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jueves, 27 de diciembre de 2018

EL ELEVADOR


“No quiero que la gente sea muy agradable, pues así me ahorran la molestia de que me tengan que gustar demasiado”.
Jane Austen





Coincidimos en el ascensor. No hay otro lugar más anodino,incomodo e impersonal para encontrarse a alguien. Pero estábamos allí, en dos metros cuadrados con unos cinco años más a la espalda. Pulsó la tecla del ático, la cafetería, aún no me había visto. Yo iba al quinto, sección menaje. Al girarse, ya no quedó más remedio. ¿Qué tal? Preguntó, un qué tal que guardaba un mucho de turbación imprevista y otro tanto de intranquilidad a una respuesta que fuera más allá de lo cortés. Pero la inquietud reculó con un “bien, como siempre” y llegamos al quinto. La puerta se abrió sin hacer ruido. Él quedó dentro y yo me despedí, tocando ya el suelo, con un “nos vemos”. El aire se expandió de nuevo.  





domingo, 4 de febrero de 2018

TROTSKY



Toda especie tiene el derecho inalienable a seguir existiendo.

Jonathan Franzen



Hace unos días vino a vernos a casa un amigo con el que mantenemos un contacto muy fluido y con el que la corriente de cariño y aprecio es verdadera. Venía con Trotsky, el perro compañero. No sé si es muy acertado decir que un perro es un camarada, pero lo cierto es que el can, por decirlo de un modo sencillo, es un colega de cuatro patas que bien vale una atención. Ahora ya, de puro viejo, le duelen las patas, de hecho arrastra un poco una de las traseras y su pelaje, que en algún momento debió ser abundante, ralea por algunas partes. Pero el can es compañero fiel y agradecido aunque su nombre de revolucionario antiguo no le acompañe demasiado.  Vino bautizado de la calle, una chapa así lo decía, y se le quedó el nombre para que no fuera a pensar que en su perra vida nadie le respetaba nada. Creemos que Trotsky tiene unos doce tal vez trece años de edad, pero es difícil de saber. Los perros abandonados tienen esas cosas del misterio de lo ignorado. Está viejo y un poco ciego. En casa, cuando lo acogemos porque su amo sale de viaje, apartamos los trastos para que no tropiece y pueda llegar, aunque sea dando tumbos al comedero de la cocina. Dispone de una almohada grande en la que se tumba y de la que levanta la cabeza en cuanto me oye entrar por la puerta. Al llegar a casa, mientras dejo las cosas sobre la mesa y busco su correa para sacarle un rato, me pierdo preguntándome en qué pensará un perro viejo durante todo el día. Esta mañana ha amanecido lloviendo. Todo está en silencio y así quiero que se mantenga durante un rato. Me siento en el sofá y Trotsky apoya la cabeza sobre mis piernas. La pereza me mata, pero me mata mucho más esa mirada de perro noble que pide sin pedir. Toca pasear bajo la lluvia. Cantaré por lo bajini, como si fuera Gene Kelly, mientras busco una terraza cubierta donde tomarme un café (una lástima que el perro no comparta las ganas) y de vuelta, con la pelambrera aún mojada, despertaremos a los de la casa. 





miércoles, 6 de agosto de 2014

NADIE HABLABA DE AMOR


¿Cuándo dejó el futuro de ser una promesa para convertirse en una amenaza?



Llegados a este punto, la necesidad de romper la baraja se convierte en algo esencial. Nuestra propia supervivencia depende de ese gesto doloroso. Negociamos frente a nada, tu escalera de color contra la mía y vuelta a empezar. Las cartas estaban marcadas, pero aún sabiendo que la jugada estaba perdida, que solo escondía un farol, insistí en seguir jugando. La vida es bien extraña.