“No quiero que la gente sea muy agradable, pues así me ahorran la molestia de que me tengan que gustar demasiado”.
Jane Austen
Coincidimos en el ascensor. No hay otro lugar más anodino,incomodo e impersonal para encontrarse a alguien. Pero estábamos allí, en dos
metros cuadrados y con unos cinco años más a la espalda. Pulsó la
tecla del ático, la cafetería, aún no me había visto. Yo iba al quinto, sección menaje. Al girarse,
ya no quedó más remedio. ¿Qué tal? Preguntó, un qué tal que guardaba un mucho de
turbación imprevista y otro tanto de intranquilidad a una respuesta que fuera más allá de lo
cortés. Pero la inquietud reculó con un “bien, como siempre” y llegamos al
quinto. La puerta se abrió sin hacer ruido. Él quedó dentro y yo me
despedí, tocando ya el suelo, con un “nos
vemos”. El aire se expandió de nuevo.
Hay instantes de unos exiguos segundos, que podrían ser toda una novela.
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