«La complejidad de las cosas, las cosas dentro de las cosas, parece sencillamente inagotable.
Quiero decir que nada es fácil, nada es simple».
Nadie te avisa de
algunas cosas, pero la intuición a veces vale tanto como una realidad estampada
en mitad de la cara. Así que, sin tener la certeza clara, sabía que en algún
momento tendría que llegar, que bajaría la guardia y que con la mayor naturalidad del mundo me
colaría un gol por toda la escuadra. Lo
sabía desde que le incorporé a mi vida como un activo sentimentalmente tóxico con
dos divorcios a cuestas, un hijo ya adolescente y una abultada nómina que se
escurría cada mes en obligaciones vencidas de antemano.
Tal vez
precisamente por eso, porque aunque no sabía cuándo, sí sabía cual iba a ser el
próximo capítulo de la película. Una historia tan poco original como cualquier culebrón
televisivo que se precie de serlo, de
ahí que no me impresionara en absoluto el día que le vi aparecer por la puerta,
con el semblante serio, las manos en el bolsillo y desprendiendo un ligero tufo
a alcohol. Sabía que para poder pronunciar su decisión (una decisión rubia,
menuda, con una talla cien de contorno y una docena de años menos que los que
señalan mi carnet de identidad), precisaba de un par de gin-tónics, de un
semblante atormentado y de la suficiente estupidez como para llegar a casa en
ese estado. Si no era así, su decisión,
esa que le tenía todas las tardes ocupadísimo hasta media noche porque los plazos
vencían, quedaría, una vez más, sepultada entre los pliegues de la manta de
nuestro sofá, entre las sábanas ordinarias de una vida monótona y acomodaticia.
Debo agradecerle
que el discurso fuera corto y que tuviera el coche aparcado en doble fila.
Desde el sofá le vi guardar en la bolsa, un traje, una camisa, una muda, un libro y cuatro tonterías
más. Mientras salía le dije que dejara las llaves sobre la consola de la
entrada. Cerró la puerta y en ese
momento vi mi imagen reflejada en el cristal del balcón. Debería haberme peinado, aunque pensándolo
bien, no hay nada más fantástico que una mujer despeinada.
Bueno, lo interesante de todo, es que algunas cosas importantes en nuestra vida, ocurren o las hacemos mientras estamos en un estado de rebeldía social del deber acomodado de nuestro cabello.
ResponderEliminar^-^
El estado del cabello es inevitablemente una muestra camuflada de cómo está la cosa.
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