“Estamos obligados a luchar enérgicamente contra todos
los eventuales gérmenes de odio colectivo.”
Bajo
un sol de campeonato, la gente espera pacientemente, en una cola que dobla la
esquina, para comprar la mejor horchata en diez kilómetros a la redonda en uno
de los poco establecimientos fabriles que ha rehuido la tentación de colocar
veladores, pero en el que es posible llevarse una lecherita de plástico de oro
blanco, como le llama mi padre. Los días de fiesta, cuando el calor aprieta y
las terrazas de los bares languidecen bajo el influjo del sol naciente, en la “Montserratina” siguen elaborando horchata.
Hoy
es fiesta en Barcelona. La Diada. Un día
especial sin duda. Estamos en un momento francamente extraño. Vivimos bajo la
incertidumbre de qué va a pasar de aquí al 9N, fecha fijada para el referéndum en
el que habrá que votar sobre la independencia de Cataluña y, sobre todo, qué es
lo qué va a pasar después. En estos días las conversaciones acaban convergiendo
en esta cuestión. Es un tema complicado, sobre todo porque los partidarios, no
ya del referéndum, sino de la propia independencia (al menos con
los que hablo yo, y no son pocos), ofrecen planteamientos desde la víscera. En
estos casos, la discusión es complicada porque cuando el órgano que se emplea para ello es el corazón o el hígado no hay razonamiento que lo pueda rebatir.
Ahí es donde se ampara la esencia del
nacionalismo, en la víscera pura. No he
conseguido que ninguna de las personas que me hablan de la necesidad, de la voluntad, y de las ventajas de
establecerse como Estado independiente me explique cómo, cuándo, por y para qué. Y
eso es precisamente lo que los ciudadanos deberíamos poder escuchar de los que
ahora nos ofrecen un mundo nuevo con luces de neón. Puede que si conociera las respuestas a estas
preguntas, que quedan en el aire siempre que sale el tema a relucir, incluso me
planteara la cuestión de una posible independencia de mi comunidad. Pero sólo encuentro argumentos históricos (que
no son ciertos en la mayoría de casos), argumentos de expolio (evitando hablar de los de casa) y privación de derechos (que yo no he sufrido jamás). Fanfarria que enaltece la diferencia de
unos frente a sus vecinos para sostener un planteamiento independentista vacío
de contenido y de proyección al mañana.
Me
cuesta pensar en una Cataluña independiente de España, pero el futuro será el
que sea y a él nos haremos, porque no nos queda otra. Por
eso esta tarde, mientras hacía cola
frente a la mejor fábrica de horchata a este lado de la ciudad, viendo las
camisetas amarillas y rojas que recorrían las aceras volviendo a casa desde la concentración nacionalista que se ha dado hoy en esta ciudad, he sentido algo parecido
a la tristeza, y es así porque el humo ha conseguido dejarnos a unos cuantos, a unos
muchos, fuera de juego y sin voz en nuestra propia casa.
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