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domingo, 25 de febrero de 2024

CÉFIRO


 

Cuando llegué llovía un poco. Llené la habitación de gotas de agua, desde la puerta hasta el baño compartido. Un reguero de agua que, al mirarlo desde su cama, le humedeció los ojos. La vida sigue fuera, dijo. Me acerqué a la ventana, ofreciéndole la espalda y desde allí, escondiéndome de ella y de mí misma, le dije que sí, que la vida seguía ahí afuera y allí mismo también.  

Ha pasado una semana. Entramos en la tercera semana del tercer ingreso y en la habitación, cuando llego, no hay nadie. Su compañera marchó el viernes y ella, mucho más delgada que el fin de semana pasado, está de viaje con el celador. Volverá cuando termine el turismo sanitario con el que cada cierto tiempo le desmadejan la rutina. No tengo nada que hacer, solo esperar. Y espero, y espero mucho, porque cada segundo que pasa se convierte en una carga pesada que hace que el reloj avance con una lentitud agónica. Fuera llueve, hoy también. Desde aquí, contemplando la lluvia caer, podría hablar de la sequía discontinua y de lo asombroso que resulta ver como cuatro gotas de agua devuelven algo de alegría a los parterres que rodean el edificio. Ayer tan pardos, hoy medianamente verdes. Saco el teléfono móvil y escribo en el buscador el nombre del viento que trae la suave brisa de la primavera. Céfiro. Lo pronuncio bajito, como si fuera un secreto. Vuelve medio dormida. Le toco la cara hinchada y caliente como una hogaza de pan recién hecho. Un día abriré esta ventana que alguien cegó para que nadie caiga en la tentación de perseguir la esperanza en que se convierte el velo de agua que queda entre las baldosas tras una lluvia que nadie espera. Y la abriré para que entre el aire y la primavera no pase de largo.




martes, 5 de septiembre de 2023

DEL EXPERIMENTO STRACK Y YOLANDA DIAZ


 

El estado en el que nos encontramos en cada momento tiene una gran importancia para enfrentar las cuestiones del día a día. Si estamos contentos, sonreímos, nos mostramos orgullosos de nosotros mismos, las cosas las encajamos mejor. Es un hecho científicamente comprobado y, si no lo es, que seguro que sí, mi experiencia personal así lo avala. Ayer, mientras mataba el tiempo en el aeropuerto, estuve viendo la intervención artista visual, Mago More, hablando del experimento llevado a cabo por el psicólogo social Fritz Strack, sobre el poder de los cambios conductuales. Para ello el Sr. More, siguiendo las instrucciones del experimento, se valió de un lapicero, unas viñetas y un público curioso. El artista, con el público ya entregado, utilizando el lapicero, puso de manifiesto como nuestra actitud corporal (fruncir el ceño para sostener el lapicero entre la nariz y el labio superior; o sonreír para poder aguantar el lapicero entre los dientes), influye en nuestra actitud mental. Si tengo el ceño fruncido no recibo, ni transmito, la información de la misma manera que si lo tengo distendido y con una sonrisa en los labios que es la conclusión a la que llegó Strak, no el Sr. More. Dejo el enlace para el que tenga curiosidad.

Así que cojo un lápiz, me lo pongo entre los dientes y mi cara dibuja una sonrisa que se sostiene a base de madera, grafito y la necesidad de no arrojarme en brazos de la mala leche. Quiero leer la prensa. No pienso dejar caer el lapicero hasta que cierre el último de los digitales con los que intento ponerme al día sobre lo que pasa en este país, después de la bochornosa jornada que nos regaló la vicepresidenta del Gobierno. Ayer, Yolanda Díaz se reunió, entre sonrisas y toqueteos, con un prófugo de la justicia que, tras intentar quebrar un país, dividir a su sociedad, dejar colgados a los suyos, termino huyendo en el maletero de un coche. Sus actos delictivos están pendientes de ser enjuiciados. La búsqueda de los votos del partido que preside, arañándolos a la decencia democrática y al código penal, es una de las mayores vergüenzas que sufre nuestra maltratada democracia. Pero a la señora sonriente, con bastante poco mérito para estar donde está, todo eso se lo pasa por el arco de la Tena Lady. Conviene no olvidar que el tipo en cuestión es el representante de una derecha carrinclona, xenófoba y malversadora, con unos "principios" que casan mal casa mal el comunismo del que presume la vicepresidenta. Conviene recordar, también, que a día de hoy, Puigdemont se encuentra pendiente de juicio por hechos gravísimos que atentaron contra el Estado de Derecho. Delinquir en este país, si eres político, sale gratis si conviene para mantenerse en el poder. No otra explicación tiene la modificación del Código Penal que eliminó el delito de sedición, como tampoco la tiene la búsqueda de una amnistía que la Constitución Española no permite. Así que aprieto el lápiz para que mi sonrisa Denticlor no decaiga, pese al profundo que me produce el juego sucio que se está llevando a cabo. Cierro las pantallas, una tras otra, intentando olvidar el ruido para centrarme en lo que tengo por delante y dejar de pensar qué más tenemos que soportar. Dejo en paz al lápiz que hoy, se lleva la marca de mis incisivos como premio. Pero en un rato me lo colocaré de nuevo porque esto ya no hay quien lo aguante y la sonrisa, al soltar el lapicero, ha desaparecido por arte de magia potagia.



martes, 30 de diciembre de 2014

DEL AÑO QUE ACABA. LEGADOS



La primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad,
 la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, 
la primera minúscula inmoralidad en nombre de la moral, 
siempre significarán el seguro camino del fin.

Con el año que está a punto de cerrar las puertas, la lectura de la prensa se convierte en un agónico sinvivir. Esta mañana, con una temperatura que apenas alzaba el termómetro por encima del cero, las hojas del periódico pesan más que otras veces, quizá porque empujados por el pesimismo general en el que vivimos, somos incapaces de destacar lo bueno y son las desgracias las que se hacinan unas sobre otras, un día tras otro, sin darnos tregua. 
Estamos a punto de tachar el último día del calendario y nada cambiará sustancialmente en la vida de casi nadie. Sin embargo, como en aquellos programas de año nuevo, pienso en los niños que nacerán con los primeros minutos del nuevo año, criaturas a las que les espera todo, lo bueno, lo malo y un mañana que lo que hemos llegado a la edad adulta vaticinamos como más que confuso, más que difícil, más que oscuro. Sin embargo, somos los que peinamos canas a los que, por responsabilidad universal, nos corresponde poner algo de luz en ese mañana que está por llegar antes de pasarles el testigo. 
La historia de la humanidad no puede escribirse desde el oscurantismo de la maldad, o al menos eso creo, a pesar de los cientos de miles de acontecimientos que parecen mostrar lo contrario. Hace unos días, en una red social leía un fragmento que decía: “la mayor creación de la inteligencia humana no es el arte, ni la ciencia, ni la tecnología. La mayor creación de la inteligencia humana es la bondad”. Sin embargo, pese a lo bonito de la composición, no estoy de acuerdo, la bondad nada tiene que ver con la inteligencia humana, no se crea en absoluto. La bondad es una de las características con las que nacen todos los seres humanos. Todos, absolutamente todos, nacemos con ella (de eso estoy segura) y es la edad, la vida, la mala leche, la que la hace añicos. Solo los más valientes consiguen conservarla intacta.
He conocido la maldad en toda la extensión de su palabra, pero también la bondad extrema. Sé de la virulencia de la primera y del gran error que es dejar que campe a sus anchas. La responsabilidad nos llama a todos y aunque ya no nos quede un ápice de inocencia y sepamos que estamos a merced de una maldad que vaga libre, debemos armarnos de valor (no solo por nosotros mismos sino también por los que acaban de llegar y los que llegarán con los últimos estertores del año que acaba y la primera respiración del que llega de nuevo) y ponerle cerco antes de que acabe con todo. Conservar la bondad, como una de las mejores cualidades del ser humano, requiere un esfuerzo tenaz y ese debe ser nuestro trabajo, nuestro legado.

Feliz año nuevo.