Creo que no nos une ninguna impostura, sino un bar.
Se llamaba el aviador y era un bar de Barcelona.
Enrique Vila-Matas
En esta ciudad ya nada es lo que fue. Empezamos descuidando
lo accesorio y hemos acabado abandonado a lo principal, a su gente. Descuidar al
vecino con el que uno apenas se cruza unos buenos días en el portal, al tendero
al que se le piden las cuatro urgencias sin dejar de atender la pantalla del móvil, y descuidarse uno mismo frente a las urgencias que impone la vida urbana, aunque uno no lo
quiera y juegue al escondite con cada una de ellas.
Alguien ha plantado unas margaritas blancas en el hueco del árbol. Va a ser difícil
que las flores soporten la calima de estos días, pero de momento han
modificado el anodino paisaje de una acera cualquiera. Un milagro urbano que desaparecerá sepultado en un mar de orines de perro. Puede
que el empezar a recuperar el espíritu de esta ciudad esté precisamente en dedicar
unos minutos, a veces solo unos segundos, en mirar alrededor y descubrir algunas de las cosas asombrosas con las que aún hoy, pese a todo, puedes encontrar al doblar una esquina. Y puede que mirando descubramos que, entre los desconocidos con los que nos cruzamos
a diario, hay gente que procura que lo que nos rodea no se convierta en una
ruina. Conviene empezar a andar despacio y a observar sin recelo. Puede que así recuperemos algo de lo que un día creímos ser o, en el peor de los casos, que no se nos pudra el ánimo.