martes, 25 de noviembre de 2014

JUST LIKE HEAVEN


A diferencia de los jóvenes que vislumbran el fin de sus días de una manera remota y filosófica,
aquellas mujeres sabían que la muerte no era una abstracción.



En los últimos meses, desde su regreso, sus hombros andan más que curvados y sus ojos guardan casi permanentemente el rojo contenido de unas lágrimas que no sé si ha sido o serán en cuanto nos levantemos de la mesa. Marchó dejando atrás media vida para comenzar otra que apuntaba bien alto y que al final resultó que aquello tan alto no era más que un espejismo disfrazado de una falsa bonhomía. Ahora hace casi un año de su regreso y la mochila que se trajo es bastante más pesada que la que se llevó cuando se fue hacer las Américas. Y la vuelta no está siendo fácil, recolocarse en lo personal, en lo profesional, casi siempre cuesta un mundo.

Pago el café, antes de que le dé tiempo a sacar el portamonedas, con la gracia inventada de excusar que hoy he sido una mujer con suerte porque me ha tocado la devolución del cupón de los ciegos, porque sé que de otro modo no va a permitir que pague su cortado. El uno treinta cinco de cada uno de los dos que pedimos, como apunta cuando nos traen la cuenta, es ahora un café de lujo. Y sé que para ella lo es, y sé también que ese uno treinta y cinco multiplicado por dos, que dice que le toca la próxima vez, es lo que puede hacer que tarde en verla. Por eso no me toca otra que inventarme cosas como que es mi cumpleaños, que me han tocado los ciegos, que le he sisado a cualquiera, o que yendo en su busca me he encontrado un billete de cinco que mira que bien que nos va a venir. La vida a veces es muy difícil y en ocasiones nos muestra sus posaderas de un modo demasiado escandaloso, y esos momentos tremendos solo se salvan a base de cortados o café, y eso lo sé porque hace algunos años, cuando creía que mi vida estaba llegando al final (no en sentido metafórico, sino en el de la más descarnada realidad) no fueron pocos los que tuvo que apoquinar porque mi bolsillo se me quedaba estrecho antes de llegar al día cinco de cada mes.
Así que ahora, porque mi mochila pesa bastante menos que la suya, pago cortados y cafés excusando tonterías, esperando que la tarde despeje antes de que salgamos de la cafetería y que la vida, cuando tenga a bien, se le ponga de cara de nuevo aunque para ello haya que volver cien y mil veces, si es necesario, a la manida idea de que todos son rachas, pero que las rachas son solo eso, rachas que igual que vienen se van y que lo que no debe faltarnos jamás son unas cuantas tazas de café aunque fuera caigan chuzos de punta.



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