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domingo, 22 de septiembre de 2019

TRA TRA




No podemos culpar de todo a los gobernantes anteriores, no sólo porque sería falso, sino también porque podría adormecerse el deber al que cada uno de nosotros se enfrenta hoy, es decir, la obligación de actuar con independencia, con libertad, de forma razonable y rápida.

Discursos políticos. Václav Havel




En noviembre volveremos a tener elecciones, la fiesta de la democracia, dicen algunos. En general diría que sí, que poder celebrar elecciones es un acto socialmente deseable, pero en este caso, con las circunstancias que arrastramos, las próximas elecciones me producen una enorme pereza que viene precedida de la decepción a la que la clase política me lleva. No tengo ningún motivo para pensar que unas nuevas elecciones van a solventar la situación de confrontación y atasco político en el que nos encontramos. Son los mismos, en las mismas circunstancias. Por eso me pregunto cuál es la fórmula mágica que piensan utilizar para, con resultados similares, llegar a los acuerdos a los que no han sido capaces en este momento. El ciudadano se desilusiona porque el que pierde es él. El fracaso de nuestros políticos es el fracaso de la sociedad en su conjunto. Y así ando, pensando en la enorme pérdida de tiempo, de dinero y en la enorme decepción que día a día, elección tras elección, van abonando los que quieren gobernar a todo un país sin importar, al final, lo que de sus programas y promesas electorales se dejan por el camino. Y votaré, porque votar es mi derecho y mi obligación, aunque, en este último caso, solo sea para poder cuestionarles en voz alta cada vez que algunas de sus decisiones se me antojen nefastas, fútiles y carentes de sentido común. Hoy en día, la política es eso de lo que unos pocos viven muy bien, mientras que al resto nos cuesta la ilusión y los dineros del bolsillo.


lunes, 21 de agosto de 2017

RUIDO


Si el mundo ha de cambiar para mejor debe empezar con un cambio en la conciencia humana.
Václav Havel





Era cuestión de tiempo y llegó. Barcelona se ha convertido en el centro del huracán y del terror. Y todos lo sabíamos, si queríamos saber, si decidimos no hacer oídos sordos a la amenaza en la que vivimos los países occidentales y engañarnos con el “buenismo” de la ciudad cosmopolita y de acogida que algunos creen que protege de algo. Y desde entonces, hasta hoy, el ruido mediático es espectacular. He leído de todo aunque he escuchado bastante menos, quizá porque el atentado me cogió en Holanda y aunque la misma sombra se cierne sobre cualquiera que camine por sus calles, cuando lo negro llama en la puerta de al lado solo respiras y sigues, supongo que por eso nadie hablaba de ello. Desde entonces y ya de vuelta, algo me remueve las tripas y creo que es ese ruido que embrutece y ensucia los oídos a base de las locuras y majaderías de algunos que son capaces de sacar rédito al miedo y al dolor de otros; el ruido de los que justifican lo injustificable y que nos provocan la arcada al resto; el ruido de la vida que se tambalea junto a la inseguridad de no saber qué puede pasar mañana. Pero mañana saldremos a la calle a caminar, a seguir viviendo con cierta normalidad porque nos lo debemos, porque se lo debemos a los muertos vengan de donde vengan, y porque la compasión por las víctimas y sus familias no debe quedar ahogada por el ruido de algunos que juegan a un repugnante ventajismo, ni por el del salvajismo asesino de otros que merecen menos que cero.



domingo, 24 de abril de 2016

LA LLUVIA

A veces me pregunto si los suicidios no son de hecho
 guardianes tristes del sentido de la vida.
Vaclav Havel



Había estado lloviendo toda la noche. Al amanecer los separaron, los hombres a un lado y las mujeres al otro. Los niños quedaron dentro del edificio. Desde fuera, se podía oír el llanto de los más pequeños. Nada podían hacer. En el patio la actividad era feroz y el ruido amartillado de la reconstrucción del puente que unía las dos orillas del pueblo, ocultaba las respiraciones entrecortadas que se escapaban de las dos filas que miraban cada una de ellas a una pared distinta. Les entregaron unas palas y caminaron despacio. Les azuzaron con golpes para que no dejaran cavaran. Un viejo cayó de rodillas y ya no se levantó, una culata se encargó de abrirle la cabeza en dos. Cavar sin parar. Dos horas después, a sus pies, quedó una fosa tan larga como la fila que habían formado. Fue el miedo, y no la voluntad, la que consiguió no desarmarla. El tiempo aguantaría poco y nadie quería más agua. A mediodía, el sol seguía oculto. Por la cara de ellos corría el sudor y el barro, por la de ellas las lágrimas, y por las de ambos un miedo tan antiguo como la humanidad. Los colocaron, uno a uno, frente al agujero y, uno a uno, sin ninguna conmiseración, fueron recibiendo un disparo en la nuca. Aquel agujero se fue llenando de cuerpos desmadejados, siguiendo el orden mortal de una fila que se había formado horas antes. La precisión de la muerte no dejó ni un solo cuerpo a la vista. Entre el terror y la arcada aquellas mujeres, siguiendo el orden de su propia fila y con las palas que la aguardaban clavadas en el montículo fangoso, enterraron a sus hombres, sin saber que el más grande de los horrores les esperaba tras las puertas del edificio en el que, ahora ya, reinaba un silencio absoluto.






miércoles, 2 de septiembre de 2015

MEJILLONES




La salvación del mundo humano reside sólo en el corazón humano, 
las consideraciones humanas y la responsabilidad humana.

Vaclav Havel



Van charlando, de vez en cuando una risa y un gesto de sana francachela. Entran en un bar, se acodan en la barra, piden una de mejillones y dos vasos de vino. Hablar entre el tumulto del menú de mediodía tiene su enjundia. La televisión vomita imágenes mudas de muerte y desolación que mañana ya no recordará nadie porque las sustituirán otros muertos, de hambre y de libertad. Pero los mejillones son lo más, la “perla negra” de la Ría, así que los engullen sin pensar, no vaya a ser que mañana sean ellos los que lloren frente a una cámara apostada en la esquina de una ciudad cualquiera y sean otros, sordos y mudos, los que les observen en tecnicolor.








martes, 30 de diciembre de 2014

DEL AÑO QUE ACABA. LEGADOS



La primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad,
 la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, 
la primera minúscula inmoralidad en nombre de la moral, 
siempre significarán el seguro camino del fin.

Con el año que está a punto de cerrar las puertas, la lectura de la prensa se convierte en un agónico sinvivir. Esta mañana, con una temperatura que apenas alzaba el termómetro por encima del cero, las hojas del periódico pesan más que otras veces, quizá porque empujados por el pesimismo general en el que vivimos, somos incapaces de destacar lo bueno y son las desgracias las que se hacinan unas sobre otras, un día tras otro, sin darnos tregua. 
Estamos a punto de tachar el último día del calendario y nada cambiará sustancialmente en la vida de casi nadie. Sin embargo, como en aquellos programas de año nuevo, pienso en los niños que nacerán con los primeros minutos del nuevo año, criaturas a las que les espera todo, lo bueno, lo malo y un mañana que lo que hemos llegado a la edad adulta vaticinamos como más que confuso, más que difícil, más que oscuro. Sin embargo, somos los que peinamos canas a los que, por responsabilidad universal, nos corresponde poner algo de luz en ese mañana que está por llegar antes de pasarles el testigo. 
La historia de la humanidad no puede escribirse desde el oscurantismo de la maldad, o al menos eso creo, a pesar de los cientos de miles de acontecimientos que parecen mostrar lo contrario. Hace unos días, en una red social leía un fragmento que decía: “la mayor creación de la inteligencia humana no es el arte, ni la ciencia, ni la tecnología. La mayor creación de la inteligencia humana es la bondad”. Sin embargo, pese a lo bonito de la composición, no estoy de acuerdo, la bondad nada tiene que ver con la inteligencia humana, no se crea en absoluto. La bondad es una de las características con las que nacen todos los seres humanos. Todos, absolutamente todos, nacemos con ella (de eso estoy segura) y es la edad, la vida, la mala leche, la que la hace añicos. Solo los más valientes consiguen conservarla intacta.
He conocido la maldad en toda la extensión de su palabra, pero también la bondad extrema. Sé de la virulencia de la primera y del gran error que es dejar que campe a sus anchas. La responsabilidad nos llama a todos y aunque ya no nos quede un ápice de inocencia y sepamos que estamos a merced de una maldad que vaga libre, debemos armarnos de valor (no solo por nosotros mismos sino también por los que acaban de llegar y los que llegarán con los últimos estertores del año que acaba y la primera respiración del que llega de nuevo) y ponerle cerco antes de que acabe con todo. Conservar la bondad, como una de las mejores cualidades del ser humano, requiere un esfuerzo tenaz y ese debe ser nuestro trabajo, nuestro legado.

Feliz año nuevo.


jueves, 11 de septiembre de 2014

HUMO


“Estamos obligados a luchar enérgicamente contra todos
 los eventuales gérmenes de odio colectivo.”



Bajo un sol de campeonato, la gente espera pacientemente, en una cola que dobla la esquina, para comprar la mejor horchata en diez kilómetros a la redonda en uno de los poco establecimientos fabriles que ha rehuido la tentación de colocar veladores, pero en el que es posible llevarse una lecherita de plástico de oro blanco, como le llama mi padre. Los días de fiesta, cuando el calor aprieta y las terrazas de los bares languidecen bajo el influjo del sol naciente, en la  “Montserratina” siguen elaborando horchata.

Hoy es fiesta en Barcelona. La Diada. Un día especial sin duda. Estamos en un momento francamente extraño. Vivimos bajo la incertidumbre de qué va a pasar de aquí al 9N, fecha fijada para el referéndum en el que habrá que votar sobre la independencia de Cataluña y, sobre todo, qué es lo qué va a pasar después. En estos días las conversaciones acaban convergiendo en esta cuestión. Es un tema complicado, sobre todo porque los partidarios, no ya del referéndum, sino de la propia independencia (al menos con los que hablo yo, y no son pocos), ofrecen planteamientos desde la víscera. En estos casos, la discusión es complicada porque cuando el órgano  que se emplea para ello es el corazón o el hígado no hay razonamiento que lo pueda rebatir. 
Ahí es donde se ampara la esencia del nacionalismo, en la víscera pura. No he conseguido que ninguna de las personas que me hablan de la necesidad, de la voluntad, y de las ventajas de establecerse como Estado independiente me explique cómo, cuándo, por y para qué. Y eso es precisamente lo que los ciudadanos deberíamos poder escuchar de los que ahora nos ofrecen un mundo nuevo con luces de neón. Puede que si conociera las respuestas a estas preguntas, que quedan en el aire siempre que sale el tema a relucir, incluso me planteara la cuestión de una posible independencia de mi comunidad. Pero sólo encuentro argumentos históricos (que no son ciertos en la mayoría de casos), argumentos de expolio (evitando hablar de los de casa) y privación de derechos (que yo no he sufrido jamás). Fanfarria que enaltece la diferencia de unos frente a sus vecinos para sostener un planteamiento independentista vacío de contenido y de proyección al mañana.

Me cuesta pensar en una Cataluña independiente de España, pero el futuro será el que sea y a él nos haremos, porque no nos queda otra. Por eso esta tarde, mientras hacía cola frente a la mejor fábrica de horchata a este lado de la ciudad, viendo las camisetas amarillas y rojas que recorrían las aceras volviendo a casa desde la concentración nacionalista que se ha dado hoy en esta ciudad, he sentido algo parecido a la tristeza, y es así porque el humo ha conseguido dejarnos a unos cuantos, a unos muchos, fuera de juego y sin voz en nuestra propia casa.