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jueves, 24 de marzo de 2016

NADA

A menudo cuesta toda una vida librarse de ciertos recuerdos, por muy irrelevantes que sean. 
Robert Walser


La voz suspendida en el aire. Inabarcable, quieta. Tiembla en la noche, volcada tras un mal encuentro. Desequilibrado, cojo, rebusca entre folios blancos y permanece atento, escondido detrás de la simulada indiferencia. Corazón desbaratado que, recostado sobre otro pecho, acaricia su vello invisible.




jueves, 27 de agosto de 2015

PANTALÁN



Algo absurdo, sí, pero este absurdo tiene una boca preciosa y sonríe.
Robert Walser



Al atardecer nos fuimos hacia el embarcadero, el único ferry que nos unía con la península no tardaría en llegar. Pese a la llovizna nos mantuvimos en el pantalán. El cielo sobre nosotros se oscurecía por momentos, confundiendo la hora baja con lo plomizo de los últimos días de septiembre. Estábamos solos, no era extraño, ni el día, ni el tiempo acompañaban. Una gaviota nos sobrevoló graznando y al fondo, en la línea del horizonte, la silueta del barco avanzaba lentamente. En ese momento sus facciones, menudas, se contrajeron en un gesto que no quise interpretar. Sus ojos se oscurecieron y se clavaron al frente,  ni siquiera el estruendo del petate al caer le hizo desviar la mirada. A veces los silencios se espesan y rellenan los huecos que las palabras ya no pueden llenar. Estaba ausente, o tal vez no. Tal vez estaba más presente que nunca, sabiendo que todo era cuestión de unas millas de más en las que ella ya no cabía. Por eso, cuando acerqué mis labios a su mano, menuda y tibia como ella, apenas se estremeció. Ahora tocaba desandar lo andado y echarla de menos para siempre.




viernes, 1 de mayo de 2015

PREGUNTAS



Con todas mis ideas y necedades podré fundar muy pronto una sociedad anónima
 para la difusión de ilusiones hermosas, pero nada fiables.
Robert Walser


Cada vez que sucede una catástrofe nos llevamos las manos a la cabeza, invocamos a cualquier cosa que pueda dar consuelo y, al final, terminamos formulando la misma pregunta “¿Por qué?"  Cuestión absurda porque los desastres naturales, como el ocurrido en Nepal esta pasada semana, no tienen respuesta. La pregunta adecuada, como casi siempre en todo lo que concierne al ser humano, precisa ir más allá de la simple necesidad de una explicación inmediata que pretende intentar dar sentido a un pasado ya irrevocable que casi nunca lo tiene. La pregunta, la que nos debemos, siempre, es  “¿Para qué?” Y es en las respuestas a ese interés a futuro que provoca el interrogante a unos hechos calamitosos que no van a cambiar, donde podemos encontrar alguna salida que siempre se encalla y no llega cuando la pregunta es la equivocada y nos enrocamos en la búsqueda de motivos, de explicaciones, que casi nunca son los que queremos.


domingo, 30 de noviembre de 2014

DE LA CORDURA



“Yo ya no era yo, era otro, y precisamente por eso era otra vez yo. 
A la dulce luz del amor, reconocí o creí deber reconocer que
 quizá el hombre interior sea el único que en verdad existe.”



El día amanece con un caparazón negro como el ala de un cuervo enfermo y doscientos millones de lágrimas que se derraman sobre las aceras sucias. Llevamos días así y es imposible escapar de cierto desánimo que impone el tiempo. Son cosas de las tormentas que no cesan, que devoran la energía y convierten cualquier gesto, por menudo que sea, en una empresa tan costosa que es difícil no abandonarse a la indolencia que provoca el encierro medio voluntario, medio obligado, pero encierro a fin de cuentas. Y aunque es domingo y se respira la tranquilidad que da el saber que no hay urgencias, algo indefinido se cuela por entre el ánimo, lo embebe todo y ya nada es normal. Puede que sea esa anormalidad la que traiga el recuerdo de lo pendiente, de lo que el día a día, la premura de las necesidades, arrincona lo que uno quiso convertir en accesorio. Pero el tiempo, quizá el exceso de electricidad en el ambiente, empuja a  lugares que creíste abandonados a su suerte. Y hay algo, algo que no se toca, ni se ve, algo que ni siquiera puedes oler pero que te arrastra y te devuelve a aquellas veredas en la que dejaste parte de ti y de lo que quisiste. Y piensas, no sin cierta inquietud, que la única manera de solventar algunos desajustes vitales pasa por abrazarse a su cintura indefinida y no esperar nada, nada que no sea un simple “siempre estuve aquí”. Pero la lluvia borrará la tarde y la noche arrastrará el domingo y volverán las rutinas, las prisas y el polvo para enterrar algunos desvaríos, aunque no habrá mayor desdicha que no poder saber qué es eso que escuece y que nunca termina de desaparecer.