"Brilla el sol; se disipa la bruma que nos ha ocultado un instante la vista de la tierra,
y queda al descubierto un glaciar de donde brotan torrentes de luz.
Es la mañana más alegre que he disfrutado en mi vida".
Imagino
que hace diez años, cuando los científicos de la Agencia Espacial Europea
enviaron al cielo la nave Rosetta, debieron sentir una gran agitación mezclada
con una aun mayor incertidumbre sobre qué iba a pasar con aquel artefacto,
sobre el futuro de aquella aventura espacial que se iba a prolongar durante varios años. Mientras leía la noticia y veía las imágenes del módulo Philae abandonando
la nave Rosetta, para posarse sobre la superficie el cometa ansiado, me ha
venido a la cabeza que algo parecido, aunque actualmente de un modo muy
descafeinado, debieron sentir aquellos marinos que siglos atrás se hacían a la mar en busca de nuevos mundos. Años de travesías, de
calamidades, e imagino que bastantes pocas alegrías, en busca de lo desconocido,
de lo intuido por alguien dispuesto a la aventura para mejorar la vida de lo ya conocido. Avistar tierra con los propios ojos debía ser un momento tremendamente emocionante, e imagino que mucho más intenso
que la visión a través de una pantalla plana de un artilugio inanimado posándose sobre una
superficie extraña. Y tampoco he podido dejar de pensar en cuántos de los
científicos que iniciaron aquel proyecto, hace ahora más de diez años (dicen que todo se inició hace unos quince), siguen en la
agencia. No sé el porqué de este último interrogante, supongo que algo tendrá
que ver con la precariedad científica en la que vivimos y de algunas cosas como
la fugacidad de todo, incluso de los proyectos más entusiastas.
Pero para
una, que tiende a ensimismarse con cosas que sirven para poco, la noticia de
esta aventura espacial la ha transportado a tiempos pretéritos donde la vida
era un valor en alza y las grandes hazañas precisaban de una cohesión brutal
entre los que formaban parte de ella, aunque fuera a la fuerza.
Entre las
maravillas espaciales, descubro de la mano de Amalia Ercoli-Finzi, algo
tan fantástico (y casi literario) como que tal vez, sólo tal vez, seamos hijos de las estrellas.
Y ahí, navegando por el espacio que imagino, porque esa es la única manera de
ver lo que se escapa a los ojos, veo todas esas cosas que creía que podrían
llegar a ser y no fueron, y aquellas otras que nunca imagine pero que actualmente
forman parte de mi vida. Por eso, como aquellos antiguos aventureros, intento, siempre
que puedo, avistar el horizonte sin achicar los ojos porque tal vez allí, donde la línea del mar se
confunde con el firmamento, exista la respuesta a todo lo que aun me queda
pendiente y espero, o incluso aquello que ya no espero y que vaya una a saber si aun se encuentra pendiente.
...en realidad ese "aparatico", se posó en la Médulas romanas del bierzo, pura simulación
ResponderEliminarYa nos la han vuelto a dar con queso. ¡Dita sea!
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