"Sólo en sueños soy tortuoso. Es tan lindo haber recibido tu carta y tener que responderla con este cerebro insomne. No sé qué escribir. Me limito a vagar entre las líneas, a la luz de tus ojos, en el aliento de tu boca, como en un bello día de felicidad.”
Busco entre mis manos un último
aliento. Caminar a la deriva buscándote entre los sinuosos y recónditos huecos
de mi cabeza convierte la vida en algo parecido a un infierno y son miradas
pavorosas, que no sé dónde se esconden, las que me buscan por las noches y me
arrancan la tranquilidad. Todo se escapa en una especie de carrera sin fin en
la que pareces reírte de todo mientras te vas convirtiendo en un ser diminuto,
tan pequeño que temo que caigas en cualquier momento por la reja que cubre la
alcantarilla sobre la que saltas. Tengo tanto miedo que no dejo de estirar el
brazo suplicándote que salgas de ahí, que dejes de brincar, que te vas a caer y
las aguas te arrastrarán vete a saber a dónde.
Me despierto y a partir de entonces
la siguientes horas se convierten en un ir y venir de vueltas sobre la cama,
intentando calmarme y no sentirme ridículo. Ya no sé dónde estás, ni siquiera
sé si estás. Es por eso precisamente que el ansia se vuelve casi mortal y la necesidad de beber agua es como un
suplicio.Tengo mucha sed, y en un gesto tragicómico me vuelvo hacia la pared y
me cubro la cabeza porque no me atrevo a salir de la cama, a colocar los pies
en el suelo y recorrer los escasos metros que me separan de la cocina porque me
reconozco neurótico, precario y mil veces estúpido. Cierro los ojos de un modo apremiante
y el silencio se hace mortal mientras espero un soplo de aire que me devuelva
la cordura.
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