambiar mucho la situación, creo yo, a nivel ciudadano, y si es que no perfecto también, con el argumento incontestable de la voluntad popular. habla, pueblo, habla!
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