jueves, 27 de agosto de 2015

PANTALÁN



Algo absurdo, sí, pero este absurdo tiene una boca preciosa y sonríe.
Robert Walser



Al atardecer nos fuimos hacia el embarcadero, el único ferry que nos unía con la península no tardaría en llegar. Pese a la llovizna nos mantuvimos en el pantalán. El cielo sobre nosotros se oscurecía por momentos, confundiendo la hora baja con lo plomizo de los últimos días de septiembre. Estábamos solos, no era extraño, ni el día, ni el tiempo acompañaban. Una gaviota nos sobrevoló graznando y al fondo, en la línea del horizonte, la silueta del barco avanzaba lentamente. En ese momento sus facciones, menudas, se contrajeron en un gesto que no quise interpretar. Sus ojos se oscurecieron y se clavaron al frente,  ni siquiera el estruendo del petate al caer le hizo desviar la mirada. A veces los silencios se espesan y rellenan los huecos que las palabras ya no pueden llenar. Estaba ausente, o tal vez no. Tal vez estaba más presente que nunca, sabiendo que todo era cuestión de unas millas de más en las que ella ya no cabía. Por eso, cuando acerqué mis labios a su mano, menuda y tibia como ella, apenas se estremeció. Ahora tocaba desandar lo andado y echarla de menos para siempre.




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