viernes, 17 de agosto de 2018

FUENTERRABÍA


Me dijiste que hablé dormido. Es lo primero que me acuerdo de esa mañana.Sonó el despertador a las seis.

La uruguaya - Pedro Mairal






Quedamos en encontrarnos en la terminal de autobuses. Ninguno de los dos habíamos estado nunca en aquella ciudad así que no habría ventaja, cada uno jugaríamos con nuestras propias cartas de desconocimiento total y absoluto. Yo llegaría en avión y desde el aeropuerto me trasladaría hasta la estación de autobuses en un coche alquilado. No conocía las carreteras pero no sería tan difícil llegar hasta aquella ciudad de provincia en la que iba a producirse aquel encuentro colosal. En la cola del embarque sentí unas punzadas en la barriga, no me sentía bien. No era nada solo la duda y la falta de un buen desayuno. Podía abortar en ese mismo momento aquella aventura que tenía más de incógnita que de otra cosa. Preparé un par de frases hechas que podía improvisar mientras cogía un taxi hacia casa. Las repetí mentalmente, engolando incluso la voz, mientras avanzaba en la cola hasta que me encontré en el túnel de entrada al avión. Busqué mi asiento y me senté. Nadie lo hizo a mi lado y pude dejar la bolsa sin tener que pelearme con mis propias piernas, ni con los brazos del vecino. Miré por la ventana y el cielo permanecía de un gris ceniciento, mucho más oscuro que lo que el hombre del tiempo había predicho. El resto del pasaje embarcaba sin prisa y me adormecí cambiando el discurso de una excusa cualquiera por  las primeras frases de una conversación aun  no empezada. La cosa no podía ser muy distinta pronunciada en voz alta. Me cansé pronto y empecé a anotar la lista de la compra en un papelito que encontré en el fondo de mi bolsa. Estábamos a martes pero la nevera hay que llenarla antes del fin de semana y ahora tenía tiempo de sobras para hacerla. Dos filas por delante de mí una pareja entrada en años se besaba, algo se me removió por dentro que me obligó a apartar la vista. Hojeé la revista de la línea aérea para distraerme, pero ni así conseguí borrar de la cabeza mi propia imagen subiendo en un avión camino de un desastre anunciado. Me sonó el móvil y entró un mensaje: Imposible viajar, tormenta en Fuenterrabía. Se me aflojaron las piernas y el sudor empezó a recorrerme la espalda. Intenté desabrocharme el cinturón para apearme de aquel trasto mientras en el centro del bajo vientre noté como las ruedas del avión despegaban del suelo. Maldita sea mi estampa, maldita sea Fuenterrabía, maldito sea marzo, maldita sea la compra del fin de semana. Contesté con un: Ok, sin problemas, aun no embarcada y un emoticono con una sonrisa que no me creía ni yo misma. Me acomodé en el asiento, le pedí un vodka a la azafata y me dormí mirando el gris plomizo que bordeaba la costa.