"Todas las sociedades son muy complejas, no existen los paraísos".
En la sociedad de la
opulencia en la que vivimos la existencia de cientos de miles de estímulos te
abocan inevitablemente a los excesos. Los que somos de naturaleza inconstante
somos presa fácil, por eso no es extraño encontrarnos con duplicados incluso triplicados de las cosas más variopintas, desde libros hasta quemadores para
el azúcar, blísters de antiinflamatorios, pasando por la
acumulación de algún kilo indeseado que nos trincha las articulaciones. Pero en
estos momentos, en que lo excesivo y lo adictivo se llevan de la mano, nos
llega la afición a correr.
Una que es de
naturaleza laxa y floja de remos, no ha podido sustraerse a la búsqueda de algo
que sustituya el vicio de correr, en el que no creo por pura vagancia, y lo he
conseguido. Camino como si no hubiera un mañana con la finalidad de prevenir
las consecuencias del exceso vital en el que vivo. Gracias a eso, al hecho de
calzarme las deportivas cada día y recorrer los kilómetros que circunvalan mi
casa, he descubierto lugares espléndidos, estampas humanas que no me dejan
indiferente. No son pocas las ocasiones en las que pienso que deberíamos tener
una pequeña tarjeta de memoria insertada en el lóbulo parietal en el que grabar
todo lo que vemos, incluso lo que creemos ver, mientras andamos dando vueltas por
el mundo. Ese sería un modo delicioso para que después, con la tranquilidad del que sabe
la mirada a salvo, poder recrearse en lo
presenciado tiempo antes.
Estas peregrinaciones,
que se cuentan ya en cientos de kilómetros, no solo han conseguido recuperar mi
salud cardiovascular, sino equilibrar el pensamiento difuso que en ocasiones me acosa con toda su exuberancia y reconciliarme, casi siempre, con el género
humano en general y con algunos seres humanos en particular.
Hace unos días,
pensaba que en breve empezará a oscurecer demasiado pronto y que esas andanzas,
que aderezo al ritmo de la música que se cuela por los auriculares, deberán
quedar aparcadas y deberé sustituirlas por alguna cinta o aparato diabólico que permita a mi pequeño corazón mantenerse en la rebotica hasta que el buen tiempo
regrese. Puede que por eso precisamente hoy, en una especie de despedida
excesiva que acompaña el inicio del otoño, mi caminar me haya llevado hasta la
escollera desde la que se podía contemplar un cielo pálido y un mar más pálido
aún. Un mar que desfallece junto al verano y que me devuelve unas salpicaduras
blancas, descomunales, rotundas.
Vuelvo a casa convencida
de la necesidad de no perder la costumbre que durante estos meses he convertido en un
hábito esencial, no sólo por la importancia que en lo físico ha adquirido, sino
porque mediante ese simple ejercicio, que tiene mucho de contemplación
personal, me ha sentado bien. He construido y deconstruido gracias a unas
zapatillas. Puede que el secreto de mantenerse sano frente a las
contradicciones vitales, frente a la necesidad de estar con uno mismo y de
depurarse por dentro y por fuera, esté en unas suelas de goma. Puede que sea
una manera de acercarse a momentos de solitaria felicidad.
Sabes que para que sea efectivo el correr debes hacerlo al ritmo del corazón adecuado. Digamos:
ResponderEliminar220-edad= Ritmo ideal de pulsaciones
Si no haces eso, si te dedicas a observar, no lograrás un adecuado nivel aeróbico.
Por cierto, lo del exceso vital debes administrarlo, dosifica.
Un abrazo.
¿Qué lío no? Soy una administradora fatal :)
EliminarUn abrazo, kenit