Si el mundo ha de cambiar para mejor debe empezar con un cambio en la conciencia humana.
Václav Havel
Era cuestión de tiempo y llegó. Barcelona se ha convertido en el centro del huracán y del terror. Y todos lo sabíamos, si queríamos saber, si
decidimos no hacer oídos sordos a la amenaza en la que vivimos los países occidentales
y engañarnos con el “buenismo” de la ciudad cosmopolita y de acogida que algunos creen que protege de algo. Y desde
entonces, hasta hoy, el ruido mediático es espectacular. He leído de todo aunque he escuchado bastante menos, quizá porque el atentado me cogió en Holanda y aunque
la misma sombra se cierne sobre cualquiera que camine por sus calles, cuando lo
negro llama en la puerta de al lado solo respiras y sigues, supongo que por eso nadie hablaba de ello. Desde entonces y ya
de vuelta, algo me remueve las tripas y creo que es ese ruido que embrutece y ensucia los oídos
a base de las locuras y majaderías de algunos que son capaces de sacar rédito
al miedo y al dolor de otros; el ruido de los que justifican lo injustificable y
que nos provocan la arcada al resto; el ruido de la vida que se tambalea junto
a la inseguridad de no saber qué puede pasar mañana. Pero mañana saldremos a la
calle a caminar, a seguir viviendo con cierta normalidad porque nos lo debemos,
porque se lo debemos a los muertos vengan de donde vengan, y porque la
compasión por las víctimas y sus familias no debe quedar ahogada por el ruido
de algunos que juegan a un repugnante ventajismo, ni por el del salvajismo asesino de
otros que merecen menos que cero.
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